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Fábrica de pasión, sufrimiento y alegría desmedida

Rafael Ávalos

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Muchos aficionados se dan cita en dicha taberna para presenciar y celebrar el histórico ascenso del Córdoba a Primera

A las seis de la tarde las caras son de ilusión. En La Fábrica, como en otros muchos bares, tabernas y restaurantes, se dan cita aficionados de todas las edades. Los pequeños sueñan con lo que desconocen algunos mayores. Los mayores creen que pueden volver a ver lo que parece haber sido un sueño. Todos quieren celebrar el ascenso del Córdoba a Primera. Llevan las caras pintadas con colores blanco y verde, como no puede ser de otra forma. Comienza el partido en Las Palmas y la pasión ya llena el establecimiento. Desean ver lo que en más de cuatro décadas no se da en esta ciudad. Pero las cosas no funcionan bien.

Viven el encuentro con máxima expectación. Padecen con cada ocasión del cuadro grancanario y esperan que llegue alguna de su equipo, el blanquiverde. El gran susto se produce cuando el balón toca la madera de la portería que defiende Juan Carlos. Toca dar un trago al refresco, la cerveza o lo que quiera que cada cual tenga en su vaso para que se pase el mal rato. La primera parte termina con empate a cero. Tan cerca y tan lejos se mantiene el salto de categoría. Y en el segundo tiempo, viene el sufrimiento definitivo. Nada más reanudarse el juego, Apoño marca. Las esperanzas vuelan. En el rostro de todos los aficionados se nota esa sensación de amargura que está a menos de una hora de aparecer.

Sin embargo, la piel del oso no se ha de vender hasta que éste no ha sido cazado. Atónitos observan cómo seguidores de Las Palmas invaden el terreno de juego. Uno se toma la licencia de coger el balón e intentar regatear a un jugador del Córdoba. No puede ser verdad. Si el árbitro pita todo se acaba. Aunque el colegiado decide que siga la contienda. Es ahí, en el último suspiro, cuando la hinchada local ya celebra el regreso a Primera, cuando Juan Carlos lanza un balón largo; cuando Raúl Bravo trata de conectar y lo hace cómo puede; cuando Uli Dávila marca. El conjunto blanquiverde, con el caos final del choque, vuelve a estar entre los grandes. Las caras de júbilo toman protagonismo en la taberna, que se convierte por un día en La Fábrica de pasión, sufrimiento y alegría desmedida.

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