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Rafael Campanero, Córdoba implícita

Rafael Campanero

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Le cubría la bandera del Córdoba CF, el club al que dedicó su vida incluso cuando ésta le desgarraba la memoria y hasta la realidad. No podía ser de otra forma. Aunque también podría haberle acompañado la enseña de la ciudad, a la que tanto o más dio durante sus 95 años de feliz existencia. Quizá menos, pues su infancia no fue grata. En cualquier caso, por mucho que sea sólo en cierto modo, Córdoba le abrazó en un último encuentro. Silencioso y doloroso, sí, pero una vez más con él, junto a él, amplia su sonrisa y cálida su presencia. Poco importaba, en ese sentido entiéndase, que Rafael Campanero ya no anduviera no por su propio pie. Daba igual, tenía muchos otros que le hacían caminar en el final.

Irremediablemente, se marchaba. Si bien no lo hacía y no lo hará, o así debería ser. Como escribió Labordeta en Albada de la ausencia, su carta de despedida cuando se sabía en las postrimerías de su historia mundana: “Aunque me voy no me voy, aunque me voy no me ausento, aunque me voy de persona, me quedo de pensamiento”. La ciudad, no sólo el club de sus amores y desvelos -que también los hubo, muchos y difíciles-, está obligada a no olvidarle nunca, a ensalzar su figura y, en cierto modo, continuar con su legado -o mantenerlo vivo-. Porque Rafael Campanero fue, o es todavía después de irse, Córdoba en esencia. Lo que esta vieja villa, con más historia que presente, requiere en ingentes cantidades y no termina de obtener.

Es lógico que se le identifique con el Córdoba CF. Sin él, como otros que tampoco han de caer en el ostracismo histórico, el club no existiría en la actualidad. Socio, cuando se era tal y no un mero cliente con número de abonado, desde su fundación, Rafael Campanero fue probablemente la figura más importante de la entidad. Ejerció todo tipo de funciones como directivo y comandó la junta -o el Consejo de Administración ya en el siglo XXI- en varias ocasiones. Y ninguna de sus etapas fue sencilla. La primera llegó tras la época gloriosa de un equipo destinado a sufrir. Tocaba tirar de cantera y reorganizar la estructura: ascenso a Primera.

Mucho más jodida, si se permite la palabra, fue la segunda vez en que abordó el duro trabajo de presidir. Ocurrió al borde del colapso. El Córdoba CF se encaminaba a su extinción: iba en caída libre -de Segunda, ya A porque funcionaba la terrible B, a Tercera en dos temporadas- y con un agujero negro en su economía. Lo devolvió al que, por desgracia para su afición y para la ciudad, ha sido su lugar natural. Esa B de bronce de la que también salvó al conjunto blanquiverde ya en 2007. La situación en ese momento, aunque aparentemente menos, era crítica de nuevo. Convertida en una empresa a continua pérdida, la entidad no podía permitirse no regresar al llamado fútbol profesional. Todo acabó con un ascenso memorable en Huesca: ahí estaba él y ahí estaba Francisco Calzado Litri.

Aquella celebración también le supuso padecimiento a Rafael Campanero, ya que la afición no entendió la destitución del entrenador, Pepe Escalante -otro mito, éste más relativamente reciente-. La decisión estaba más que justificada y poco más ha de decirse, por respeto al técnico -al que el cordobesismo debe mantener como uno de sus referentes-. Precisamente la crítica generalizada provocó el que fue uno de sus mayores desaciertos al frente del Córdoba CF, como él mismo confesó durante años a sus más cercanos. José González no contaba con confianza tras la pírrica -lamentable, podría decirse- permanencia en Segunda en 2008. No debía seguir como preparador, el presidente no le quería en el banquillo, pero temía otra desmedida respuesta contraria. El resultado fue el que fue: terminó destituido antes de llegar a la mitad de la temporada -2008-09 era- y el equipo sólo pudo pelear por la salvación.

Es lógico que se le identifique con el Córdoba CF. Pero también irrisorio que sólo sea así. Rafael Campanero fue, es y será mucho más que el presidente eterno del conjunto blanquiverde. Con él se va, aunque no se vaya, uno de los pocos prohombres que ha tenido la ciudad en gran parte del siglo XX y en una porción del XXI. De entrada, no se olvide que incluso fuera del club era esencial: aconsejaba a los mandatarios, seguía junto a los veteranos, acogía a los nuevos futbolistas; remaba a favor de la corriente en relación a la entidad en definitiva. Sin embargo, ligar su nombre y apellido -y el segundo, Guzmán- sólo al cuadro califal es un error. Porque él fue un apasionado de su tierra, y ahí entra también Almodóvar del Río, su pueblo, su cuna, su otra gran pasión no encarnada.

Rafael Campanero fue un hombre hecho a sí mismo en el más estricto sentido. Muy niño perdió a su madre y aún antes de llegar a la adolescencia la pu(…) guerra le robó a su padre. Fue incapaz de guardar rencor ideológico a lo largo de su vida, por cierto, y eso sólo es de personas nobles -de las que tanto carece la sociedad hoy en día-. El chaval trabajó en todo lo que pudo para crecer después como empresario, aunque sin lograr uno de sus sueños íntimos: quería ser abogado, no pudo y eso lo reconocía en la intimidad aun a sus ochenta y tantos años. Si vivió cómodamente fue porque se lo ganó. Personificó la meritocracia en la Córdoba de la posguerra, de la transición y de su estancamiento, de esa ciudad que quiso y parecía crecer pero se quedó en la nostalgia de un pasado remoto que no se transforma en futuro, por mucho que lo intenten, cada vez menos, personas como él.

Primero amó a Almodóvar del Río, donde nació y donde murió mucha de su familia tras la infame sublevación que deparó casi 40 años de dictadura. La amó hasta el final, y en el Ateneo de la localidad -que con 21 años dirigió y al que vinculó figuras como Ricardo Molina- o en la misma sin más, lo saben bien. Después amó a Córdoba, en la que creció como hombre de negocios desde el trabajo y la honestidad. Y por la que entregó cuanto tuvo como persona. Él lanzó al Real Centro Filarmónico Eduardo Lucena, como presidente, a Europa. La institución vivió sus momentos dorados gracias a él, con intervenciones incluso en Londres o París. Siempre le dolió, por cierto, que esto no se le reconociera y sólo se le viera como el gran mandatario del Córdoba CF.

Muchos años después, el Partido Popular (PP) le ofreció ser el candidato a la alcaldía en las elecciones de 1991. La idea no le gustaba demasiado, no por el partido que llamó a su puerta sino por aquello de entrar en política. Aceptó y lo que hizo, sin vencer, fue sembrar el terreno para que el PP obtuviera por primera vez el bastón de mando del Ayuntamiento de la ciudad. Vio a Rafael Merino como el hombre ideal y su sucesor -el mencionado Merino- ganó en 1995. El caso es que accedió a la política por la ciudad, con el único objetivo de implementar sus ideas en la cosa pública, y la abandonó por honestidad. No servía para decir lo que no pensaba o en lo que no creía, para mantener discurso de partido, fuere cual fuese -esto es retazo de una conversación íntima-. Y más allá de lo dicho, Rafael Campanero trató en todo momento de aportar su granito de arena en la tarea de mejorar una Córdoba que se queda huérfana de su lucha, e igual o peor en cuanto a crecimiento de cuando trataba de levantarla.

Rafael Campanero es el presidente eterno del Córdoba CF, eso es indiscutible. Pero es mucho, muchísimo más. En realidad, es Córdoba implícita. Esencia pura de una ciudad que a partir de este lunes debería cuidar su memoria un día sí y otro también. Una figura no sólo relevante, como Miguel Castillejo o Rosa Aguilar, sino reconocida abierta y unánimemente, como Julio Anguita. Fue, y será, un hombre dedicado en cuerpo y alma a su pueblo y esta villa de más de dos mil años. Y aún más, fue un excepcional patriarca -en tiempos en que esa palabra es denostada-: amante esposo, amante cuidador de las generaciones posteriores -hijos, nietos…-. De hecho, fue hermano, padre o abuelo de quienes le conocieron de cerca. Entre ellos, si se permite el uso de la primera persona, yo. Fue, y éste es el dato fundamental, la generosidad personificada. Siempre atento, siempre amable, siempre él. Siempre un corazón con las puertas abiertas. Y siempre, siempre Córdoba, que como uno de sus apellidos tiene Campanero.

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