Éranse una vez tres Reyes Magos...
Éranse una vez tres Reyes Magos: Amancio, Ángel y Mónica. Estos tres Reyes Magos no procedían de Oriente Medio ni seguían a ninguna estrella. No vivían en un palacio ni en una casa de chocolate ni en un asteroide, sino en el corazón redondo de una niña. Estos tres eran como los tres cerditos del cuento, como los tres fantasmas del presente, pasado y futuro, como las tres brujas buenas. No puedo precisar cuándo aparecieron en su vida, el instante exacto en el que ofrecieron su particular oro, incienso y mirra, pero sí el modo en que la marca de cada uno de ellos inspiró el destino de la niña.
El mayor, Amancio, procedía de la jara, rodeada de grandes chaparros cargados de bellotas. Él se encargó del oro, que incrustó en sus ojos: “para que admires la belleza del mundo y ésta sea tu guía”. Ángel, que venía del noroeste más friolero, escogió el incienso: “porque a incienso huelen los buenos libros que te acompañarán en el camino”. La más joven, la reina Mónica, se trasladó desde tierras de puentes y pajaritos. Ella cargó con la mirra: “mantendrá a salvo tu corazón, enciende un puñado si la confianza te falla”.
La niña recibió todos estos regalos agradecida. Cada vez que los necesitaba, tres latidos sonaban fuertes en su corazón redondo para recordarle el oro, el incienso y la mirra. Posiblemente jamás sea capaz de explicar por qué eran esos sus tres Reyes Magos y no otros. Quizás nunca descubra por qué al comenzar esta historia pensó en ellos. Puede que no entienda de dónde ese vínculo. Procedencias tan dispares y culturas tan distintas. Posiblemente no pretendían pertenecer a la realeza ni a esta historia y, sin embargo, ya forman parte de los créditos.
Qué importa si existen o no los reyes.
Pincha, escucha tu canción favorita y conserva esa sonrisilla durante todo el día: Ya vienen los Reyes Magos
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