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Rafael Mir Jordano: “Córdoba tiene la mentalidad del agricultor conservador”

Rafael Mir Jordano | MADERO CUBERO

Manuel J. Albert

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Rafael Mir Jordano (Córdoba, 1930) tiene uno de los despachos más bonitos de Córdoba. Hace años que este abogado no ejerce y su bufete yo no tiene el trajín de casos, letrados y procuradores de antaño. Pero él no deja de acudir cada día temprano para trabajar. Ahora, su tiempo lo ocupan sobre todo sus artículos y sus relatos. Narrador compulsivo de microrrelatos y cuentos, se acaba de asomar de nuevo al mundo de la novela con el título Mujer con sombrero, que se presenta este lunes.

Reclinado en el sofá Chester auténtico que domina su espacio de trabajo, Mir Jordano atiende pacientemente a las preguntas del periodista quien no puede evitar perder su vista de vez en cuando entre anaqueles plagados de tesoros en forma de libros antiguos, fósiles, pequeñas piezas arqueológicas, dibujos, cuadros y esculturas. Una librería que resumen la vida de ocho décadas y media de un hombre que se considera a sí mismo un humanista y que sigue activando su cerebro. Ya sea en movimientos cívicos como la Plataforma Mezquita Catedral o escribiendo novela negra.

PREGUNTA. ¿Son tiempos propicios para la novela negra?

RESPUESTA. Creo que sí que lo son. Yo, desde luego, las leo, alternando literatura digamos, más profunda. Pero la verdad es que hay que reconocer que ahora se hacen una serie de libros muy buenos. Normalmente me los recomiendan o me los regalan. Algunas veces los tomo con reservas y luego termino leyéndolos con apasionamiento.

P. ¿Siempre ha leído novela negra?

R. Más que negra, policíaca, sí.

P. ¿Será por la abogacía?

R. No lo sé, puede que sí porque en uno influye todo lo que ha sido y es.

P. ¿Qué le animó a escribir esta novela?

R. Lo contaré en la presentación de Manuel Gahete y Antonio Varo, que van a presentar la novela el lunes. Para ese día no voy a llevar ni una sola línea escrita.

España es un país muy salvaje

P. Es que ya se lo sabe.

R. ¡Pero no sé lo que van a decir ellos! Según lo que cuenten, así iré yo. Lo que sí desentrañaré es cómo empecé esta novela.

P. ¿Y cómo fue?

R. Yo sueño mucho lo que escribo, tengo una imaginación nocturna muy fértil -a veces demasiado y si queda muy surrealista la cosa, lo amoldo luego- que suelo usar en los cientos de microrrelatos que he escrito e incluso en las novelas. Esta novela, en cambio, surgió de una forma muy peculiar: de la prensa. Leí que hubo en Estados Unidos una señora mafiosa, malísima, riquísima y que dejó toda su herencia a un perro. Me planteé un reto: contar esa historia convirtiendo a la mujer en española.

P. ¿Cordobesa?

R. No, española.

P. La novela de género sirven muchas veces para hacer una radiografía social del momento.

R. Sí, pero no he ido por ahí. Es cierto que en todo lo que se escriba bien tiene inscripción de una época, un lugar o un personaje.

P. Si la historia de Córdoba fuese una novela negra...

R. Que lo es.

P. ... cuál sería el crimen principal.

R. (Piensa) Destrozar la Mezquita.

P. Ese dolor lo lleva usted bien dentro.

R. Sí, bien dentro.

P. ¿Y quién sería el principal culpable de esa historia negra?

R. ¿Ahora mismo?

P. Remontémonos al siglo XVI

R. Pues el obispo Manrique, que tuvo la mala idea de destruir muchísimo del monumento. Por eso me indigna cuando se dice que gracias a la Iglesia se ha conservado la Mezquita. ¡Si la Iglesia ha sido la mayor destructora del monumento de la historia con lo que hizo en el siglo XVI! También hay gente que la defiende y dice que si no hubiese sido por la Iglesia, la Mezquita estaría ahora como Medina Azahara. Pues no, mire usted, Medina Azahara, en el siglo X la destruyeron los bereberes. Eso no tiene nada que ver con lo que hicieron los cordobeses del siglo XVI. Recuerde al corregidor Luis de la Cerda que emitió un bando en el que condenaba a muerte a todo el que osase tocar un ladrillo de la Mezquita. Algo por lo que el obispo Manrique le excomulgó, algo que era muy serio en aquella época. Y es sabido que Carlos V, después de dar permiso para las obras del crucero, se arrepintió al ver el resultado y dijo aquello de “habéis destruido lo que era único en el mundo para hacer algo que se puede ver en cualquier parte”. Que es una sentencia lapidaria.

El principal crimen de Córdoba fue destrozar la Mezquita

P. Seguimos discutiendo cinco siglos después. ¿Ese hecho ha marcado el carácter de los cordobeses?

R. No, en absoluto, además estas discusiones son relativamente nuevas, motivadas por los últimos obispos y el hecho de la inmatriculación de la Mezquita en el Registro de la Propiedad. E, la Iglesia había tenido un respeto bastante grande a la Mezquita en la antigüedad, curiosamente. Cuando podía haber entrado en el edificio a saco como ganadores y vencedores sobre el islamismo, no lo hizo. Algo que, por ejemplo, sí ocurrió en Sevilla. Incluso Manuel Nieto Cumplido [canónigo archivero de la Mezquita-Catedral y director del Archivo General del Obispado] -que a veces no quiere acordarse de lo que ha escrito y publicado- reconoció en un libro que la mayoría de los canónigos de la época del obispo Manrique eran contrarios a la construcción del crucero en la Mezquita. En realidad, fue un capricho personal del obispo Manrique.

Córdoba me ha dado alegrías y también muchas vergüenzas

De todas formas, luego se vivió relativamente en paz y la convivencia entre la Mezquita y la Catedral fue real. El problema ha venido ahora con esta inquietud que hay en la Iglesia, por su insistencia en remarcar que la Mezquita es suya. Antes, cuando decían sus poquitas misas y las obras las pagaba el Estado y la Junta, bien calladitos estaban sobre sobre la propiedad del edificio. Como ves, la polémica es mucho más reciente. Fíjate que hasta 2006 no se produce la inmatriculación. Y en realidad, no nos enteramos hasta tres años después, algo que extraña a la gente. Pero es normal si pensamos que en el Registro de la Propiedad hay miles de inscripciones y nadie se las lee todas. Además, esta en concreto estaba escrita de una manera muy sibilina...

P. Recuerdo a Mansur Escudero tratando de denunciar el tema antes de que estallase mediáticamente. Y es cierto que al principio en la prensa no le hacíamos demasiado caso, como si el hecho de la inmatriculación fuese un detalle natural o sin importancia. O tal vez no se entendían bien sus implicaciones.

R. Verás, es que en ese momento tampoco se habían producido los claros desafíos episcopales que se dieron luego. Ni se habían dado situaciones como las que sufrimos ahora, en las que se han llenado de pasos de Semana Santa todo el bosque de arcos y columnas de la Mezquita, rompiendo su sobriedad y su silencio. Y el turista que viene a ver la Mezquita se queda perplejo y se pregunta qué es eso. Hechos así no ocurrían antes.

P. El debate sobre la titularidad y el uso que hace la Iglesia de la Mezquita ya lleva más de dos años.

R. Debatir tanto tiempo cansa, sí. Pero hay que tener el valor de decir “no, yo no renuncio”. Me han dicho más de una vez que estoy muy pesado con la Mezquita. Puede ser, pero no voy a dejar de ser pesado.

P. La muralla a la que os enfrentáis es enorme: ni más ni menos que 2.000 años de éxitos de la Iglesia.

R. Además, no te olvides de que hablamos de España, que es un país muy particular y que contrasta con su vecino francés. Allí, en 1905, los templos se convirtieron en edificios de dominio público. Notre Dame de París no es de la Iglesia, sino del Estado. Aquí se hizo lo mismo en 1933 con la II República y no duró nada. A partir de entonces, nadie ha querido llegar muy lejos, temiendo que se fuese a quedar solo en el intento de cambiar las cosas. Por eso es importante que más de 400.000 personas hayan respaldado con su firma las peticiones de la Plataforma de la Mezquita de Córdoba para declarar de titularidad pública el monumento y cambiar su gestión.

P. El debate ha polarizado a la ciudad. ¿Su actividad en la Plataforma ha afectado a su círculo social en Córdoba?

R. A mí hay gente me viene a decir que me perdona. No que me entienda o me comprenda o que se ponga en mi lugar, sino que me perdona.

P. ¿Y qué se le mueve por dentro en esos momentos?

R. A ver, a mi edad ya estoy prescrito. Aunque si hubiese tenido sobre mí la losa de un despacho y el peligro real de perder clientes en el bufete, probablemente mi actividad habría sido distinta. Pero hoy por hoy, no tengo ese problema. Aunque sí que hay alguien que me ha dicho “cuidado con fulano que puede pagar para que te dén un palo”.

P. A estas alturas...

R. A estas alturas, sí, eso es cierto...

P. ¿Se vive con miedo en esta ciudad?

R. Con recelo desde luego. Miedo no tengo, pero recelo sí.

P. ¿Ese recelo es herencia de la terrible represión que hubo en Córdoba en la Guerra Civil?

R. Yo desde luego la recuerdo. Pero cuando escribo de eso siempre hay alguien que me lo recrimina y me dice que para los jóvenes la figura de Franco es tan antigua como la de Viriato. En este tema soy pesimista porque creo que con muy pocos cambios y sucesos, lo de 1936 podría volverse a ocurrir. Eso es terrible pero para que haya una salvajada así solo nos hace falta que haya salvajes de dos colores.

P. ¿Y los ves?

R. Sí, veo a salvajes de dos colores.

P. ¿Está pensando en el tono grueso de ciertos momentos del debate de investidura?

R. No... Bueno, como hombre de derecho te diré que la forma tiene mucha importancia. tampoco me importa que me tachen de antiguo los lectores cuando digo que sentí un malestar profundo cuando aquella señora [la diputada de Podemos Carolina Bescansa, el 13 de enero] se sacó un pecho en el Congreso para dar de mamar a su hijo. Era un gesto provocador porque el Congreso tiene guardería, ella tiene dinero... Y a su lado, El Coletas [el líder de Podemos, Pablo Iglesias] haciéndole carantoñas al niño. Por otro lado, las trifulcas en el Congreso siempre han sido muy fuertes pero lo que vimos la semana pasada con el Rufián este, que para colmo se llama Rufián [Gabriel, diputado de ERC en el Congreso] directamente fue insultar sin provocar. En definitiva, hay poco nivel.

P. ¿Se habría usted abstenido para permitir gobernar al PP de haber sido un diputado socialista en las Cortes?

R. ¡Uy! Afortunadamente no lo soy... He estado muy pendiente de esos que han votado no y creo que si los castigan será algo natural porque creo que formalmente son culpables de no atenerse a lo que dice la mayoría. Tampoco podían votar en conciencia porque la objeción está limitada a cuestiones como el aborto o la eutanasia y en este caso se trataba de una cuestión puramente política. Por otro lado, veo muy fuerte que el PSOE se abstenga para permitir que Rajoy sea investido presidente. Yo creo que me hubiese puesto malo, desde luego. Pero no como excusa para no asistir sino de la misma situación. Me hubiese puesto físicamente malo, de verdad. Más aún cuando sabemos que Pedro Sánchez pudo haber gobernado con el PSOE pero El Coletas decidió votar en contra. Claro, ¿quién es El Coletas? Pues un pobre diablo que quiere ser es vicepresidente y que le den una serie de carteras determinadas, como dijo en aquella rueda de prensa lamentable. ¿Pero dónde vas, muchacho? Sin embargo, otros de su misma cuerda, como Íñigo Errejón, parecen otra cosa. Incluso la misma del pecho [Bescansa], cuando la oyes hablar tiene una hilo de razonamientos que, estés de acuerdo o no, están válidamente construidos. A Alberto Garzón también lo veo bastante bien pero está empequeñecido dentro de Podemos.

No voy a dejar de ser pesado en el debate de la Mezquita

P. Insisto, ¿dónde ve los ingredientes para que pueda darse otra situación tan grave como la de 1936?

R. La evolución social y económica de este país ha sido enorme, apabullante, pero no tanto la intelectual y la mental. Todavía hay quien piensa como los caciques del año 1934. Y gente que piensa como quien quemaba las iglesias ese mismo año. Este es un país muy salvaje. Hablamos de diálogo constantemente pero la gente no sabe dialogar.

P. Para eso siempre se ha dicho que es fundamental una buena educación y en España seguimos a la gresca con el sistema educativo.

R. Ahora se habla de la terrible reválida pero yo creo que fue buena.

P. Pues es uno de los aspectos más criticados de la LOMCE.

R. Sí, pero está claro que hay implantar un filtro. Porque no solo está fallando el conocimiento sino también la formación como ciudadanos.

P. Esos rescoldos de los caciques del 34 que usted dice que hay todavía, ¿sobreviven porque ha fallado el sistema educativo?

R. No creo que sea razón de causa y efecto, creo que es más complejo. Tiene que ver con lo que se piensa y se habla en la familia, no solo por lo que se enseña o se aprende en los colegios e institutos.

P. Sí pero muchas veces pensamos que una buena educación humanística garantiza que...

R. De eso no me hables que me pongo malo. La lucha que hay contra las asignaturas humanísticas, hombre... Es cierto que en mi generación, los siete años que tuvimos la asignatura de Latín podían ser terroríficos pero creo que nos hizo un bien extraordinario. Si escribo bien -y así lo creo- en parte se debe al latín, desde luego. Se debe, sin duda, a esa educación y a esa formación que tuvimos. Seguro que conoces la anécdota de José Solís , el ministro de Franco que dijo aquello de “menos latín y más gimnasia”. Hubo que recordarle que gracias al latín, su gentilicio era egabrense y no cabrón. Porque resulta que el señor era de Cabra (risas).

Con 86 años, yo ya estoy prescrito

P. Su generación fue protagonista de la Transición española. ¿La considera una misión cumplida?

R. Ahora cuesta entenderlo pero yo, por ejemplo, no era político ni de ningún partido. Se ha dicho que yo era de UCD pero no, fui nombrado delegado de Cultura como independiente. Es más, luego me tentaron con una dirección general, pero poniéndome ya la condición de afiliarme y dije que no. En cualquier caso, todos los que participamos lo hicimos con una pasión y un interés enormes. En mi caso, me costó mucho dinero porque yo estaba en un momento concreto de mi carrera profesional muy interesante pero me volqué en la delegación de Cultura. Aunque se resintió mi bufete, no me importó.

P. ¿Qué le llevó a dar ese paso?

R. Me lo pidieron y sabían que a mí me apasiona todo lo que tenga que ver con la Cultura desde niño. Además, estaba reciente mi gestión como secretario y presidente de la Comisión de Cultura en el Círculo de Economistas, que había sido bastante brillante.

P. En tu etapa de delegado trataste de modernizar la vida cultural en Córdoba, una ciudad en la que su pasado tiene un peso tan enorme que parece inmovilizarla.

R. Más que la historia y el patrimonio, en Córdoba pesa su condición de ciudad rural. Cuando terminó la Guerra Civil, Córdoba recibió a todos los ricachones agricultores de la provincia que se fueron ahí a vivir. Y Córdoba, desde entonces, ha tenido más acentuada esa mentalidad del agricultor, que normalmente es muy conservador.

P. Entonces tenemos claro que es una ciudad conservadora.

R. Demasiado conservadora, sí. Por ejemplo, se elogia al alcalde Cruz Conde y, efectivamente, hizo cosas muy buenas -si bien es verdad que tenía a sus suegro como ministro- pero a la industria le cerró la puerta. Porque consideraba que esta era una ciudad de turismo, de servicios... Y eso lo sigue pagando Córdoba porque solo con camareros, guías turísticos y cocheros no se puede crear riqueza. Al menos, pude vivir un cambio en Córdoba muy importante: la llegada de la Universidad. La ciudad era muy prestigiosa por su Facultad de Veterinaria pero necesitaba más. Tuve la suerte de ser profesor de Mercantil en la Facultad de Derecho.

P. Volvamos a la Transición. Ahora hay partidos que quieren cambiar el modelo que resultó de aquel proceso.

R. Aquello fue un episodio brillantísimo que se pone de ejemplo en el mundo, pero ya se cerró.

P. ¿Y se cerró bien?

R. Se cerró todo lo bien que se podía cerrar. Quien no sepa lo que había antes, puede que le cueste entenderlo. Hablamos de un momento de la historia en el que por ser comunista o tener un hermano comunista te fusilaban. Partiendo de ahí, imagina lo que supuso que de repente llegasen Santiago Carrillo y La Pasionaria de vuelta a España.

P. Pero para seguir adelante hubo que mirar hacia otro lado o directamente taparse la nariz políticamente más de una vez.

R. Puede que hubiese gente que lo hiciera pero en conjunto, al final, la Transición se vio como una bocanada de aire fresco que entraba. En el último artículo que publico en Diario Córdoba explico las situaciones absurdas que vivíamos. Por ejemplo, no podía haber algo tan normal como una revista con una mujer despechugada en la portada y teníamos que ir a Francia para ver algo así. Yo tengo sentimiento de cateto por ir a Francia y comprar ese tipo de postales (risas). Por eso, cuando la Transición cambió todo, la gente lo sintió como un aire fresco increíble. Y en los peores momento, yo había llegado a pensar que nunca vería algo así. Me recuerdo de joven viendo el fin de la programación de Televisión Española con la bandera española ondeando, el rostro de Franco superpuesto y yo preguntándome: “¿Me voy a morir sin ver otra cosa?”.

Creo que nuestra reválida fue positiva

P. ¿Entiende a haya gente más joven que quiera cambiar el modelo que nació en 1978?

R. Lo veo natural. Pero olvidar aquella experiencia es un error. Aunque me temo que va a ocurrir.

P. ¿Y hacia qué dirección le gustaría que fuese el país?

R. Lo tengo muy claro. Lo que he querido ser siempre es europeo.

P. Pues no sé si es un buen momento para reivindicar esa idea...

R. Pero esa cultura, esa civilización, esa educación es la que yo quiero. Detalles que pueden parecer una tontería, pero que no lo son en absoluto, como no tirar papeles en la calle,son importantes. Y mientras, aquí la gente come pipas y deja el suelo perdido sin rubor. Me gustaría que eso cambiase y que hubiese más civismo y más cultura. Por ejemplo, ya sabes que soy el presidente de la Asociación de Amigos de la Orquesta de Córdoba y que hemos pasado unos momentos muy malos con la Orquesta, cuyo futuro ha estado en verdadero peligro. En cambio, en Alemania, nadie duda de que en cualquier ciudad de 30.000 habitantes tiene que haber una orquesta. Esa es la diferencia y eso es lo que yo quisiera para Córdoba. Por otro lado, yo respeto muchísimo las creencias de cada cual, la fe religiosa es incluso necesaria para muchas personas que no tienen fortaleza para luchar por si mismas. Pero la losa de la Iglesia en España es terrible.

Con pocos cambios y sucesos, lo de 1936 podría volver a ocurrir

P. Usted aspira a que...

R. ¡A que seamos europeos! Y a un estado laico o aconfesional de verdad.

P. Aún así, parece que Europa nos devuelve ahora un reflejo un poco oscuro. Pienso en la gestión de los refugiados, por ejemplo.

R. Sí, bueno, eso es otra cosa. Es un problema que lo tiene Europa y lo tenemos nosotros, claro.

P. Pero la respuesta que nos está dando Europa desde las instituciones choca con la propia idea que muchos tienen de Europa como una tierra plural y de acogida.

R. La acogida, además de una idea tiene que ser una realidad.

P. Y en la realidad no lo estamos aplicando.

R. Pero es que hace falta tener sitio, alimentos, servicios, capacidad de asimilación y de defensa de lo que se infiltra con estos refugiados. Es muy complicado. Si fuese gobernante lo vería así. Como ser humano, en cambio, diría que abriesen las puertas y que entrasen todos. En todo caso, es cierto que Europa no está dando la talla con este tema de los refugiados. Pero de esta Europa a aquella de hace un siglo que los masacraba y esclavizaba en África, hay un abismo. Se nos olvida que en todos los avances hay siempre puntuales retrocesos y puntos negros.

P. Me imagino que con 86 años uno ve todo con una perspectiva mayor y se relativizan más esos puntuales retrocesos que usted llama.

R. El horizonte es mayor, claro.

P. ¿Se siente una especie de viajero en el tiempo?

R. ¿Qué me quieres decir?

P. Creció usted en los años treinta, vivió la posguerra, la autarquía, el desarrollismo, la transición a la democracia...

R. Más que viajero en el tiempo, diría que he sido testigo de muchas cosas riquísimas y cambios increíbles. No hay día que no me lo plantee. Por ejemplo, pienso en mi padre -que murió con 47 años-, y me digo que se caería de espaldas si me viese con Internet. ¡Se volvería a morir! (risas)

P. Su padre era abogado y usted siguió su carrera.

R. La abogacía la vivía en mi casa desde dentro, profundamente. Y sí, creo que me gustaba desde niño. Porque con los años la he disfrutado mucho.

P. ¿Cómo era estudiar Derecho y ejercer de abogado en el franquismo?

R. Era menos complicado de lo que la gente cree. Recuerdo en mis tiempos de vida literaria en Madrid que el poeta Ramón de García Sol, también licenciado en Derecho, trabajaba en un bufete pero no de abogado. Y no lo hacía porque no estaba de acuerdo con las leyes de Franco. Y yo discutía con él. “El Código Civil no es Franco”, le decía yo. Salvo aspectos concretos, el corpus legal no estaba directamente ligado al franquismo. Es más, hay que reconocer que en algunas materias como los contenciosos administrativos hubo ministros de Franco que mejoraron lo que había, como López Rodó. Pero claro, eso convivía con otras leyes -como las de responsabilidades políticas- que eran tremendas.

P. ¿Algún caso le marcó?

R. Ninguno en concreto pero sí varios y la sucesión de los mismos. Tuve casos bastante espectaculares y eso te deja un recuerdo y proyecta tu imagen a la sociedad en cierta manera. Recuerdo que a José Paniagua, que fue teniente fiscal, le preguntaron algo parecido cuando se retiró. Y dijo el caso del Monte de Piedad. Me hizo gracia cuando lo leí porque el abogado entonces fui yo. Ahí hubo abogados de toda España.

P. Recuérdenos cómo fue.

R. Un empleado de la caja sostenía que por indicación de don Miguel [Castillejo, cura y presidente de la entidad financiera de la Iglesia que terminaría siendo Cajasur] prestó dinero sin la forma legal ordinaria y a un interés altísimo. Eso acumuló una cantidad de clientes enorme porque muchos pagaban al 30% o al 40%. El hombre fue procesado y ahí tuvimos a una legión de perjudicados, abogados y personas que ni te imaginas... La vista del caso duró una semana con sesiones de mañana y tarde. Y hubo tanta expectación que en una de las sesiones la avalancha de público echó abajo una puerta de la sala.

P. Ha citado a don Miguel y a la caja de Ahorros. Merecen una novela, también.

R. Una novela, sí... Pero debía haber merecido otra cosa en otro tiempo, claro. Porque es realmente indignante que gente normal como Juan Moreno o Santiago Gómez Sierra [últimos presidente de Cajasur] terminasen sancionado y multados, mientras que don Miguel Castillejo se fue de rositas con su cláusula de 500 millones de pesetas que sacó de la caja para blindarse un futuro de pequeños gastos... Castillejo fue culpable de la mala gestión de Cajasur pero también es uno de los responsables del deterioro económico de Córdoba. ¿A quiénes protegió él? Pues los constructores de la época: Sánchez Ramade, Prasa, Sandokán...

P. Todos ellos pasaron por el funeral Castillejo en la Catedral, oficiado por el obispo.

R. Normal.

P. Un buen retrato de la ciudad.

R. Justamente eso. Pero la sociedad es otra cosa. Quiero muchísimo a Córdoba pero amigo, Córdoba también me ha dado muchas vergüenzas. Y aquella manifestación encabezada por un señor con capa y sombrero de ala ancha, seguido de cinco canónigos vociferando en contra de [la Ley de Cajas de la] Junta de Andalucía y en favor de Castillejo fue una auténtica vergüenza. Eso nos ayuda a entender por qué Córdoba, que es una provincia rica, sea la penúltima de España en todos los indicadores.

España necesita una pasada por la izquierda

P. ¿El carácter rural y poco emprendedor del que hablaba usted antes?

R. Pues sí. Date ahora un paseo por la ciudad. Te hartarás de ver carteles de se alquila, se vende, cerrado... Y a veces, hasta esos anuncios se quedan antiguos porque nadie les hace caso. Y veo negocios que estaban abiertos desde que yo era niño y que ahora están cerrando. Allí abrirán en unos meses franquicias que nada tienen que ver con Córdoba. Tiendas que se gastan un dineral en reformar el local y cambiarlo para, a los seis meses o dos años, echar todo eso abajo de nuevo porque viene otra franquicia distinta.

P. La última baja ha sido Gaudí.

R. Allí tenía yo una tertulia los martes con Carmelo Casaño, Arturo Ramírez y Tomás Egea para tomar café con churros a la que yo llamaba la tertulia churrigueresca. Pero también ha caído Gaudí...

P. ¿Qué tiene esta ciudad que duele y ata?

R. De esta se dice, como de otras muchas, que se entra llorando y se sale llorando. Aquí la vida, en general, puede ser grata. Y puedes ir andando a todas partes.

P. Bueno, pasear ahora por el casco viejo puede ser una aventura con todas las nubes de turistas. ¿Qué opina de esta gran industria de la ciudad?

R. El turismo es una industria que, por decirlo así, me genera dudas. Trae dinero y estropea cosas. Pero lo importante es que puede ser efímero. ¿Qué pasará cuando Túnez y el resto de países del Mediterráneo se normalicen? Ahora mismo estamos en un momento privilegiado porque están cerrando todos los destinos que nos hace competencia y dejándonos solos.

P. ¿Y cómo cree que gestiona la clase política esta ciudad?

R. Siempre he considerado que una pasada por la izquierda era necesaria, tanto en Córdoba como en el país. En Córdoba hay gente de izquierdas de muy buena voluntad. A Pedro García le digo yo cariñosamente mi teniente, por ser primer teniente de alcalde (risas). Pero la verdad es que, en general, nuestros políticos están por debajo de las necesidades.

P. La semana pasada entrevistamos al sociólogo Manuel Pérez Yruela y él echaba en falta un mayor grado de selección interna en los partidos a la hora de seleccionar cargos.

R. Históricamente vemos cómo la gráfica ha ido bajando. Empezó en un punto muy alto con UCD en la Transición, cuando en todas las instancias solía haber cabezas formidables. Pero claro, las mejores duraron -o duramos- poco y con el tiempo, la mayoría volvió a sus despachos, a sus clínicas, a sus cátedras.

P. ¿Porque el propio sistema de partidos les va desplazando? ¿Porque las alegrías son pocas? ¿Porque se ha profesionalizado todo?

R. Hay gente presumida y gente que no lo es. Antes ser político significaba ser alguien: te cedían el asiento y los policías te saludaba poniéndose firmes. Quieras o no, a algunos esos detalles les alentaba. Pero de eso -que es un poco exagerado- hemos pasado a políticos que casi tienen que esconder que lo son.

P. Tampoco dice mucho de este país.

R. No, no dice mucho de nosotros.

Con excepciones, en la clase política hay poco nivel

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