Los rebeldes cordobeses del siglo IX que fueron expulsados por el emir y fundaron un reino en Creta
Córdoba y Heraklion (la capital de Creta) tienen una desconocida historia en común, la de los rabadíes: un pueblo rebelde, que un día le plantó cara al emir de Al Andalus por los elevados impuestos que pagaban y que acabaron expulsados y fundando un reino que duró un siglo y medio en los confines del Mediterráneo. Ahora, un grupo de ciudadanos cordobeses y cretenses se ha unido para reivindicar esta historia, este pasado común, y fomentar el hermanamiento entre dos ciudades que comparten el pasado de un grupo de ciudadanos que no se resignó. Su historia ha permanecido oculta después de que Creta fuese conquistada por el imperio bizantino y controlada por la iglesia ortodoxa desde entonces.
Este martes, la Biblioteca Viva de Al Andalus (en la histórica plaza del Bailío de Córdoba) ha acogido una mesa redonda a la que han acudido descendientes de aquellos cordobeses que hace 1.200 años se vieron obligados a marcharse al exilio, que desembarcaron tras muchas vicisitudes en la isla de Creta y que acabaron fundando un reino que también le plantó cara a otro imperio, en este caso al bizantino, durante más de un siglo.
Su historia la contaron en España dos escritores. Uno fue el cordobés Manuel Harazem, ya fallecido, en el año 2017. Su libro se titulaba La odisea de los rabadíes, con el subtítulo del que consideraba como El primer exilio hispano. Harazem había pasado años de su vida estudiando a los rabadíes, los habitantes de un arrabal de Córdoba en el que nunca más se construyeron nuevas viviendas. La escritora Carmen Panadero le ha dedicado una trilogía a las vicisitudes de los rabadíes, una historia que empezó en el año 818, cuando comenzó su revuelta en lo que hoy es el parque de Miraflores de Córdoba. A varios metros de la superficie por la que pasean los turistas, en el gran meandro que dibuja el Guadalquivir a escasos metros de la Mezquita de Córdoba, aún se conservan los cimientos de las casas de los rabadíes, que fueron arrasadas por orden del emir de Qurtuba. Hasta hace no mucho, esos cimientos eran visibles. Encima se iba a construir un edificio de Rem Koolhas, el Palacio del Sur. Pero acaban de ser sepultados por toneladas de tierra para que los turistas puedan aparcar.
En el siglo IX, los vecinos de este inmenso arrabal cordobés se rebelaron por los impuestos. El emir Al Haken I quiso dar ejemplo y ejecutó a buena parte de ellos, o por espada o crucificados. Los que sobrevivieron fueron enviados al exilio. Unos a la actual Marruecos, donde llegaron a cofundar Fez (es por eso por lo que Córdoba ya está hermanada con esta ciudad, que tiene un barrio llamado de los andaluces), y otros a Toledo, de donde también se tuvieron que exiliar de nuevo. De ahí acabaron en Grecia y en Alejandría, donde plantaron cara a los bizantinos. Pero el Califato de Bagdad le puso cerco de nuevo, fueron expulsados de Alejandría y se tuvieron que volver a hacer a la mar, hasta que desembarcaron en Creta. Y de allí ya no los movió nadie en 140 años. Se atrincheraron y fundaron un reino.
El emir de las bellotas
En 2017, Harazem evocaba que cuando los rabadíes se instalan en Creta fundaron una ciudad “a la que ponen el nombre de Arrabal en honor del Arrabal de Saqunda, consolidando una dinastía de emires el primero de los cuales, nacido en Pedroche, llevaba por ello el sobrenombre de al-Ballutí (de Fahs al-Ballut, el Llano de las Bellotas, nombre árabe del actual valle de Los Pedroches), y el último el sobre nombre de al-Qurtubí, o sea El Cordobés”. Pero Al Qurtubí ya había nacido en Creta. Aunque optó por mantener el apodo cordobés, para no olvidar el origen de una azarosa dinastía.
Los libros de Carmen Panadero y de Harazem tuvieron impacto en la sociedad de la Córdoba actual. Tanto que algunos ciudadanos, como la propia Panadero, Miguel Santiago o José Esquinas (expresidente de la FAO y residente en Córdoba) se apresuraron a conmemorar en unas primeras jornadas un triste aniversario: los 1.200 años desde que este grupo de cordobeses se rebeló ante los impuestos de Al Hakem I y fueron empujados a la muerte o al exilio.
En el tercer libro de Carmen Panadero, Los andaluces fundadores del emirato de Creta, el protagonista es el abuelo de Nikolas Metaxas. Nikolas lleva toda la semana en Córdoba. El lunes estuvo en Pedroche, dejando una ofrenda floral en el busto de al-Ballutí (su pueblo natal, donde sí que se ha reivindicado su historia). Y este martes ha sido el protagonista de la conferencia en la Biblioteca de Al Andalus, donde ha contado su historia, la de su abuelo y también la de sus antepasados. El abuelo de Nikolas emprendió un viaje a Córdoba en los años setenta del siglo XX en busca de sus orígenes. Fue la primera persona que se cuestionó sus orígenes, que son un tabú en Creta. Viajó por Córdoba, visitó el barrio de Saqunda, arrasado desde el 818. Y también cruzó el Estrecho, como sus antepasados, hacia Fez, al barrio de los andaluces, a conocer la ciudad que cofundaron sus abuelos.
Una historia silenciada
El heredero de ese legado es hoy Nikolas, que ha llegado a Córdoba con la intención de poco a poco ir despejando ese tabú. En Creta, a los andaluces de origen se les llama creto árabes. Y no están bien considerados. El peso de la iglesia ortodoxa y el pasado islámico de sus abuelos les condiciona. Y la historia dibujada por los vencedores los señala como unos rebeldes sin causa que entraron “a sangre y fuego” en Creta.
Creta tiene a día de hoy menos de 180.000 habitantes. Se calcula que en el motín de Saqunda, en Qurtuba, fueron expulsados unos 20.000 cordobeses. Al menos la mitad llegó a Creta, donde vivieron en paz durante 140 años. Hasta que Bizancio conquistó la isla y se les forzó a cambiar de religión.
A día de hoy, se desconoce bastante de su legado. Pero un grupo de descendientes ya ha logrado que en el museo de Heraklion se cuente la historia de “los andaluces”. En la Universidad de Atenas han comenzado a publicarse papers que contradicen la historia oficial, la de que los andalusíes eran poco menos que unos bárbaros. Y señalan todo lo contrario: que eran artesanos, que dominaban las finanzas y la agricultura, y que nada más llegar se pusieron a comerciar y a emitir su propia moneda, revolucionando la economía de la mayor de las islas griegas.
Ahora, el objetivo de los herederos de los también llamados rabadíes es el de lograr que su historia se conozca y que Córdoba se pueda hermanar con Heraklion para reivindicar un pasado en común. Al igual que ocurre con la historia de la Córdoba islámica, estos andaluces sostienen que sus antepasados se comportaron en Creta como en Al Andalus, toleraron a todas las religiones, fomentaron el comercio, la agricultura y el conocimiento. “Y eso es algo que nos hace falta en estos tiempos”, remata Miguel Santiago, uno de los cordobeses de la Córdoba del siglo XXI.
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