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Hambre y sed en El Arcángel

Grada blanquiverde Córdoba - Numancia | ÁLEX GALLEGOS

Rafael Ávalos

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El autobús avanza. Es extraño, pero son pocas las personas que suben. Resulta raro, pero el conductor sigue su marcha sin detenerla en alguna que otra parada. Existe una cierta sensación de amplitud. La calma impera y aún restan bastantes asientos vacíos. Son las tres de la tarde. Quizá sea normal lo no habitual. Además, el 29 de octubre aparenta, así está disfrazado, ser día de primavera. Con el verano ya extinguido en el calendario. Hace calor. Y sin embargo, contra la tranquilidad que crea incertidumbre, nada importa a un tipo y dos niños. El padre empieza a tararear y pregunta al más pequeño: “¿La sabes?”. “Ésta es tu hinchada, hinchada, hinchada blanquiverde”, inicia el hombre para ser seguido, en un entrañable dueto, por el chiquillo. Es imposible no reactivar, al menos un pelín, la ilusión. Espera el Nuevo El Arcángel, reino otrora de sueños y en la actualidad de hambre y sed.

La madre advierte a los tres que deben bajar del autobús. Lo hacen con obediencia. El tramo final del camino prefieren completarlo a pie. En El Arenal, por donde todos han de pasar, el sol se muestra incompasible. Sólo un puñado de personas andan por el desértico escenario. Pareciera que nada sucede en ese estadio que se divisa lejos, un poco más de lo que realmente está. Aparece la sed. Cierto es que la temperatura no es tan exagerada como en otras ocasiones, pero no lo es menos que por momentos resulta asfixiante. Sobre todo cuando los estómagos están recién nutridos. En pleno proceso de digestión, unos y otros, todavía escasos, buscan la sombra. Ojalá hubiera una antes de entrar en el coliseo ribereño. Pero no. Ni siquiera dentro resulta sencillo encontrarla.

Ya en el interior del Nuevo El Arcángel, un señor sube las escaleras. Resopla y lleva una botella de agua. Toca parada y trago. Probablemente, como otros muchos, tenga aún la mitad del almuerzo en la garganta, como suele decirse. Son las tres y media de la tarde. El calor continúa. Es octubre, pero no lo parece. La sed crece. Mientras tanto, las gradas necesitan tiempo para poblarse. Y no lo hacen demasiado. Treinta minutos después, comienza el partido. El primero de Juan Merino en el banquillo del Córdoba en el que ahora es su estadio. El ambiente es ligeramente frío. Todo lo contrario que la temperatura. O la sensación térmica, vaya usted a saber. Al menos en el campo la realidad es distinta: el conjunto blanquiverde manda, o cuando menos juega mejor que su rival. Pero es el Numancia el que marca.

Viejos recuerdos, que no lo son tanto, sobrevuelan de nuevo el coliseo ribereño. Pero el Córdoba cuenta con energías renovadas. Lejos de bajar los brazos, como ocurriera hasta hace muy poco, mantiene su superioridad. Y consigue marcar. Sí, de penalti. Vale lo mismo. Jona empata antes del descanso y la esperanza renace. Entre medias, un susto. Una señora requiere asistencia médica. Tampoco hace tanto calor, pensarán en la Liga de Fútbol Profesional. Claro, como en Sevilla. Igual en el palco lo ven del mismo modo. La sed es apaciguada con agua y refrescos. Eso que se gana. A la hora del café, con la digestión casi terminada, el hambre se mantiene. No son ganas de comer, sino de celebrar un triunfo. ¿Qué es eso? Algo que genera éxtasis y que cae en el olvido. Al final, el estreno de Merino se salda con un empate. Está bien, pero resulta insuficiente. El estómago sigue vacío. O sin llenar al menos. Lo dicho, hambre y sed en el Nuevo El Arcángel.

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