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De los tiempos en que el Concurso de Cruces diera vida a los patios

Cruz de Mayo en 1956 - Ladis

Rafael Ávalos

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Celebra el Concurso de Patios una de sus ediciones más especiales -si no la que más- durante estos días -hasta el 16 de mayo-. Básicamente porque alcanza su centenario, al que llega el certamen pese a que ésta es la octogésima vez en que tiene lugar. La principal razón de la discordancia en este sentido es la tardanza con que arraigara la fiesta en la ciudad. Un motivo éste que propiciara diversas interrupciones a lo largo de la historia. O que también provocara que, en determinados momentos, el evento que ahora es considerado uno de los esenciales -o quizá el más destacado- de la ciudad se desarrollara y al tiempo no. Con más precisión, en el último siglo existen años en los que en realidad los recintos típicos de las tradicionales casas fueran sólo parte de otra festividad. Se trata en concreto del Concurso de Cruces, que por ejemplo en 1925 recuperara el Ayuntamiento pero con los espacios floridos como escenarios.

La iniciativa del Consistorio, entonces bajo mando de Francisco Fernández de Mesa Porras, de crear un certamen de patios obtuvo una mínima repercusión en todos los sentidos. Ocurrió en 1921, tras lo cual el Ayuntamiento optó, también por la delicada situación económica de la capital, por desechar la propuesta en años siguientes. Hubo que esperar a 1933 para que Córdoba volviera a vivir, aunque sólo hasta 1936 y en la etapa más convulsa de la Segunda República, su Concurso de Patios. Con todo, antes del breve retorno los recintos abiertos de las viviendas tuvieron su presencia dentro de un Mayo Festivo que en nada tenía que ver con el actual. Fue en 1925 cuando, con José Cruz-Conde Fustegueras en la Alcaldía, se produjo la recuperación del Concurso de Cruces. Significaba la rehabilitación de una tradición perdida, que entonces se unió a la costumbre de vida en las casas de mayor tipismo.

Partió la idea del éxito logrado por el Real Centro Filarmónico en 1924, año en que la institución colocó un monumento floral en su sede entonces, el palacio de los Páez de Castillejo. Además se tenía la pretensión de realzar el valor de los patios. En cualquier caso, en 1925 se retomó la celebración de Cruces en los recintos abiertos de distintas viviendas o edificaciones. “Los más clásicos patios cordobeses cobijan este año, fieles a una tradición que nunca debió perderse, portentosas cruces exornadas con las flores más bellas”, recogía el histórico periódico La Voz del acontecimiento. Los bailes eran animados y se prolongaban hasta la madrugada de cada día, por ejemplo, en el citado escenario hogar del Real Centro Filarmónico. Aquella semilla germinó con fuerza y un año después, en 1926, la participación se duplicó.

A todo esto, en el comienzo de esta singladura, fue la Cruz de la Juventud Recreativa la que consiguió el primer premio. El monumento se situó en el número 1 de la calle Ocaña, en el barrio de San Agustín. Una vía ésta que después tuvo notoria presencia en el Concurso de Patios -lo que sucede hasta la fecha-. En 1926, por cierto, fueron hasta 40 las instalaciones por toda la ciudad con motivo de un certamen que en 1929 ganó más protagonismo si cabe con la visita de Miguel Primo de Rivera. El militar, que mantenía el poder tras su golpe de Estado en 1923 -con la connivencia del Alfonso XIII, rey en la época-, había recalado en Córdoba el 5 de mayo de ese final de década, un hecho del que se hicieron eco los medios de comunicación. Curiosamente, en auge aparente pese al descenso progresivo de inscritos, la fiesta concluyó en esa edición. El principal galardón recayó en ese momento para un particular, Pedro Guarnido, con su monumento en la calle Goya -en la Huerta de la Reina, fuera del casco histórico-.

Con la desaparición del Concurso de Cruces en este formato, los patios volvieron a un segundo plano del que sólo salieron, en efecto, entre 1933 y 1936; con un retorno más que efímero en 1939, y al fin a partir de 1944, año en que comenzó definitivamente la andadura sin interrupciones del certamen de Patios. Aunque existen dos matices para esta última afirmación. Por comenzar por el más sencillo, en 2020, como se sabe, la pandemia de Covid-19 impidió la celebración, que se trasladó pero de otra forma -esto es sin reparto de premios, sin ir más lejos-. Muchísimo antes, en la primera mitad de la década de los cincuenta del siglo pasado, el Ayuntamiento apostó nuevamente por la reconversión de la fiesta tal y como ocurrió entre 1925 y 1929. El bastón de mando lo tenía en 1953 Antonio Cruz-Conde y Conde, sobrino por cierto del antes mencionado José Cruz-Conde Fustegueras. Fue él, que al poco se convirtió en el gran impulsor del evento de las tradicionales casas, quien tomó la medida.

Se sitúa la acción en 1953, año en que de nuevo el Concurso de Cruces se trasladó a los patios en lo que, esta vez sí, permitió una revitalización del certamen que hoy día cumple su centenario. Entonces aparecían espacios de gran relevancia en el futuro Concurso de Patios. Buen ejemplo de ello se encuentra en el número 15 de la calle Badanas, en San Francisco y que se convirtió en uno de los más premiados a lo largo de los años en la principal cita de la ciudad. Aunque entonces se alzó con el máximo galardón el monumento erigido en el 30 de Montero, una vía imprescindible para saber de la historia de estas costumbres. El anterior fue segundo y en tercer lugar terminó el 9 de Enmedio, otro escenario emblemático. La acogida fue tan positiva que en 1956, después de tres exitosos años, el Ayuntamiento recuperó una fiesta que, a lo largo de los decenios, sufrió muchas variaciones pero no dejó de crecer hasta ser lo que es en la actualidad.

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