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Fuck Vox, madafaka

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Miguel Ángel López

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«Fuck me, fuck me! Do you like my pussy?». Groserías jadeantes y burdos gemidos. «Fuck Vox, fuck Vox!». Joder como si no hubiera un mañana; un coito radical y extremo. Fuck like a Vox’s man. Hace una década a muchos jóvenes españoles esto nos hubiera sonado más a tardecita de estudio y pornhub. com que a faltada moderna de una cantante guay. El tuit de Rosalía y la respuesta de Vox adjuntando foto de ella en el jet privado es puro porno digital. Cosas que solo pueden suceder ahí arriba en la nube; en una simulación que se desprende de la realidad y da rienda suelta a la imaginación.

Rosalía. Vox. Follar. Una fantasía digna del vaporwave. Tres ingredientes que solo pueden yacer en la más absoluta excepción, como el argumento de una peli porno. ¿Os imagináis? ‘Fuck Voxxx, al galope’: una cantante internacional de moda muestra su desagrado ante la fama incipiente de un fucking money man llamado Santiago Abascal. Sin embargo, desde su adolescencia, Rosalía siempre se sintió ocultamente atraída por los hombres ibéricos. No puede evitar que su libido sucumba ante la estampa regia de Santiago montando un caballo de raza mientras mira desafiante la lontananza. Lo que más le pone es la barba legionaria que viriliza sus fauces de campeador. Se trata de una filia sexual que de ser revelada acabaría con su carrera. Así que publica ese tuit para distraer a sus followers, pero acto seguido le manda un directo a Santi: «Tú x mí yo x ti». Y Abascal le responde: «Quién lo diría». Ya se han jodido recíprocamente en público, ahora toca hacerlo en la intimidad. Así que quedan en una lujosa mansión de Los Ángeles con infinity pool. Santiago llega cabalgando y luego siguen cabalgando juntos en el borde de la piscina con vistas al corpóreo de H-O-L-L-Y-W-O-O-D.

Una película. Una peli porno. Así de serio y verdadero es el tuit de Rosalía y así de incoherente y fuera de sí es la respuesta de Vox. Un ridículo lance propio del simulacro constante que se trae el marketing político. Toda disputa surge del interés, y cuando se disfraza de naturaleza ideológica la cosa huele a fantasmada. El mensaje de Rosalía es marketing, repercusión mediática instantánea que, a su vez, la ultraderecha aprovecha previsiblemente para escupir su discurso contestatario. Una postura reaccionaria que rescata adeptos de la deriva bipartidista. Una velando por mantener su imagen pública revolucionaria y los otros amedrentando a sus sabuesos a punta de tuit. Dos posturas enfrentadas: el verdadero argumento de la trama.

Y esto es lo que mueve a la masa. La confrontación dialéctica y el enfrentamiento político. Fake news de ambulatorios que solo atienden a inmigrantes contra caricaturas de Ortega Smith. Posicionarse de un lado y odiar al otro. A lo fácil. Compartir la fake news o retuitear a Rosalía. Albergar un sentimiento de pertenencia que te identifique, percibir el calor de tus iguales y enorgullecerse de un pensamiento común que posee la certeza moral y la inteligencia política.

Pero no. La trinchera partidista es muy de ayer. Enzarzarse por política ya no se lleva; no tiene lugar aquí abajo, en la realidad. Eso es cosa de los tertulianos, del producto televisivo y el trolleo tuitero.  En esa trinchera solo luchan políticos y periodistas. Aquí abajo, a pie de calle, eso ya no existe. Esa España dividida por el resquemor de una guerra no tiene lugar. Es ceniza. Los de mi generación (millennial) y los Z hemos nacido en el desengaño de una cuna desparasitada. No hemos sufrido guerras, ni dictaduras, ni dogmas, ni transiciones. Tan solo una crisis que destapa la cara más hipócrita y vil del ser humano. Sabemos cómo se mueven verdaderamente los hilos de esta función. La triple P vs. la triple F solo es cosa de memes. Podemitas, perroflautas y progres vs. fachas, fascistas y franquistas. Solo son etiquetas. La estereotipación política no va con nosotros. Tenemos amigos que piensan lo contrario. Quedo a cenar con gente que jamás viajaría en una furgo. Hago deporte con colegas que van a misa. Voy a fiestas donde ponen trap y hablo con ojipláticos sobre la legitimación de la marihuana. Una vez, mis amigos y yo fuimos a parar casualmente a las fiestas de un pueblo vecino. Coincidimos en el bar con un grupo de novilleros. Mi colega cogió la guitarra y nos agarramos una cogorza memorable. Romper lazos amistosos o familiares por posturas partidistas es cosa del pasado. La moda ahora es la conciliación etílica.

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