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Y sin embargo, te quiero

Pepillo, protagonista de un partido para el recuerdo | ÁLEX GALLEGOS

Paco Merino

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El cordobesismo se hizo un autoexamen con preguntas difíciles; de las que “no se han dado”, como suelen decir los estudiantes cuando les cae un tema del que nadie les habló -o quizá es que no lo escucharon- en clase. Esto ya no va de tomar apuntes con desgana por las mañanas, pasarlos a limpio por las tardes, meterlos como sea en la cabeza por las noches y vomitarlos el día de la prueba con la esperanza de que el producto se parezca a aquello que uno escuchó tiempo atrás. El que supiera todo lo que iba a ocurrir en la última semana, que levante la mano. No intuir. Que el Córdoba estaba fatal de lo suyo ya lo tenía claro todo el mundo, quizá exceptuando a los ciegos voluntarios que prefieren usar mentiras creíbles como piezas para un puzle infumable.

Los futbolistas se plantaron para denunciar que no cobraban y el presidente fue detenido bajo la acusación de cometer presuntamente el pack completo de delitos societarios -apropiación indebida, administración desleal, corrupción entre particulares y blanqueo de capitales-, por lo que pasó una noche en el calabozo y acabó siendo apartado por la justicia de la gestión del Córdoba. Una movida.

Ahora son dos administradores judiciales los que mandan. Se escogieron por parte del juez apenas unas horas antes del partido. Allí se les pudo ver, en un palco en el que no estuvo ni uno solo de los miembros del consejo de administración blanquiverde: todos han sido cesados. Sí estaba, cruzado de brazos -solo un gesto, no se crean-, José García Román, mandatario del Córdoba Patrimonio de la Humanidad de fútbol sala. “¡Esto sí que es un presidente!”, le cantaban los aficionados en los aledaños de El Arcángel a este ex árbitro de fútbol, periodista, historiador del Arte y funcionario de Hacienda que ahora suena como futuro presidente en algunos corrillos. Él se ríe cuando lo escucha. El presidente anterior, León, solamente estuvo en la letra de los cánticos de mofa que le dedicaron y en el dibujo de algunas pancartas. No se le espera ya por el estadio. Al palco, desde luego, no regresará nunca más.

Especial ilusión despertó la presencia de Pedro Campos, Perico, el kaiser de La Rambla, el pulmón inagotable, el que siempre aparece en las oraciones de los cordobesistas viejos cuando todo se tuerce. Ídolo de los tiempos duros, central en los ochenta, hizo de todo en el club antes de coger la maleta y ligar su porvenir profesional a la figura del entrenador Rafa Benítez. Con él estuvo en el Liverpool, en el Nápoles o en el Real Madrid, entre otros destinos. Hasta China, si hace falta. El madrileño está ahora en el Dalian Yifang. Y Perico, en El Arenal sosteniendo un cartel que pone SOS Córdoba. Al lado de Campos estuvo un compañero de trinchera en el Córdoba, el portero Rafa Saco, otro ex jugador del sector crítico.

Pero lo que de verdad conmovió y alteró las pulsaciones de los aficionados fue el regreso de Javi Flores. Llevaba varias semanas sin competir, lesionado, y desde esa forzada ausencia contemplaba el desmoronamiento del club en el que se formó y al que regresó este verano, más de diez años después, para comprobar que nada era como antes. Durante la semana habló en tono reivindicativo como capitán. Se acordó de los trabajadores que lo pasan mal por no cobrar. El discurso lo completó en el césped con una actuación soberbia. Lo hizo casi todo en el primer gol y anotó el segundo. Cuando hay mucha calidad y más ganas aún ocurren estas cosas. La ovación cuando el 21 se retiró fue de las que hacen época. El equipo ganó. Así que todo genial.

El caso es que el Córdoba y su gente se reencontraron para emprender la enésima revolución. “Cambiemos el fútbol”, decía una pancarta en medio de la protesta. Empecemos por cambiar el Córdoba. Desde su esencia, si es posible. Aquí, definitivamente, al personal no le van las moderneces. Por eso vibra con la cercanía de Campos, las filigranas de Javi Flores -un juvenil de 33 años- y la honestidad de don José Pedrosa Pacheco, el superviviente de todos los desastres. El nombre de Pepillo, el encargado de material, fue coreado por la grada. Era su cumpleaños, un día como cualquier otro propicio para felicitarle porque a este hombre hay que darle un abrazo siempre.

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