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Poesía y flamenco resistente al daño

Rocío Márquez en la presentación de 'Daño', de Antonio Manuel, en Cosmpoética | TONI BLANCO

Juan Velasco

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Tiene razón el escritor y profesor Antonio Manuel cuando dice que a un chaval joven no se le puede explicar lo que es el hambre hablándole del campo o de la mina. Que el flamenco de hoy debe incluir el léxico de hoy y que el flamenco, como arte nacido en los márgenes, en la periferia, no tiene más remedio que innovar para no fosilizarse.

La cantaora Rocío Márquez, a su lado, observaba con atención al profesor mientras éste expresaba esta idea. Era en la rueda de prensa de presentación de Daño (Utopía Libros), el poemario jondo que ha plasmado sobre el papel lo que empezó como un juego entre ambos y que ha acabado cristalizado también en un espectáculo híbrido de poesía, cante, toque y danza flamenca, que se ha estrenado este lunes en el marco de Cosmopoética 2020.

“Tras escribir Arqueología de lo jondo tenía una doble obsesión: por un lado, actualizar la literatura flamenca; y por otro, conseguir que los poetas contemporáneos se preocupen por la poesía y métrica flamenca”, explicaba Antonio Manuel, que rápidamente encontró una aliada en la cantaora onubense, que precisamente llevaba un tiempo incorporando en sus discos letras propias y textos de autores a priori alejados de la poética flamenca, como Antonio Orihuela.

Ambos comenzaron entonces un diálogo a través de la red social Instagram. El escritor le mandaba unos versos y la artista le devolvía una nota de audio adaptándolos a la métrica flamenca. De aquel juego -“regalos” lo ha catalogado Márquez- surgió un poemario que no solo ofrece versos inéditos dispuestos para ser interpretados por palos flamencos de toda la vida (seguiriya, solea, tarantos, cantes de ida y vuelta), sino que va un paso más allá e inventa un palo nuevo: la haikirilla.

“Es una mezcla de haiku y una seguiriya”, ha explicado Antonio Manuel, firme defensor de la innovación en el arte flamenco. “El flamenco es rebeldía. Si lo conviertes en un fósil, ¿cómo vas a llegar a la gente joven? No hay más remedio que innovar”, ha añadido al respecto. A su lado, Márquez ha dibujado un el flamenco como un viaje en el que tan importante es la tradición como la experimentación.

“El arte tiene que estar vivo y para estar vivo tiene que caminar en el día que vivimos”

Lo dice una artista que siempre será una moderna en los tablaos y peñas y una antigua en los festivales de modernos, pero que es, a la vez, una de las escasas voces españolas que goza de la misma autoridad en un sitio que en otro. Aún así, ante la enésima pregunta sobre el purismo y la vanguardia, se ha tomado su tiempo para responder.

“Me da el mismo miedo que se pierda el sentido profundo de la tradición, como que al reproducir los mismo modelos siempre estos pierdan sentido. El arte tiene que estar vivo y para estar vivo tiene que caminar en el día que vivimos”, ha sentenciado, no sin antes recordar que los discos más devueltos de la historia del flamenco son aquellos que abrieron una brecha en la tradición para que se colara la luz de lo contemporáneo.

Media hora después, de negro impoluto, Antonio Manuel está en el escenario del Teatro Góngora. El profesor recita versos de su poemario o deja que los cante Rocío mientras el guitarrista Miguel Ángel Cortés dibuja desde el mástil algunos acordes flamencos. También los zapatea el bailaor Alejandro Rodríguez, capaz de ponerle cuerpo y sudor a los textos de un libro escrito en andaluz, para que sea cantado de memoria, como las canciones populares que copan gran parte del mercado del flamenco todavía hoy, en pleno siglo XXI.

En este sentido, el profesor reconoce que, en una música tan compleja, quizá la letra sea “lo menos revolucionario de todo” y quizá eso explique porque persisten como algo canónico vicios y letras que datan de hace uno o medio siglo. Márquez, que opina que “la poesía popular del flamenco es sublime porque ha conseguido pasar el filtro del tiempo”, señala que puede que sea tan tan buena, que hasta pese demasiado para aquel que busca andar por el sendero de lo desconocido.

“La línea de lo popular camina maravillosamente bien sola. Hoy hay cantaores en una línea más ortodoxa que conservan esas letras y que son prodigios. Y luego existe otro tipo de búsqueda que parte de ahí y que coge lo que tiene a mano”, ha reflexionado la cantaora, que ha recalcado lo importante que es en el flamenco “la primera etapa de imitación y reproducción”, hasta que uno canta algo que “le pincha en la boca”.

“Se están creando bancos de alimento para flamencos que no pueden comer”

Y por la boca vive el flamenco, uno de los sectores más maltrechos por los efectos de la pandemia del coronavirus. En este ámbito, Antonio Manuel reconocía la carambola que era publicar un poemario jondo titulado Daño en este 2020, en el que el mundo de la creación está sufriendo de manera calamitosa y en el que, a pesar de ser refugio, la cultura sigue siendo “el último eslabón de todos los presupuestos”.

“Pero, mas allá del lenguaje económico, hay mucha gente que solo come de tocar. Se están creando bancos de alimento para flamencos que no pueden comer. Y cuando ves eso, te das cuenta de lo maltrecho que está el sector y de que el flamenco, que nació de la periferia, sigue en la marginación”, ha lamentado el escritor.

A pesar de ello, el último mensaje lanzado ha sido optimista. “El flamenco está hecho de resistencia. Nuestra seña de identidad es la supervivencia”, ha dicho Antonio Manuel mientras Márquez asentía a su lado.

Así es. El flamenco es un arte resistente al daño.

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