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Ansiedad

Los jugadores envían ánimos a Pelayo antes del Córdoba CF - Lorca (1-0) en El Arcángel | ÁLEX GALLEGOS

Rafael Ávalos

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Impaciente aguarda. Suena la música. Aunque la tararea, apenas la percibe. Es como si hubiera un ruido de fondo. Nada más. Mira a un lado y al otro. Suspira. Esta vez ocupa su asiento antes de lo habitual. Es de los pocos que a esta hora lo hacen. Las gradas continúan más como el vaso medio vacío que como el próximo a llenarse. Y eso que sólo resta un cuarto de hora para el inicio del partido. El ambiente en El Arcángel es extraño. Quizá sea por el aire. Sopla el viento. El sol luce a duras penas. Mientras, él sigue sentado. De repente, sus piernas comienzan un baile por cuenta propia. Es la danza del nerviosismo.

Por momentos pareciera estresado. A su alrededor son cada vez más los que buscan acomodo. El estadio se llena lentamente. La afición entra en un raro contrarreloj. Tras la afectuosa muestra de apoyo colectivo al exblanquiverde Pelayo, “el jugador del codo fastidiado”, los versos de Manuel Ruiz Queco cobran forma de nuevo. Es el ritual eterno. Todos están de pie y bufanda al aire, ése que de manera tan desagradable corre este domingo. Pero él continúa sentado. El baile es más impetuoso. En esta ocasión se balancea casi todo su cuerpo.

El balón rueda. Ya está en marcha el encuentro. El Córdoba requiere el triunfo. Es el aliento que insufla vida. Es la que busca el cuadro califal. También su rival, un Lorca que todavía se aferra a sus lánguidas esperanzas. El duelo no va como todo lo bien que la afición blanquiverde pudiera desear. Es la batalla por la supervivencia. Kieszek salva en más de una ocasión a los suyos. Los nervios son crecientes. Por supuesto, en él, un seguidor cualquiera, quedan patentes. Dirige sus ojos al cielo. Respira y trata de hallar una calma imposible por instantes.

La segunda parte es más activa, pero igualmente desconcertante. El Córdoba celebra una fiesta de precipitación, impulso y desacierto. Una mano va a la boca. Una uña cae tras otra. La inquietud le supera. A él como al resto de los que provocan la a veces desmesurada subida de decibelios en El Arcángel. De nuevo es Kieszek quien tiene que mantener ileso a su equipo. Estrés es la palabra. Y permanece cuando el árbitro anula un gol a Sergi Guardiola. También en el momento en que Narváez se posiciona para encontrar el tanto. ¡Gol! El grito colectivo es ensordecedor. Los gestos reflejan una liberación que, sin embargo, no llega hasta el pitido final. Es la otra lucha, la de la ansiedad.

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