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La supervivencia de Valeria, una cordobesa de 2 años que libra un cuerpo a cuerpo contra el cáncer

Valeria.

Alejandra Luque

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Valeria. Valiente. La que tiene valor. “Ella dice que es Capitán América”.

Apenas tiene dos años y medio y con 13 meses cruzó por primera vez las puertas de la tercera planta del Hospital Materno de Córdoba, la de Oncología Infantil. Aún hoy sigue allí aguantando estoicamente, lo que su edad le permite, el azote de un primer tumor y la resaca de un segundo que aún cuesta asimilar. El pasado mes de septiembre, las oncólogas de Valeria Llamas le transmitieron a sus padres el feliz resultado: el tumor había desaparecido. Abandonaron el hospital y ellos, junto a su hija mayor -Adriana-, se entregaron a vivir el verano. Su pandemia no es el coronavirus, sino un neuroblastoma abdominal que puso en jaque a todos. Dos semanas después de aquella alegría, Valeria volvía a ingresar en Oncología con otro pronóstico: un tumor en la médula ósea.

Durante meses, los padres de Valeria -Marta Luque y Luis Llamas- acudieron en numerosas ocasiones a su pediatra al ver las dimensiones que iba adoptando la barriga de la pequeña. Nunca fue derivada a Urgencias ni sometida a especialistas. “Siempre nos decía que la niña era barrigona y ya está”. Las visitas a la pediatra se fueron intercalando también con visitas a Urgencias. “Le hacían pruebas pero nos decían que no había infección y las analíticas salían perfectas”. Pasaban las semanas pero Valeria no mejoraba. “Estaba muy mal. No sonreía, estaba triste, lloraba mucho y tenía ojeras. Andaba incluso como una embarazada de lo grande que tenía la barriga”, apunta su padre.

Marta y Luis sabían que a su hija le pasaba algo más grave que un simple “cuadro vírico”. Decidieron acudir de nuevo a la pediatra. Han perdido la cuenta de cuántas veces lo hicieron. Aquel día, se encontraron en la consulta a un médico sustituto. La titular se encontraba de vacaciones. Bastó con palparle el abdomen para advertir a Marta. “Vete para Urgencias sin esperar a nadie”. Un 10 de julio de 2019. “No se nos va a olvidar en la vida”. Los médicos comenzaron a hacerle pruebas hasta que, con el diagnóstico en la mano, citaron a los padres. La madre relata que al llegar a la consulta y ver tanta presencia de profesionales sanitarios supo “que era algo muy malo”. “Pero jamás un tumor. Ningún padre está preparado para escuchar eso”.

Gesticula con las manos para indicar las dimensiones del tumor -“la masa”- que la pequeña tenía en el abdomen. Cuesta pensar que un cuerpo tan pequeño albergue algo así. “Yo pensaba: pero si eso es el cuerpo de mi hija”. Esa misma noche, Valeria ingresó en la planta de Oncología Infantil. Ahí se paró el ascensor. Y un trozo de la vida de toda una familia. El diagnóstico de su hija era el de neuroblastoma abdominal que le rodeaba la columna, se subía para los pulmones y abrazaba a los órganos que se encontrara. El tumor, que era de alto riesgo, lo era aún más debido a la mutación del gen N-myc. En menores, el porcentaje de complicación de este cáncer es de un 5%. Con este gen, el porcentaje en el caso de Valeria se incrementa hasta el 82%.

Los tiempos no se cumplieron desde el primer momento. La enfermedad iba mucho más rápido que la Medicina. Los meses de espera y de visitas sin resultados fueron su caldo de cultivo. Valeria ingresó un miércoles y sería el lunes siguiente cuando se realizaría la biopsia para determinar qué quimioterapia había que suministrar. Pero no hubo tiempo. De un día para otro, el tumor cuadriplicó su tamaño y Valeria comenzó a recibir quimioterapia. El sábado, cuatro días después de su ingreso, pasó a la UCI: las venas de su cuerpo estaban obstruidas y la primera quimioterapia que se le había suministrado se había quedado en la vía central, ubicada en la yugular. “La quimio la estaba quemando y no pasaba al resto de su cuerpo”, explica la madre.

Una vez pasado este trance, Valeria fue operada el 11 de noviembre. Además del neuroblastoma, el equipo de Cirugía tuvo que extirpar un riñón y buena parte del hígado. El tumor se había hecho fuerte en estos órganos. Eliminar toda huella era vital para evitar una posible recaída. Hasta el pasado mes de agosto, la pequeña ha recibido todo tipo de tratamiento: decenas de sesiones de quimioterapia, radioterapia, inmunoterapia y autotrasplante de células. En agosto, toda la familia pudo irse unos días de vacaciones. El 1 de septiembre recibieron la mejor de las noticias: los niveles tumorales eran negativos. Valeria se había recuperado. El mejor regalo de cumpleaños para su padre.

Con esas ilusiones, Marta, Luis y la pequeña acudieron el día 15 al hospital para una reevaluación de fin de tratamiento. La felicidad que venían tocando desde principios de mes desapareció. Valeria presenta ahora un tumor en la médula ósea, “una metástasis muy precoz en una vértebra”, especifica a CORDÓPOLIS una de las oncólogas de la pequeña, Cristina Vicho. “No nos lo esperábamos para nada. A los padres se les dijo la posibilidad de que estuviera en el abdomen, pero no en otro lugar diferente en el que apareció el tumor primario. Que ocurriera lo de Valeria pasa en muy pocos casos: tan sólo entre un 5% y un 10%”, explica la doctora, que comenta que este tipo de neuroblastoma infantil se da una o dos veces al año en Córdoba. Durante este año ya van tres.

Valeria apenas podía dar pequeños pasos. El tumor estaba comprimiendo la médula. De nuevo, a contrarreloj, comenzaron las sesiones de quimioterapia. A finales de octubre pudieron volver a casa durante unos días. Horas después, sus padres notaban cómo la pequeña andaba de manera “muy torpe”. “No quería andar. Se ponía en el suelo y se caía. Tenía que apoyarse en una pared”. El 31 de octubre, Valeria ingresó de nuevo en el hospital. Más pruebas. Una resonancia. El fantasma siempre acechando. Ahí seguía. El tumor no había reducido nada. Se mostraba impasible ante las duras sesiones de quimioterapia que la pequeña había soportado. “¿Y ahora, qué?”. La solución pasa por trasladar a Valeria al hospital La Fe de Valencia, centro de referencia en neuroblastomas donde la menor formaría parte de un ensayo clínico que ha dado buenos resultados en niños. En otros, no. “Una lotería”.

Pero el cuerpo de Valeria echó el freno el pasado domingo. “Empeoró mucho y tuvieron que operarle de urgencia porque ya no podía caminar. La operación no podía esperar porque la médula no estaba recibiendo oxígeno”. No había opciones. Las consecuencias de aquella operación aún resuenan en la cabeza de estos padres. “Había un tanto por ciento de que Valeria no fuera a caminar nunca”. El sitio tan recóndito en el que estaba el tumor hacía imposible reducirlo lo más mínimo. Cuatro horas de la operación, la cirujana jefe transmitía la familia que sí había sido posible quitar parte del tumor a través de una vértebra. Una semana después, la pequeña ya ha comenzado la rehabilitación, un proceso que se antoja muy largo.

Todas las esperanzas están puestas en la reducción poco a poco del tumor, lo que permitirá participar en el ensayo clínico en Valencia. “Como si nos tenemos que ir a China o a la Luna, nos da igual”, aventura Luis. Sus ánimos y los de Marta empiezan a flaquear, pero hay que continuar. Su batalla diaria entre cuatro paredes la sobrellevan con la crianza de su otra hija, de 12 años. Marta se aferra a su fe e implora. “Si Dios me la ha dado, por favor, que no me la quite, que me la sane”.

Valeria nunca ha ido a un parque. Ni siquiera ha hecho la vida de una menor de su edad. El tumor ya le ha robado mucho. Empezar de nuevo es la única opción.

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