Juan Manuel Laborda: “La sociedad es ciega para muchas cosas”
La entrevista que podrá leer a continuación habla mucho de lo que España está viviendo en los últimos días: ayuda y cooperación. Juan Manuel Laborda Oñate (Caravaca de la Cruz, 1957), reputadísimo oftalmólogo y director médico del Hospital Arruzafa, ha estado hasta en 31 ocasiones en lugares como Tanzania, Madagascar, Guinea y Benín en viajes de cooperación para mejorar la vista de la población local. De esas experiencias promovidas por la Fundación Arruzafa da buena cuenta en el libro recién publicado Angalia Mwanga -más adelante sabrán su significado- compuesto por infinidad de relatos e imágenes que realmente estremecen.
En esos cuatro lugares de África, la Fundación Arruzafa ha conseguido levantar cuatro clínicas de operación donde en cada expedición los médicos voluntarios operan a residentes, proveen de gafas a quienes las necesitan y realizan una visión oftalmológica a decenas de pacientes. La vida de Laborda siempre ha estado relacionada con la oftalmología. Desde su nacimiento. Llegó a Córdoba para su formación como Médico Interno Residente (MIR). De eso hace ya varias décadas. Pero el discurrir de la vida lo llevó a fundar el Hospital Arruzafa en 1993, un referente nacional en la rama de la oftalmología. Con 67 años sigue pasando consulta y le gustaría volver a participar en una expedición, pese a que familiares y personal médico no se lo recomiendan y aunque sabe que otras generaciones vienen achuchando.
Pero él entiende la cooperación como un estado de ánimo, una actitud y un compromiso.
PREGUNTA (P). Antes que nada, enhorabuena por esa distinción como Hijo Predilecto de Caravaca de la Cruz.
RESPUESTA (R). Muchas gracias. No me lo esperaba, desde luego, por lo que ha sido una sorpresa y algo emocionante que mi pueblo me haya reconocido así. Se pensaba que mi lugar de nacimiento era Madrid, pero no. Y en Córdoba llevo ya 40 y tantos años.
Me veía haciendo Medicina y Oftalmología, pero no creando un hospital
P. ¿Sigue teniendo familia en Caravaca?
R. Sí, primos ya mayores y sobrinos, y cuando vamos allí, lo festejamos. No voy todo lo que quisiera, pero sí viajo dos o tres veces al año.
P. Acaba de publicar el libro Angalia Mwanga (Mira la luz, en suajili) y lo inicia diciendo que nunca pensó que haría un hospital, ni que sería su director, ni que presidiría una fundación. ¿Cómo se veía entonces?
R. Pues haciendo Medicina y Oftalmología, pero no que llegaría a esto. Empezamos con una clínica pequeña, aunque bastante suficiente. Queríamos ser independientes y tener un quirófano, pero hemos ido creciendo hasta que esto se ha convertido en un disparate. Vamos, en un disparate de gestión porque aquí trabajan 150 personas de todas las especialidades, además de hacer investigación. Actualmente, tenemos en marcha 23 ensayos clínicos internacionales. Nunca hubiera pensado que podíamos llegar a esto, pero es así.
P. ¿Procede de familia relacionada con la Medicina?
R. Bueno, nací en un sanatorio oftalmológico, en el de mi tío abuelo. Antes se parían en las casas, pero como él tenía un sanatorio con camas, mi madre fue allí a dar a luz. Recuerdo que en los veranos en los que mi familia y yo viajábamos a Caravaca, me iba al sanatorio y me metía por el quirófano. Me escondía por allí. Cuando todo el mundo quería ser torero o bombero, yo, oculista. Recuerdo que la gente decía: “Pero a este niño, ¿qué le pasa?”. Luego, cuando entré en Medicina en Madrid, prácticamente era el único que tenía claro qué especialidad quería hacer, mientras que todos mis amigos y compañeros estaban por desarrollarse. Yo lo tenía claro desde el principio.
P. ¿Qué es lo que le llamaba la atención para tenerlo tan claro?
R. Bueno, posiblemente el hecho de nacer allí, ver desde lejos muchas curas y observar cómo venían pacientes con el ojo tapado y mi tío los destapaba y los curaba. Eso, posiblemente, me enganchó.
Es impactante ver a personas que simplemente necesitan gafas y no tienen acceso a ellas
P. La carrera la estudió en Madrid, pero luego recaló en Córdoba.
R. Sí, para hacer el MIR. No conocía Córdoba y fui yo quien elegí hacerlo en esta ciudad. Lo que tenía claro es que no quería ni una gran ciudad ni quedarme en Madrid. En el año 1981, el Hospital Reina Sofía era un centro grande y moderno, y por eso lo escogí. En principio quería hacer aquí la especialidad y, después, irme a Murcia y Alicante. Vine para cuatro años y me quedé. Más tarde surgió la oportunidad de montar lo que hoy es ya un hospital y aquí estamos.
P. Y tras el hospital vino la Fundación. ¿Por qué se decide dar el salto y hacer cooperaciones internacionales?
R. Es la evolución natural. Conocimos a unos sacerdotes espiritanos que trabajaban en Tanzania y les preguntamos si necesitaban oculista, y me dijeron que sí, que necesitaban de todo. Hicimos un primer viaje que fue encontrarnos con una realidad. Vivir eso fue una experiencia impactante. Empezamos a ir y se ha convertido en una costumbre y en una actividad más del hospital.
P. ¿En qué sentido impactante?
R. En todos. No estamos acostumbrados a lo que hay allí, aunque todos mis compañeros y yo ya estamos hechos a esa forma de vida, a esas necesidades y a esa incapacidad para resolver muchas cosas. Es impactante ver a personas que simplemente necesitan gafas y no tienen acceso a ellas o mujeres sin fuente de ingresos. Allí, ellas, en su mayoría, se dedican a la costura. En cuanto sufren de vista cansada y no tienen gafas, no pueden trabajar. Llevándoles de aquí unas gafas que al por mayor te cuestan dos euros les solucionas la vida.
P. En el libro hace alusión de trapicheos de gafas en esas zonas.
R. Sí, sí. Determinados segmentos de la población se aprovechan de la necesidad. La vida misma. Incluso nos sorprende que, a veces, damos unas gafas a alguien necesitado y a los tres días las vemos en el mercadillo a no sé cuántos euros. Las venden porque prefieren ese dinero a la necesidad de solventar su problema de visión.
Es indispensable la presencia de los misioneros en los países africanos
P. La primera cooperación en Tanzania fue montar una consulta de oftalmología. ¿Un proyecto grande para ser el primero?
R. Sí, pero es necesario, como lo es darnos a conocer entre los locales, los mandamases de allí, del tipo que sea, porque tienen que colaborar con nosotros y ayudarnos. Eso es fundamental. Hablamos con ellos para saber de qué disponen o si tienen instalaciones. También tenemos que buscar dónde alojarnos y preparar las lista de espera de los pacientes de 150 en 150.
P. Alude a la dificultad de recibir abrazos.
R. Sí, no saben. Al principio me llamaba mucho la atención la actitud de la gente. Cuando a las personas les dábamos unas gafas, las operábamos o les curábamos una infección, mantenían una actitud muy silenciosa y muy distante, pero la explicación es fácil. Para ello, no somos médicos, sino brujos. Brujos blancos. Independientemente de esto, lo que nos importa a nosotros es solucionar su situación: que vean lo mejor posible, que se pongan las gafas y se echen las gotas. Respeto esa distancia. Esto ocurre principalmente en poblados y lejos de la capital También hay personas, aunque son las menos, que sí saben lo que es un médico.
P. ¿Y son buenos pacientes?
R. (Ríe) Muchísimo mejor que los de aquí. Además, no se quejan por nada, estén como estén. Lo asumen bien.
P. Son pacientes resignados.
R. Así es. Resignados a la enfermedad y al fallecimiento. También sorprende mucho ver la muerte de personas jóvenes o de niños. El duelo dura 24 horas y luego vuelve todo a la normalidad, entre comillas.
Los masáis no tienen acceso a medicinas, pero sí a móviles
P. Habla también de cómo los masáis abandonan a sus familiares cuando presienten su muerte.
R. Así es. En ese aspecto, los misioneros cada vez están haciendo más cosas para evitarlo. También sigue existiendo la figura del masái con cuatro o cinco mujeres, pero los sacerdotes no se meten en eso. Pero es cierto que ya hay una evolución en el sentido de que esas costumbres, como abandonar a sus moribundos, ya no la llevan a cabo porque han aprendido de los misioneros a que eso no se puede hacer. Sin embargo, en los poblados más lejanos sí se sigue haciendo porque creen que si muere alguien cerca de ellos, le va a pegar o contagiar esa muerte.
P. También ha visto a bebés abandonados en el hospital.
R. Eso es muy duro, aunque fueron casos aislados. Lo primero que quieres hacer es adoptarlos, pero eso es imposible.
P. ¿Qué concepto tienen ellos de familia?
R. Creo que es un patriarcado potente. El padre manda muchísimo y las madres, no, lamentablemente. Y los niños, hasta que son adultos, son dirigidos con mano de hierro. Es duro, pero es así. Es otra cultura y otra educación, pero todo va avanzando muy poco a poco. Por eso es indispensable la presencia de los misioneros en los países africanos. Lo que menos les importa a estos voluntarios es que vayan a misa. Lo principal es la educación y la sanidad. Darles a los niños cultura, que tengan sanidad y acceso a alimentos adecuados y a medicinas. Eso es lo que más avanza.
P. ¿A qué tipo de sanidad tienen acceso?
R. En líneas generales, a ninguna, salvo en los poblados grandes. Cualquier pueblo pequeño que está en la sierra o metido en un valle o en una selva solo tiene acceso a los curanderos de la tribu.
En el Sáhara conseguimos tratar a pacientes, pero estar allí no tenía futuro
P. ¿Ha tenido alguna vez la sensación de estar ante una sociedad sin futuro?
R. Sí, pero se va avanzando. Mira, cualquier masái ya tiene móvil.
P. ¿Y dónde cargan sus baterías?
R. En las casas de los misioneros. Los sacerdotes tienen grandes regletas que cargan con energía solar. Cuando termina la tarde, los masáis llegan y cargan sus móviles. Mientras que hay 15 o 20 teléfonos cargando, se montan tertulias.
P. ¿Cuándo comenzaron a llegar los móviles a esta tribu?
R. Pues hace unos diez años. No tienen acceso a medicinas ni a otras muchas cosas, pero sí a móviles porque hay quien gana dinero vendiéndolos.
P. Ha estado en Tanzania, Madagascar, Benín y Guinea. ¿Por qué no funcionó en el Sáhara?
R. Bueno, aunque sea duro decirlo, los primeros que no están interesados en solucionar sus problemas son ellos, porque no se sienten que sea su tierra y reivindican -con seguridad y razón- volver; volver a lo que era el Sáhara español. Hemos visto a la organización Ingenieros sin Fronteras cavar un pozo que después ha sido tapado por personas de allí. Ellos quieren volver. Entonces, es muy complicado. Todas las consultas desaparecieron, no sé si porque alguien las vendería. Hay muchas ONGs que están continuamente apoyando a esta población. Cuando se levantan cada mañana tienen comida, butano, de todo… Pero tampoco tienen ganas de prosperar porque no quieren estar allí. Conseguimos tratar a pacientes, pero no vimos que aquello tuviera futuro.
Una misión cuesta 15.000 euros; una cifra ridícula para todo lo que hacemos
P. ¿Le dio cierta sensación de fracaso o tristeza?
R. Sí, indudablemente, pero te haces a todo.
P. ¿Cuál ha sido el terreno más adverso?
R. Benín, que está en el Golfo de Guinea. Fuimos cinco veces y en la sexta expedición, los militares nos echaron, a pesar de que teníamos todos los permisos. Nos echaron por denuncias del Colegio de Médicos de allí por una soberbia injustificada. A mí me parece muy bien que cada Gobierno vigile a las entidades que llegan, como nosotros, y que exijan titulaciones y formación. Los gobiernos locales tienen que asegurarse de eso porque también ha habido abusos y gente que no está bien formado a hacer negocio. Es duro lo que estoy diciendo, pero ha sido así. Para cuando hicimos esa sexta expedición, nosotros ya teníamos todo montado y habíamos cosechado éxito; solo había que preguntárselo a los ciudadanos. Nos llevamos un buen susto al ver a militares armados a las 1:00 que nos obligaron a montarnos en camiones para llevarnos al aeropuerto. Fue un disgusto tremendo. Me parece bien que se cercioren de que la gente que va es seria y está bien formada, pero ya hay países que no nos dejan entrar porque las autoridades locales dicen que no necesitan “al blanco”. Hay misioneros que nos piden ir a determinados sitios y nosotros les decimos que sí, pero con todos los permisos. Nosotros no podemos ir con una maleta y disimular.
P. No sois abogados.
R. Claro. Nosotros vamos cargados de todo. Entonces, tenemos que ir con todos los permisos. No nos vale el del alcalde local. No, no, tiene que ser el permiso del Gobierno.
P. ¿En qué países no os dejan entrar?
R. En Perú, los jesuitas, que son una congregación potente y fuerte. Los misioneros querían que fuéramos a Ayacucho, a 3.500 metros en Los Andes. Se trata de una población donde hay muchas cataratas debido a la luz solar y a que no tiene acceso a cirugía. Luego te vas a la capital y es otra cosa. Pero no hemos ido porque las autoridades no nos han dado los permisos. Eso no se entiende. Eso se llama soberbia. Hemos intentado también en Malawi, donde ahora hay problemas, pero es un lugar al que hemos ido 14 veces.
Los primeros años nos íbamos con la sensación de dejar sola a la población
P. ¿Por qué?
R. Por el cambio de gobierno. Todo se resume en una frase: “No necesitamos a los blancos”. Nosotros sobramos. Yo he discutido con la gobernadora de la región y le he dicho que, vale, que no nos dejan entrar, pero de sus médicos, ¿quién va a esa estepa? Ellos están en la capital con sus consultas privadas ganando su dinerito y no van a 800 kilómetros de distancia. Entonces, las tribus que hay por allí, los masáis, no tienen acceso a muchas cosas.
P. Comentaba que cuando viajan no pasan desapercibidos por todo el aparataje que llevan. Pese a ello, ¿han sufrido falta de medios en el destino?
R. El primer viaje siempre es el más complicado porque tenemos que mandar por transporte los aparatos que son más grandes. Después, solo llevamos aparatos portátiles en las maletas, además de colirios, medicinas, gafas y demás. Eso lo transportamos y lo tenemos muy bien organizado. El viernes volvió un equipo de Madagascar donde hemos estado 13 o 14 veces.
P. ¿Cuánto supone cada misión económicamente?
R. Baratísimo.
P. ¿Cuánto?
P. Pues, a lo mejor, 15.000 euros. Si esta campaña la haces en España es mucho más cara porque hay nóminas, que eso es lo más caro de todo. Por 15.000 euros operas a 150 personas, pones 500 gafas, ves a 1.000 pacientes y compras los billetes de día y vuelta. Es una cifra ridícula para la cantidad de cosas que haces. Pero, claro, es que no hay nóminas.
P. ¿Recuerdas quién fue el primer paciente de tu primera expedición?
R. (Duda) No.
Para trabajar en la sanidad tienes que tener una actitud potente
P. ¿Y las operaciones más complicadas?
R. Quizás las cataratas porque las hay muy muy maduras. Aquí es difícil que veamos ya cataratas de ese nivel porque la gente se ha intervenido antes. Y allí es práctica habitual. De hecho, en el libro tengo un protocolo para cirugía de cataratas “africanas”, entre comillas, porque son muy maduras. En ese protocolo abordo cómo hay que afrontarlas para tener las menos complicaciones posibles.
P. ¿Estas son las dolencias más comunes?
R. Sí. También cuento en el libro otra enfermedad que se produce, principalmente en niños, debido a que se frotan mucho los ojos. A los adultos les puedes explicar que no lo hagan, pero los niños no lo entiende. Con ese frotamiento se desgasta la parte anterior del ojo, la córnea. Cuento una anécdota y es que una vez unos curas me pidieron que diera una charla para que los niños no se frotaran los ojos. Dije que sí, así que se me ocurrió contarles lo que nos decían nuestros abuelos: “Cuando te quieras rascar, hazlo con el codo”. Y todos los niños se rascaron entre ellos. Ahí se acabó la charla (ríe). A ello se suman que no tienen recursos preventivos. En las capitales un poco más grandes sí hay farmacias, dispensarios, cierta cultura y acceso a la medicina, pero cuando más nos alejamos de estos centros sanitarios, es más difícil que eso ocurra.
P. Ha llegado a operar a un hombre de 111 años.
R. Sí, sí. Ha sido el paciente más longevo. Combatió en la Primera Guerra Mundial. Entonces, los alemanes estaban en Tanzania. Cuando lo vimos le calculamos esa edad. Esa longevidad se explica porque mientras no llegue “el blanco”, hacen una vida muy sana por la alimentación y el ejercicio. Andan mucho y no tienen drogas ni alcohol. Si no mueren por accidentes, por infecciones o por algún proceso, son pacientes muy longevos.
P. ¿Qué salud ocular tienen los más pequeños?
R. Bueno, la proporción de nacimientos con enfermedades congénitas es la misma que la de aquí. La diferencia es que aquí se intervienen y allí, no. La ceguera se produce por infecciones potentes por parásitos y gérmenes.
P. ¿Por el clima, agua insalubre…?
R. Sí. Allí no tienen agua sanitaria y usan la de los charcos. Esas infecciones las tendríamos aquí si no tuviéramos agua. Allí ves muchos ojos destrozados por procesos infecciosos.
En la cooperación hay que ser prácticos y veraz consigo mismo
P. ¿Se ha sentido alguna vez desbordado?
R. No. Creo que no tienes tiempo ni para pensar. Me acuerdo que los primeros años salíamos derrotados y fatigados, anímicamente y en todos los sentidos. Recuerdo que nos íbamos llorando y con la sensación de dejarlos solos. Pero en la vida te curtes para todo. Al final, después de vivir muchos viajes aprendes a no arrastras. Si no, es muy difícil cualquier profesión sanitaria. Tienes que intentar evitar llevarte los problemas a casa. Si lo haces aquí, no puedes hacer una sanidad adecuada. Pues allí, igual. Entonces, al principio, me acuerdo que partir era muy duro por la sensación de dejar solos a los misioneros y a toda la población, pero luego te curtes. Tú tienes que procurar hacer tu actividad lo mejor posible durante el tiempo que estés allí. Y ya está. Y cuando te vuelves, pues operas en un quirófano magnífico y tienes comida.
P. ¿Ha necesitado alguna vez apoyo de algún profesional?
R. Bueno, aquí sé más o menos cómo respira todo el mundo, pero para trabajar en la sanidad tienes que tener una actitud potente y es así. Si no, es muy difícil llevar nuestra profesión y afrontar grandes cirugías o casos difíciles. Tienes que procurar que no te afecte en tu vida, aunque al principio sí ocurre eso. Pero te haces a ello porque debe ser así.
P. Hablamos del regreso pero cuando partía, ¿qué parte de su vida guardaba en la maleta?
R. La seguridad y los amigos y la familia que te apoyan y que te ayudan a que partir sea fácil. Además, la ilusión hace mucho. Si vas a un sitio nuevo, pues la ilusión es mayor por saber cómo es ese lugar, cómo está la población, qué va a necesitar…
P. ¿A qué le ha costado más acostumbrarse cuando se ha ido de cooperación?
R. Estamos curados de espanto y sabemos lo que tenemos que hacer y no hay problema. Recuerdo que en Madagascar el agua de la ducha era fría y cuando llegabas después de estar todo el día trabajando y te bañabas con esa agua… Te quedabas congelado. Luego conseguimos que pusieran un termo.
P. ¿Y los mosquitos?
R. En mi caso, funcionaban los repelentes y las pulseras. A lo mejor, después del viaje te habían picado tres o cuatro veces, y con ello es muy difícil que cojas la malaria.
Paso mucha envidia cuando no voy a las expediciones
P. ¿Cuándo se ha sentido más vulnerable: cuando sufrió la crisis de salud de 2021 o ante el episodio con los militares que me contaba?
R. Uf, es que eso último fue muy duro. Los militares entraron de malas maneras. Tuvieron el mal gusto de llevar dos camiones armados hasta las trancas y meter en uno a los hombres y en otro, a las. Entonces, nos temimos lo peor y no, no pasó nada. Lo que me ocurrió en 2021 fue toda una sorpresa. Se me descubrió por casualidad una malformación congénita en la aorta. Nadie se explica cómo he llegado hasta aquí porque es prácticamente incompatible con la vida. Se puede vivir unos cuantos años, pero ya está. Entonces llegar a mi edad, con una malformación de ese tipo, habiendo hecho la mili y participado en el equipo de fondo de Medicina de Madrid... Mi organismo se ha habituado y ha buscado maneras de defenderse sin que diera la cara en ningún momento. Recuerdo que cuando nos dieron el préstamo para hacer la clínica me hicieron muchos chequeos y no se detectó nada
P. ¿Y cómo fue eso de convertirse en paciente?
R. Bueno, lo llevé bien. Tuve que entrar en el quirófano y mi gente estaba más preocupada que yo mismo porque, si estás más o menos bien, no te das cuenta. Pero, afortunadamente, todo está bien.
P. Después de 31 expediciones, ¿qué no le ha dejado de sorprender?
R. La actitud y la felicidad de la gente de esas zonas. Tienen muchas necesidades, pero, aún así, viven muy felices como norma general. Y yo sigo aprendiendo de ello.
P. ¿Le ha cambiado su visión de la cooperación en todos estos años?
R. Sí, porque la conozco mejor. Me doy cuenta de lo que hay, de que hay organizaciones que no hacen las cosas como deberían hacerse y que hay mucho maleante. También en cooperación.
P. A colación de esto, me remito a una frase del libro que dice lo siguiente: “La ilusión sin solución solo deja decepción”. ¿Se ha idealizado el voluntariado?
R. Bueno, yo creo que nadie de mi equipo lo ha idealizado. En la cooperación hay que ser prácticos, buscar resultados y ser veraz consigo mismo, con lo que haces y con esos medios.
Viviendo experiencias de cooperación te haces más religioso
P. ¿Y cómo influyó la pandemia en este trabajo tan importante de la Fundación?
R. Estuvimos dos años parados. Ni se nos permitía ni se nos autorizaba ir. Si esa es la exactitud para con “el blanco”, durante la pandemia, mucho más. Y se moría mucha más gente allí porque no tenían acceso a muchas cosas. Sin embargo, nuestra entrada estaba prohibida.
P. ¿Cuándo consiguieron retomar las cooperaciones?
R. Hace dos años. Actualmente, no tenemos ningún grupo y el próximo viaje será a Guinea.
P. ¿Se embarcará en esa expedición?
R. Me gustaría. Yo quiero ir siempre y paso mucha envidia cuando no voy. También acepto que es ley de vida, pero yo no estoy cansado de ello. Son los médicos quienes me lo tienen ya desaconsejado.
P. ¿Y les va a hacer caso?
R. Pues no lo sé (ríe). Pero también están mi mujer y mis hijas, y eso ya es otra historia. A ellas les temo más que a los médicos.
P. Una de sus hijas ha estudiado Oftalmología.
R. Sí, y está trabajando en el hospital. Siempre estaré agradecido porque una de mis tres hijas haya estudiado lo mismo que yo.
P. Es imposible desligar este libro sin su religiosa debido a las múltiples referencias. ¿Cuántas veces le han salvado sus creencias?
R. Bueno, creo que solo hace falta tener necesidades o pedir auxilio para acordarte de Dios o pedirle ayuda para que una cirugía te salga bien o para que ayude a determinado paciente. Viviendo estas experiencias te haces más religioso y necesitas más ayuda. Es normal, ¿no? Aquí lo tenemos todo mucho más fácil.
Ser del Atleti me hace que esté acostumbrado a las derrotas
1