En defensa de una pasión, siempre en la trinchera
La afición del Córdoba recupera su fuerza e ilusión y hace vibrar por momentos El Arcángel en el duelo con el Éibar, también en los momentos en que más necesario resulta
La rendición no es una opción. Jamás lo puede ser para quien combate con pasión. O por una pasión, como se quiera ver. Quizá pareciera tiempo atrás, no demasiado, que las armas quedaban entregadas y los brazos bajados. Puede ser que por momentos, cuando cada batalla terminaba en decepción y pesadumbre, los guerreros se hallaran en languidez de espíritu. Ni siquiera entonces abandonaron una trinchera en la que ahora quieren hacerse fuertes. Lo demostraron ante el Éibar, un escuadrón difícil de vencer. Sobre el césped y en la grada la legión blanquiverde apostó por el triunfo. El camino hacia la victoria lo encontró enseguida y así también la esperanza de volver a saborear las mieles del que supera al rival. Fue uno de los últimos soldados en recibir la llamada del capitán Djukic el encargado de abrir la fiesta, que al final no pudo ser. En menos de diez segundos, Florin golpeó.
El rumano es fiel reflejo del espíritu que impera en la actualidad impera en las filas del Córdoba, dentro y fuera del terreno de juego. Aquello del “cuchillo en la boca”. Todos van con él, aunque no de manera literal. Se entiende. La lucha lo requiere. Y el frío no puede con una filosofía que cala hondo entre los que actúan con la voz. Al inicio del encuentro con los armeros dieron buena muestra de ello. “Guerreros de nuestra pasión”, se podía leer en el ‘tifo’ con que el grupo de animación Incondicionales recibió a su equipo. Más que una leyenda más dentro del mundo fútbol, era una auténtica declaración de intenciones. Luchadores incansables, a pesar de las penurias que conocieron a lo largo de otros muchos días, los seguidores blanquiverdes tiraron de garra para conceder el aliento necesario a unos jugadores que lo intentaron, pero al final no pudieron.
Porque el Éibar, en una acción de manual, logró un equilibrio que a la postre resultó definitivo. Nadie sabía que así sería cuando Arruabarrena mandó el balón al fondo de las redes de la portería de Juan Carlos. La reacción no podía ser otra: cánticos de apoyo a un Córdoba que todavía tenía mucho por decir. Habló alto y claro, si bien no consiguió que su mensaje se tradujera en tres puntos que permitían encarar el inicio de la segunda vuelta con una tranquilidad no muchas semanas atrás inimaginable. Los soldados combatieron y a su lado tuvieron a esa legión que quizá pueda actuar de manera inconstante, pero que jamás se rinde. Esta vez, el triunfo no fue posible, pero la guerra continúa. Y la pasión es más fuerte que nunca.
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