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Mala salud de hierro

Enrique Martín dialoga con sus jugadores en un partido del Córdoba | MADERO CUBERO

Rafael Ávalos

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Más que probable resulta que se vea como una extravagancia, como una estridencia escrita. Lógico, es una completa osadía. Enorme es la distancia entre lo generado por el fútbol y lo provocado por la literatura. Más si es poesía. Aun así es una comparativa, por peculiar que se considere, muy aproximada. El Córdoba es en su vida deportiva e institucional -sobre todo- como Vicente Aleixandre en su existencia. La referencia nace de una sencilla realidad: el club escribe su historia como lo hiciera uno de los grandes olvidados -de injusta manera- de la poesía española, con la sensación de padecer una fragilidad extrema. Casi siempre al borde del colapso; a punto de hacerse añicos.

Cuentan que Pablo Neruda, uno de sus incontables amigos, afirmaba de Aleixandre “ahí está, con su frágil salud de hierro”. Lo cierto es que era el propio poeta, sevillano pero malagueño -y viceversa- y principalmente universal, quien bromeaba con su débil presencia física. Su vida fue la de un hombre casi siempre enfermo. Más aún después de que a los 24 años le diagnosticaran una nefritis tuberculosa. Una vez, incluso, allá por la década de los cuarenta -del siglo XX-, le fallecieron en México. No era verdad. De hecho no se marchó hasta cuatro decenios después. Al Córdoba casi le ocurrió también en alguna ocasión.

En noviembre de 1983 le acechó la muerte peligrosamente. Fue un año antes de que la llama de Aleixandre se consumiera -y de que tocara volver a competir en Tercera-. La supervivencia parecía casi imposible. Estaba enfangado en una situación económica difícilmente sostenible a corto plazo y más aún compleja en el largo. Deportivamente, caminaba lenta pero inevitablemente al infierno, a un pozo sin profundidad cierta. El Córdoba veía los días pasar entre estertores, lo que llevó al entonces presidente, José María Romeo -sufrido por una situación incontrolable-, a acudir al hombre de siempre, Rafael Campanero. La entidad permaneció en grave convalecencia pero superó el trance. Y ahí sigue.

“Tengo una mala salud de hierro”, insistía Aleixandre cuando tenía opción. Es lo que podría asegurar a sus íntimos, si fuera persona, el Córdoba. El club dedica sus años a sobrevivir más que a vivir. Al poeta su fragilidad le vino dada y la convirtió en riqueza: su casa fue quizá el más importante vivero de experiencias y obras de la literatura de este país a lo largo de la pasada centuria. La entidad más bien se esforzó en sufrirla y la transformó en afección en cierto modo gustosa. No desde luego para quienes, como Neruda hizo con el escritor andaluz, le acompañan siempre que pueden: sus aficionados.

Muy especialmente pareció buscar el Córdoba la enfermedad en los últimos años, con gestores a veces poco responsables, a veces directamente insensatos. Es como si el club hubiera soñado con un suicidio pausado. Aunque todavía resiste, su “mala salud de hierro” cada vez tiene menos de acerada y más de preocupantemente oxidada. De esto tiene buena parte de culpa su actual propietario y presidente, Jesús León. Un mandatario que desde junio de 2018 interpreta, probablemente sin quererlo pero ya con el papel tan interiorizado como Bela Lugosi con Drácula, a un náufrago que trata de ser capitán. La nave existe, sin embargo no como él la piensa: las vías de agua crecen sin cesar.

La gestión de León es el summum de una colección de despropósitos desde hace un buen puñado de años. Porque el Córdoba actuó de manera errática y se infligió a sí mismo una mala suerte que ya de por sí le persigue. No en vano, incluso cuando todo se hace correctamente las cosas no funcionan. Sobra imaginar lo que sucede cuando las decisiones son equivocadas o poco reflexionadas -o se toman a la desesperada-. Es ahí donde el actual propietario y presidente del club está decidido a marcar las diferencias con sus predecesores.

El Córdoba es hoy por hoy como el prófugo que huye hacia delante por mucho que sepa que no tiene dónde ir. Está en Segunda B tras un descenso penoso. A pesar de eso tiene más de 10.000 abonados. Conforma un proyecto deportivo trabajado, serio y sin grietas -al menos que pueda percibirse-. Pero decide jugar a la ruleta rusa, una vez más en su historia de excesos y riesgos, en el plano institucional. El club tienta en una y otra ocasión a su esquiva fortuna, la reta como Leónidas a Jerjes. Algún día la épica se va a tornar en tragedia. Por el momento es capaz de impedir que esto suceda, por más que intente lo contrario.

Con la propiedad en discusión por el impago de una nada desdeñable cifra -4,5 millones de euros- por parte de Jesús León, el Córdoba trata de pensar en lo suyo, el fútbol. No se lo ponen fácil. Un embargo -por 1,8 millones- le golpea en el estómago, pero sigue en sus trece: fútbol. Las deudas consecuencia de una gestión indescifrable son manos en torno a su cuello, le asfixian. Fútbol. Está a un paso de vivir un año en blanco, de no pisar el césped, de cerrar las puertas de su casa a los amigos. Terco como es, derriba de nuevo el muro auto impuesto y cree en el fútbol. Ya había quien le solicitó e incluso quien le realizó la extremaunción, pero este domingo vuelve a rodar el balón. Eso sí, con la duda de hasta cuándo. Porque ahí sigue el club, como Aleixandre, con su “mala salud de hierro”.

Nota. Desgraciadamente, El Arcángel es cada vez más como la casa en el número 3 de la calle Velintonia de Madrid. El hogar de Vicente Aleixandre, donde el autor compartió vivencias y abrió caminos en la poesía española durante décadas, quedó abandonado y hoy está en ruinas -en curso hay un proyecto para recuperar la vivienda-. El estadio, en Córdoba, presenta idéntica imagen en lo inmaterial: la pasión infinita es más bien desde hace años la resignación sombría. Es un escenario lóbrego y vacío.

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