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Lorca, Saura, India

Estreno de 'Lorca por Saura', con India Martínez

Marta Jiménez

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En 1995 Carlos Saura estrenó Flamenco. Un exponente de su particular forma de hacer cine musical con un viaje vital alrededor de este arte a través, fundamentalmente, de la luz. Una obra en la que también supo plasmar la realidad del flamenco con las nuevas generaciones del cante sin olvidar a los grandes maestros. Tan solo le quedó en la recámara acercarse al alma flamenca más global: Federico García Lorca.

Nueve décadas tardó el cineasta en atreverse a compartir su visión sobre la obra del poeta. Por desgracia, sus ojos no pudieron ver el resultado, tan solo los ensayos de una obra, Lorca por Saura, que este sábado de mayo llegó a la tablas del Gran Teatro. Saura ha construido a Lorca en escena a través no solo del teatro, sino de la poesía, la fotografía, el cine, la pintura, el baile y el cante. Entre esas disciplinas ha jugado con fragmentos de las obras escritas por el autor de Bodas de sangre, combinados con otros escritos inéditos del cineasta, recreando ese estilo y ese lenguaje poético lorquiano.

Y lo más osado: ha convertido a Lorca en una mujer de nuestro tiempo. Una mujer flamenca que tiene el cuerpo, los ojos, el pelo y la voz de India Martínez.

Ella, que conoció la obra de Lorca cantando, ahora lo encarna en escena en su debut como actriz. Junto a los actores Alberto Amarilla y Saturna Barrio, acompañados por el pianista Antonio Bejarano y en un escenario presidido por dos grandes pantallas que emanan la luz de Saura, la obra narra la vida de Federico García Lorca: Desde la infancia en La Vega granadina a la Residencia de Estudiantes y su relación con Buñuel y Dalí; de su viaje a Nueva York y Cuba hasta La Barraca; de la gloria en los teatros bonaerenses a su asesinato en Granada.

Hay dramaturgia y hay cantes que India hilvana aflamencándolo todo: canciones plenamente lorquianas, como la popular Los Cuatro muleros, el verde que te quiero verde (Romance sonámbulo), el Pequeño vals vienés o La aurora de Nueva York, con otras conectadas al universo del poeta, La hija de Juan Simón y la emocionante versión de Al Alba, de Aute, que sirve para narrar la muerte del desaparecido más famoso del planeta.

Con un público cordobés liberado desde que se alza el telón, con oles constantes a la cantaora desde la platea, acompañar este viaje lorquiano significa reír, llorar, bailar, cantar, emocionarse y dejarse llevar por el amor, la vida y la muerte. Los tres vértices de una obra que tiene momentos espléndidos, como la versión del Fuego Fatuo de Falla con Antonio Gades y Cristina Hoyos bailando y mirándose en las pantallas, dirigidos por Saura en 1986, o el monólogo de Alberto Amarillo en la escena de La Barraca. Toda una declaración de amor a las tablas: “En el teatro la muerte es siempre de mentira pero el amor siempre es de verdad”.

Con la muerte de un poeta -“que fue más que un príncipe”- simbolizada en una capa roja en el centro del escenario y con India Martínez levantando los corazones y al público de sus butacas acabó una noche en lo que no hizo ni frio de invierno ni calor de verano en el Gran Teatro, “hizo Federico”.

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