“¿España juega aquí?”
Una hora antes de la cita todavía aprieta el sol. Es difícil caminar sin tirar de resoplido. Quizá una gota de sudor recorra alguna que otra frente. Son los efectos del veranillo del membrillo, que se resiste a terminar por estos lares. Pese al calor no son pocos los que avanzan hasta el estadio. O los que hacen tiempo aún en los bares próximos. Y resulta que es jueves. “Perdona, ¿quién juega hoy?”, pregunta una motorista mientras la gente cruza el paso de peatones. “España”, le responden sin más datos. “¿España juega aquí?”, cuestiona la joven. Su sorpresa es mayúscula. Probablemente también lo sea su decepción después de saber que “es la sub 21”. Es bonito mientras dura, se puede afirmar. El caso es que los hay que sí sienten deseo de ver a quienes tratan de hacerse un hueco en la selección absoluta en un tiempo.
Más de 12.000 personas, para ser exactos, acuden en esta ocasión a ver a un equipo que viene de proclamarse campeón de Europa. Y que precisamente se mide a su rival en la pugna por el cetro continental, Alemania. El partido es amistoso y en realidad es más atractivo que el anterior. Porque España regresa a El Arcángel poco más de un año después de su último encuentro a orillas del Guadalquivir -en septiembre de 2018 ante Albania, entonces en choque oficial-. Sin embargo, la sensación a lo largo de los 60 minutos que preceden a las 19:45, cuando ha de arrancar el duelo, es que va a ser escasa la afluencia de público. De repente, el vacío en las gradas decrece de manera notable y todo queda dispuesto. Bueno, todo no.
A los chavales de la sub 21, tanto como a los alemanes, les toca esta vez jugar sobre un verde que de verde tiene poco. El estado del terreno de juego del coliseo ribereño deja bastante que desear. Con fortuna, en adelante va a mejorar con una resiembra. Y recuerde el que sea capaz cuántas van ya en los últimos años. El césped poco importa a la España de Luis de la Fuente, que debutara como seleccionador en la aparición de hace 13 meses en Córdoba. Salen, agarran el balón y lo miman. Su fútbol es un truco de prestidigitador, sus jugadas parecen más ensoñaciones que realidades. Es muestra evidente de que el campo jamás puede ser una excusa, por mucho que haya quienes insistan en utilizarla cuando las cosas no les salen como debieran.
Nunca se queja el que realmente es en esta ocasión el principal protagonista para los aficionados de Córdoba. Se llama Andrés y se apellida Martín. Cuando mencionan su nombre por megafonía, aunque sea suplente, suena la más grande ovación hasta ese momento. También es verdad que todavía no echa a rodar el balón y poca opción hay de aplausos masivos. Aunque no es menos cierto que con el cuero ya sobre el verde marrón de El Arcángel los más de 12.000 espectadores parecen por momentos estar en el teatro. La animación no es demasiada, excepto en momentos puntuales. Lo más intenso es el “lo, lo, lo, lo (etcétera)” del Himno Nacional y el “Viva España” que, cómo no, sirve de coro para Manolo Escobar. Todo muy propio.
El gol de Dani Olmo en la primera parte provoca el que realmente es el primer estallido de decibelios. El segundo llega con la entrada al campo de Andrés Martín. Sí, el chico que se hiciera hombre como jugador del Córdoba está de vuelta. Esta vez de rojo. Es minutos después, cosa extraña, cuando todo es desenfreno. El marcador muestra un empate a uno y sin embargo en la grada se decide hacer la ola. Ocurre tras escuchar en el descanso Paquito el Chocolatero (ay Dios). En realidad es maravilloso que todos disfruten en un estadio asolado en lo anímico desde unos años atrás. Pero cuidado, en medio del jolgorio se encienden linternas de móviles y se canta “tieso, tieso”. Esto va por… Ya sabe usted.
La fiesta es vibrante al fin, cuando el partido entra en su recta final. Y lo cierto es que probablemente los aficionados están con ganas de más. Esperan a buen seguro, pues siempre surge tal debate, que un día sea la selección absoluta la que pise El Arcángel y no la sub 21. “¿España juega aquí?”. También para eso es necesario demostrar que se desea y en los dos últimos encuentros de los chavales de Luis de la Fuente, que por su fútbol merecen mucho más calor -emocional-, tampoco es que haya sido así. Sumadas las afluencias del duelo con Albania y éste con Alemania no se logra superar el aforo del estadio. A ver si con la promesa de que los himnos suenan sin problema -saludos a Japón- funciona. La autocrítica, para otro momento.
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