Jesús de las Penas abre la Cuaresma y el cielo
La ciudad se impregnó de cera e incienso penitenciales. Pues así, penitencial, es el tiempo que comenzó este Miércoles de Ceniza y que tuvo, como cada año, en el Vía Crucis de Nuestro Padre Jesús de las Penas el primero de los actos de la amplia guía de Cuaresma y Semana Santa en Córdoba y sus calles que se espera de ahora en adelante.
Sus dos barrios, sus dos casas, San Andrés y Santa Marina, fueron punto de partida, llegada y culmen de un solemne y concurrido culto que se ha erigido como referencia del inicio de este tiempo litúrgico para los cofrades de la ciudad más allá de para los propios hermanos de la Esperanza, que ofrecieron a su titular iris y statice morados para exornar la parihuela sobre la que iba por primera vez y que la cofradía estrenó en diciembre en el rosario de la Virgen de la Esperanza.
El día había sido muy lluvioso pero el cielo se despejó por la tarde y el Vía Crucis del Señor de las Penas se desarrolló sin incidencias en lo meteorológico aunque sí las hubo en el itinerario, que su hermandad se vio obligada a modificar respecto a lo anunciado tanto a la ida como a la vuelta por indicaciones de la Policía Local. Así, el cortejo que abría la antigua cruz de guía de la Esperanza y formaban unas treinta parejas de hermanos con cirio, discurrió por la calle Morales en vez de por Santa Isabel para llegar a la parroquia de Santa Marina, y de regreso no pasó por las Beatillas, Ocaña, Isaac Peral ni el Realejo como estaba previsto, sino por Muñoz Capilla y Hermanos López Diéguez. Esto permitió ver a la venerada imagen adentrarse en la plaza que da entrada al Palacio de Viana y enmarcada más tarde en las rejas de uno de sus más conocidos patios.
El Señor de las Penas regresó en esta jornada señalada en el calendario de los cristianos a su primitiva sede canónica después de casi dos décadas sin hacerlo, pues la imagen pasó allí un tiempo entre los años 1998 y 2000 por obras en San Andrés y aunque en su Vía Crucis solía discurrir junto al templo en el que se bendijo y estuvo recibiendo culto hasta finales de los años setenta, nunca entraba. Esta vez, con la noche fría, lo hizo y llegó hasta el Sagrario para rezar allí una de las estaciones de un piadoso ejercicio que contó con meditaciones extraídas de textos de San Juan de Ávila.
Durante el recorrido, un quinteto de viento de la banda de la Esperanza formado por clarinete, fagot, trombón y dos flautas interpretó piezas de capilla entre las que se encontraban Jesús de las Penas, de Diego León; Penas, de Alfonso Lozano; un fragmento de Misericordia Divina, de David Hurtado, o las Saetas en honor al Cristo de las Penas, de Rafael Wals. Otro miembro de la banda, Pablo Martínez Recio, ofreció a Jesús de las Penas la pieza Miércoles de Ceniza, que se estrenó en este día.
Como ya viene siendo costumbre, el coro Cantabile quiso formar parte de este inicio de Cuaresma e interpretó al paso del cautivo de San Andrés O Crux Ave, de Rihards Dubra; Si tus penas no pruebo, de Francisco Guerrero, y Ubi Caritas, de Ola Gjeilo. Se escuchaban sus voces ante el Cine Olimpia mientras el Cristo bajaba por Zarco llevado por mujeres de su hermandad, que fueron sus pies en dos tramos del recorrido.
Para entonces ya había concluido el otro Vía Crucis del día; el que la hermandad de la Merced celebra en el interior de San Antonio de Padua con Nuestro Padre Jesús Humilde en su Coronación de Espinas, escoltado por cuatro cirios rojos sobre una parihuela en la que había clavel de ese color y anémonas moradas. Si el de Jesús de las Penas fue un acto solemne, también lo fue éste, aunque más íntimo y en la oscuridad de la iglesia, cuyas luces apagadas propician un clima de recogimiento.
En la parroquia del Zumbacón se podía ver ya a la Virgen de la Merced vestida de hebrea y ocupando el lugar en el que estará hasta Semana Santa y que el resto del año es el de su Hijo: la capilla sacramental. Frente a Ella ponían sus hermanos al Señor, y lo mismo ocurría en San Andrés al entrar más tarde de lo previsto, a las once y cuarto de la noche, Jesús de las Penas. Su Madre de la Esperanza también estaba ya ataviada de hebrea.
Terminaba así un día que amaneció incierto en el cielo y comenzaba una nueva Cuaresma en la que ya en San Andrés se escuchó la primera saeta. Era la de Piedad Melgar, que cantaba “Silencio, pueblo cristiano...”, como llamando a los creyentes a vivir con devoción y de la manera en que se debe los días que los llevarán al Triduo Pascual.
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