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Entrada a Jerusalén. Il Giotto

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Juan José Fernández Palomo

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Majestuoso, a pesar de ir montado sobre un humilde pollino y no sobre brioso corcel, Jesús de Nazareth se aproxima a la Puerta Dorada de Jerusalén. Antes ha pasado por Betania donde cenó con Lázaro y sus hermanas, y desde allí pidió que le trajeran al joven burrito de una aldea cercana, que aún no había sido montado por hombre alguno.

El maestro florentino Giotto pinta al Hijo de Dios entrando a la ciudad amurallada con firme lentitud y sin oposición alguna. Así lo presentimos porque la multitud lo jalea y saluda con gozo y también porque en la disposición del cuadro lo hace de izquierda a derecha, que es lo más fácil o natural, según las leyes de la percepción de la Gstald.

Para acentuar la figura de Jesús y terminar de centrarla en la escena, el artista sitúa tras él a los apóstoles con los rostros enfrentados a los de los judíos que lo reciben delante. En un segundo plano, dos chavales se suben a sendos olivos para observar mejor la escena. La maestría del florentino se atreve a dibujar a uno de ellos casi de espaldas, terminando de subirse al árbol. Esto, junto a la pata adelantada del borrico, los personajes que sueltan sus mantos en el suelo o quien levanta a media altura la rama de laurel -u olivo- hace que haya demasiado movimiento para un fresco de los primeros años del Treccento.

Giotto es grande, muy grande: el punto de inflexión que deja atrás el estático pasado iconográfico de Bizancio y adelanta el mareante futuro del Renacimiento.

La Entrada en Jerusalén forma parte de la espectacular serie de frescos con los que decoró la Capilla de los Scrovegni, en Padua. El lugar también se conoce como la Capilla de la Arena, porque la iglesia está erigida sobre los restos de un anfiteatro romano.

De nuevo el palimpsesto de la Historia. “Todo edificio histórico es una relato”, escribió el maestro Castilla del Pino.

A veces sueño durante la vigilia que en un futuro no muy lejano se celebra la final de la Champions League en un modernísimo estadio UEFA cinco estrellas construido sobre una Catedral desamortizada que se engarzó sobre una Mezquita que se había erigido, a su vez, aprovechando los restos de una basílica visigoda. Alguien dirá que eso es mucho soñar, pero la humanidad pasa los tiempos construyendo templos, desde el de Salomón al Wembley Arena, desde una humilde ermita en un cerro hasta Eurovegas en un llano.

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