Un Capitán Ahab más grande que Moby Dick
Decía Josep María Pou en una entrevista, al hilo del papel que lo ha traído al Gran Teatro de Córdoba, que hacer de este Capitán Ahab era estar durante una hora y media “como si llevara a la ballena en brazos”. La descripción no puede ser más cristalina de lo que supone el derrame interpretativo del que hace gala Pou en el Moby Dick de Juan Cavestany y Andrés Lima.
Porque la adaptación dramatúrgica del primero -que reduce el novelón decimonónico a un dinámico libreto plagado de monólogos- y escénica del segundo -que ha cargado la teatralización de ecos operísticos-, ha optado por diluir la conocida historia de un loco que persigue un mamífero gigante y maximizar el relato psicológico del peso de una locura colosal sobre un mamífero bípedo, inteligente, locual, pero insignificante a ojos del mar.
Un hombre, eso sí, encarnado por un actor en estado de gracia y que recita la locura con una impostura digna de los más grandes. Un Josep María Pou que capitanea un barco que no es sino una nave a la deriva pero que sabe perfectamente a donde se dirige.
Una nave que ha amerizado en el Gran Teatro de Córdoba rendido ante la excelente traslación escénica de Lima, que se vale de una escenografía basada en un inteligente uso de pocos recursos visuales -obra de Beatriz San Juan y Miquel Ángel Raio-. Especialmente relevante, el climax final, con un Pou desatado y que va creciendo y creciendo hasta casi poder mirar de tú a tú a la ballena blanca que da título a la obra y que con su sola voz y su presencia ha llenado de vida el teatro.
0