Los que nunca se rinden
La decepción estremece. La realidad atormenta de nuevo. Surgen pensamientos. Otra vez son inquietantes. Como un escalofrío, la posiblidad recorre sus cuerpos. Sobrecogidos permanecen después del impacto. A borbotones, de golpe y porrazo, sangran desilusión. El dolor es profundo. Tan grande casi, o quizá igual sin más, que su cansancio. Por delante tienen otras más de ocho horas de viaje. Atrás les es imposible dejar la derrota. Ésta duele más después de ofrecer una lección de sentimiento y sacrificio. En León, la pesadumbre sobrevuela a los que nunca se rinden.
Sus corazones laten por él. Y él respira gracias a sus pulsaciones. El Córdoba cae, pero siempre se levanta. Lo hace porque tiene a quienes le tiendan sus dos manos y no una. Es lo que probablemente les conceda un respiro antes del largo regreso a casa. A ello han de aferrarse, y a la identidad de padecimiento orgulloso y triunfal de su club. Si no lo hacen tras serle apuñalada la esperanza, seguro que sí al día siguiente. Es entonces cuando todos, unos a otros y en conjunto, deben sanar las heridas causadas por la Cultural. La permanencia vuelve a quedar lejos. No tanto y a la vez a una distancia que provoca pánico.
Final. El seísmo es brutal. Sienten vértigo. El abismo está tan cerca que asusta. Pero no importa. Algunos de ellos, o ellas pues no importa el género -la pasión no lo tiene-, tienen un triste brillo en los ojos. Lágrimas recorren sus pómulos. ¿Y qué? “Sí se puede, sí se puede”, cantan. Del anfitrión ya casi nadie le representa en el césped. El Córdoba, el huésped herido sigue y regresa. “Sí se puede, sí se puede”, incluso después de que parezca que no. El aliento nunca se les termina. Puede ser que sepan que el suyo es el de su equipo. Como el latido de sus corazones es la vida del club. Ahora más que nunca.
Sufren y al tiempo curan. Alivian la tristeza, o la frustración o lo que quiera que pese a sus jugadores. Narváez les responde con su camiseta. Es después de que Guardiola pusiera su físico al servicio del reto blanquiverde. Ellos no cesan, como no lo hicieran desde mucho antes del partido. Como firmes se mantuvieran con el dos a cero, y con el frío cortante. Están en León para defender lo suyo, que no es más que ellos mismos. Son los que nunca se rinden.
0