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Diario del Confinamiento | La Tere

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Juan José Fernández Palomo

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Leo Las Moradas, de Santa Teresa de Jesús. También es de Ávila. Y de España. Y del mundo todo. Es una escritora prodigiosa y yo la tenía olvidada. No le voy a echar la culpa a ninguno de mis profesores por eso, son cosas mías.

Creo que es el último libro que escribió. No debió ser fácil la vida de esta gran señora, por ser señora, por la ojeriza de la Inquisición (la Inquisición continúa, miren las redes sociales), por ser de familia judeoconversa, por cabezota, por emprendedora de franquicias conventuales, por ser quien era, en fin.

Las Moradas, título que no alude a un grupo de feminazis que propagaron el virus escupiendo por un megáfono –como algunos tienen los santos huevos de decir-, sino que habla de las distintas estancias de un castillo interior. Concretamente siete, por las que hay que pasar o demorarse en ellas para que el alma, al fin, consuma su encuentro con la Divinidad. ¿Rara la cosa? Sí, y qué. Más majaradas se ven en Tele 5 y la peña traga.

Teresa estaba enferma. Le pasaban cosas, a quién no, en su cabeza y las somatizaba. Hay historiadores forenses que escriben sobre eso, especulan, montan congresos y jornadas de estudios y las diputaciones les pagan el tren y una noche de hotel. No lo veo mal, es entretenido.

Hay muchas representaciones de Santa Teresa en cuadros, frescos, relicarios y demás. Pero no le hacen justicia. Además, leyéndola, no me la imagino como la pintaron. Sus lúbricas metáforas, sus adjetivos raros pero certeros, sus frases como brochazos violentos la asemejan a una estrella pop. Por ejemplo, si esta noche en sueños se me presentan Miley Cyrus, Rosalía y Teresa de Ávila bailando en chándal y enseñando el ombligo, llamaré al 900 400 061 y diré que he tenido algo de febrícula. Paracetamol, mucha agua y ya está.

Sólo veo de verdad a Teresa en la escultura que le hizo Bernini. Los ojos semicerrados, los labios entreabiertos, los pliegues del hábito, la cabeza hacia atrás, las potencias de luz como los focos del escenario…

Bernini hizo con la Tere lo que Anton Corbijn con U2 y Depeche Mode: elevarla aún más a la galaxia de nuestras estrellas.

Y yo, en mi castillo interior de ahora, flipo con ella.

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