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Sobre este blog

Hay quien tiene que aprender a vivir con los pies demasiado grandes o la nariz exageradamente puntiaguda o unos ojos minúsculamente dibujados en su rostro. Yo hace años que acepté mi patológica propensión a espiar a la gente, a meterme en sus conversaciones, a observarla, a escuchar atenta la sabiduría de la calle. Al principio ocultaba mi defecto de la misma forma que mi vecino del tercero usa zapatos de vestir que disimulen su talla 48 de pie; o mi seño Doña Matilde usaba gafas de aumento para hacer crecer su mirada. Llegué incluso a crear un seudónimo bajo el que esconderme. Me hice llamar Mujer Cero. 
Con la edad, claro, he aprendido a disfrutar de esta tara que arrastro desde la infancia. En Cordópolis he salido del armario y he decidido profesionalizar mi propensión al espionaje, convirtiéndome en la Agente Lázaro, una cotilla en la city. Si nos cruzamos por la calle, disimulen, les estaré observando.

Fandango 'regalao'

Fotograma de la película.

Elena Lázaro

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Da igual que te interese el flamenco o no. No importa que sepas distinguir un palo de otro. Es completamente irrelevante que quieras ponerte purista o todo lo contrario. Fandango, la última peli documental de Remedios Málvarez y Arturo Andújar, es un regalo la mires por donde la mires; la escuches por donde la escuches. Seas entendida o lega en la materia, es imposible no emocionarse viendo el relato que Producciones Singulares ha construido para explicar qué es el fandango y por qué resulta relevante ocuparse de él.

En la historia de Málvarez y Andújar, coguionizada por Miguel Ángel Parra y dirección de fotografía de Luis Castilla, importan tanto los datos que se cuentan como la manera en la que una impresionante nómina de artistas va dejándolos caer en poéticos diálogos entre unos y otros. Conversaciones que concluyen en demostración empírica sobre la capacidad del fandango para emocionar y contar la vida de la gente. Hay momentos gloriosos que me niego a detallar para no fastidiar la sorpresa a quien vea la película, especialmente a quien acuda, como yo, sin tener la más remota idea de lo que me iba a encontrar. Y no lo hago porque no quiero privar a nadie de la tensión de tener que contenerse para no aplaudir ante el alarde de talento de personajes como Perla de Huelva, la Argentina, Rafael Estévez, Rocío Márquez, Sandra Carrasco, Jeromo Segura o Cristian de Moret, en un montaje que rompe cualquier esquema de lo esperado para, insisto, sorprender, arriesgar y, por qué no, entretener. 

Fandango es una mirada de reconocimiento al pasado, pero sobre todo y, por encima de todo, una explicación del presente que se sacude los complejos en blanco y negro para convertir un cante de siglos en vanguardia. Que en un relato sobre la relevancia del folclore andaluz y su relación con otras músicas e identidades culturales no se vea un traje de flamenca ni se hable, viniendo de Huelva, de la aldea de El Rocío no son detalles menores. Son toda una declaración de intenciones. No hay un solo topicazo. Lo que abunda es la reflexión sobre la necesidad de contar a través del cante, siempre desde una mirada ecofeminista y comprometida. Ahí no defraudan Málvarez y Andújar; no al menos a esta bruta que escribe. 

Trascender el tópico, mirar con respeto al pasado, pero con orgullo y amplitud el presente es, como decía, un regalo. Que lo aproveche quien pueda.

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Hay quien tiene que aprender a vivir con los pies demasiado grandes o la nariz exageradamente puntiaguda o unos ojos minúsculamente dibujados en su rostro. Yo hace años que acepté mi patológica propensión a espiar a la gente, a meterme en sus conversaciones, a observarla, a escuchar atenta la sabiduría de la calle. Al principio ocultaba mi defecto de la misma forma que mi vecino del tercero usa zapatos de vestir que disimulen su talla 48 de pie; o mi seño Doña Matilde usaba gafas de aumento para hacer crecer su mirada. Llegué incluso a crear un seudónimo bajo el que esconderme. Me hice llamar Mujer Cero. 
Con la edad, claro, he aprendido a disfrutar de esta tara que arrastro desde la infancia. En Cordópolis he salido del armario y he decidido profesionalizar mi propensión al espionaje, convirtiéndome en la Agente Lázaro, una cotilla en la city. Si nos cruzamos por la calle, disimulen, les estaré observando.

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