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Una bruta en la sala

Elena Lázaro

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Las brutas disfrutamos de una ventaja sobre las personas cultas o cultivadas. Nos importa muy poco lo que signifique una obra de arte; sólo nos preocupa lo que nos haga sentir. No nos quita el sueño no comprender. Para sentir, para emocionarse, no hace falta haberse leído tomo y medio de manual de teoría e historia del arte; basta con abrir un poco la mollera.

A mí me resulta particularmente fácil desde que acepté que mis arrugas han llegado para quedarse. Ya no tengo que impresionar a nadie. La libertad era la menopausia, pero ése es otro tema. El asunto es que ahora puedo acercarme al arte contemporáneo sin aparentar que entiendo de conceptualizaciones. Desde que peino canas ya puedo limitarme sencillamente a disfrutar de él. Y nada como sacudirse los prejuicios para divertirse.

A Juan Serrano se le ocurrió hace unos años que el arte debería dar a quien se acerca a él la opción de jugar y en su empeño por experimentar con el espacio ideó toda una serie de laberintos, tres de los cuales ha podido visitar esta bruta. El primero se instaló en el sótano del nuevo Conservatorio Profesional de Música de Córdoba, llevaba por nombre ‘Dar Lugar’ y fue posible gracias a las aportaciones de cultos y brutas en un proyecto de micromecenazgo. El segundo, que en realidad era una adaptación del primero, se llama “De paso” y está instalado en mitad de un pasillo del Rectorado de la Universidad de Córdoba, rompiendo la monotonía de la planta más burócrata del edificio. Un oasis en mitad del gris rutinario de las oficinas rectorales.

A Juan Serrano siempre le pareció que el arte debía interrumpir la vida, convivir con ella, ser parte, tomar partido. Él, como parte del Equipo 57, rechazó por principios el individualismo artístico, el ego del creador y construyó su obra dentro de la colectividad. El pensamiento de Juan Serrano disperso en entrevistas, algunos escritos, pero, sobre todo, en las conversaciones que mantuvo con toda persona que tuvo la curiosidad de cruzarse en su camino ofrece una lúcida manera de ver la vida más necesaria que nunca en tiempos inciertos donde lo común es la única tabla de salvación. “Lo individual no existe porque todos somos subsidiarios de otro”, dijo. Ay, Juan, si te escuchara el rebaño que busca ansioso la inmunidad…

El tercero de los laberintos es un espacio mágico donde la ciencia de la matemática y las proporciones se rinden a la diversión. Alhambra es el nombre de la última obra de Juan Serrano. Está en el Centro de Creación Contemporánea c3A. Un espacio que, a priori, podría espantar a las brutas, incapaces de entender el arte contemporáneo, salvo que prescindan del intento de comprender y se limiten a sentir. A veces el conocimiento llega tras la emoción.

Ayer visité Alhambra. He tardado casi dos meses en entrar desde que Juan Serrano murió. Suelo llegar tarde a lo relevante. Cuando todo el mundo habla de algo, decido conscientemente ahorrarme mi opinión. Ya está todo dicho. Personas más sabias, más cultas y cultivadas han explicado la obra. Yo me he limitado a sentirla, a llorar conmovida en mitad de ese espacio mágico la belleza de un obra creada para emocionar. No se la pierdan.

Gracias Juan.

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