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Lo que cuesta formar gobierno

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Miguel Ángel López

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Si la barra es de acero, tiene revestimiento andalusí en las paredes y un par de taburetes descolchados, ese bar es de fiar. Se entra con un saludo poderoso que es replicado al momento por todos los parroquianos. El señor mayor del rincón lo hará el último, con voz cansada pero familiar. «Buenos días, hijo». Está inmerso en un diario local que aún huele a rotativa añeja y cuya portada no es muy tranquilizadora, igual que la de ayer y similar a la de mañana. Los días no son tan buenos y por eso los da como con pena, pero afable, negando con la cabeza mientras lee el editorial. Ha tardado más de lo habitual en beberse su café en vaso de caña porque el informativo del televisor le traía la mirada distraída.

«Vaya sinvergüenzas, al final todos se lo llevan calentito. Manda cojones». Manda cojones tres veces con distinta tonalidad pero mismo rigor, mira a su tabernero y confidente buscando complicidad y vuelve a su periódico. La Sexta acaba de dar las cifras exactas de lo que cobran nuestros representantes según cargo y situación. Resulta que la recién elegida presidenta del Congreso se va a embolsar 14.500 euros al mes. La del Senado, 11.000. Sus vicepresidentes, que son 6, entre 6.000 y 7.000. Y los secretarios, que son 8, entre 5.500 y 6.700. En catorce pagas, por supuesto.

«Pues hay quien lo verá normal, Alfredo». Y entonces los dos, tabernero y cliente, siguen negando con la cabeza y renegando con el gesto. La cosa no queda ahí. Ahora la periodista habla de los ingresos de nuestros congresistas desde que se diluyeron las Cortes en septiembre. Por lo visto ellos también tienen su derecho al paro. Lo llaman indemnización por transición y la solicitaron 354 parlamentarios (el 92% de la cámara). Esto es, cada uno de los 354 parladores ha cobrado unos 8.000 euros por 40 días sin trabajar. Lo cómico es que llevan parados desde abril.

«Pero qué transición ni que carajo, si estamos igual que antes, ¡manda huevos!». Alfredo se indigna y los parroquianos eventuales (albañiles fieles al bar hasta que terminan una obra cercana) se ríen y lo pinchan porque saben que el viejo se envenena. Y lo hace cuando escucha que también existe una indemnización por cese. 74 diputados que ya no están en el hemiciclo pero que se llevan su buena paga por la encomiable labor de no formar Gobierno. Es el caso de Albert Rivera, 3.000 euros durante 4 meses por la cara. Así cualquiera tiene un hijo. Me río para dentro, no nos queda otra. O eso o explotar como Alfredo y maldecir a los hidepú que se mean en su pensión. Porque siempre gana la banca, o lo que es más preciso, el dinero.

El abuelete dirige su resignación hacia la tragaperra. Pulsa con virulencia el mismo botón repetidas veces intentando transformar su indignación en fortuna. Pero no es el día. La suerte nunca le termina de llegar a sus bolsillos honrados. «Hala, ahí os la dejo calentita, ¡hasta mañana!». Miro a la tragaperra insolente. Sigue impasible con sus luces epilépticas y se me viene a la cabeza un clásico de Scorsese: ‘Casino’ (1995).

La analogía es bastante recurrente en el columnismo español: políticos y mafiosos. El Congreso es como el casino de la peli. Ace Rothstein, un profesional de las apuestas es colocado por la mafia italiana para gobernarlo. Pase lo que pase en el casino, siempre gana el casino; pase lo que pase en el Congreso, siempre ganan los políticos. Todos juegan sus cartas, casi siempre van de farol, esconden un as en la manga y parecen estar compinchados. Pero pase lo que pase, gane quien gane, el tinglado nunca se desmonta. Da igual quién juegue o quién entre nuevo a la mesa, hay sitio para todos: estrafalarios, elegantes, forasteros o catalanes. Da igual, saben cómo funciona el juego del dinero. Siempre ganan los mismos, siempre ganan los que saben engañar en el momento adecuado. Y, como en ‘Casino’, ese momento es todo el rato.

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