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Infamias

Luis García

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Anoche, y tras muchas conversaciones etílicas con un amigo del alma, pude volver a revisar la enorme creación que es Inside Job. Supongo que su director, Charles Ferguson, se propuso realizar un documental sobre los delincuentes de guante blanco que después de causar la ruina mundial siguen en la calle viviendo escandalosamente ricos. Pero, en su intento de ser realista y didáctico, le salió una extraordinaria película de terror. Yo, al menos, paso progresivo e infinito miedo ante la clase magistral que Ferguson nos ofrece sobre algo tan farragoso como la economía. Este pavoroso y racionalista relato, que debería ser exhibido en todos los colegios para que los niños entendieran las esencias y los mecanismos del fraude y la rapiña, la naturaleza y la metodología de los monstruos pulcros que hunden en la miseria los ahorros, el trabajo, las hipotecas y las ilusiones de millones de personas, tiene prólogo, desarrollo y desenlace.

Comienza la película en un paraíso llamado Islandia, el país con renta per cápita más alta de Europa, inacabables prestaciones sociales, autosuficiente en la energía, con generalizada calidad de vida, algo cercano a la utopía. Es el lugar sobre el que se posan los encorbatados vampiros para arrasar lo que parecía inexpugnable. De ahí nos trasladamos a Nueva York, al corazón de la bestia, donde banqueros privados y públicos, ejecutivos y políticos que intercambian sus papeles con desvergonzada naturalidad y protegidos por las leyes que ellos mismos han decretado, provocan el colapso económico mundial como resultado de haber pasado años vendiendo humo, jugando con lo inexistente, especulando en plan hiena, haciéndose inmensamente ricos en los descalabros que provocan y que pagarán los inocentes, acumulando propiedades, aviones privados y yates en grado tan excesivo que les resultará imposible disfrutarlos, apilando y tapando mierda estimulados continuamente por ese polvito blanco que les hace sentirse dioses y pagando cantidades ingentes de dinero a putas de superlujo que los relajan del extenuante trabajo de robar al prójimo. En ese engranaje participan eminentes catedráticos de teoría económica, asesores de la Casa Blanca, mercenarios de cuello almidonado, un aterrador foco de corrupción que cobra cifras mareantes de esos banqueros que se declaran en quiebra. Evidentemente, la mayoría de ellos se niega a ser entrevistado, pero los menos astutos o los demasiado arrogantes que se atreven a dar la cara y a ofrecer sus posibles argumentos quedan retratados como lo que son, gánsteres que se saben impunes por mucho que les interrogue y acorrale esa mosca cojonera llamada Charles Ferguson.

Matt Damon ejerce de narrador en la historia de la infamia. No es casual. Y entiendes las razones de su desencanto ante Obama. Si lo que nos han contado antes te provoca estupor y angustia, el final logra ponerte los pelos de punta. Los villanos no solo han esquivado el castigo, sino que ese modélico presidente les ha recolocado para que dirijan la economía del país más poderoso del planeta. Han sido, son y serán los reyes del sistema.

Tranquilos. Todo está atado y bien atado.

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