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Diario del Confinamiento | Malditos roedores

Un ratón.

Juan José Fernández Palomo

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Me cuenta Bobby Corrigan algo que, no por obvio, es bueno recordar: “En la historia de la humanidad hemos visto que cuando los seres humanos intentan apoderarse de otras tierras las invaden con militares y ejércitos y luchan hasta la muerte, literalmente, por quién conquistará esa tierra”.

Mi amigo Bobby es rodentólogo urbano en la Universidad de Columbia; es decir, se dedica al estudio de las ratas en las grandes urbes (hay gente “pa to”) y está ahora analizando cómo esos roedores están cambiando su comportamiento habitual en grandes ciudades como Nueva York o Nueva Orleans.

El bueno de Corrigan, que tiene las paletas un poco grandes y algo separadas bajo un bigote castaño, me dice mientras nos tomamos unas cervezas Budweiser que ese comportamiento es normal. Que las ratas, como un ejército, conquistan vertederos, se organizan en una suerte de “brigadas marciales” y son capaces incluso de practicar el canibalismo zampándose a sus cachorros si les hace falta.

De ahí que las ratas, bicho muy promiscuo y fértil por otra parte, estén invadiendo aún más zonas urbanas aprovechando que los restaurantes están cerrados o casi y no encuentran comida en los vertederos habituales. Así que la buscan donde sea.

Me acuerdo que, de chico, solo en casa, vi por primera vez en la tele la peli El Planeta de los Simios, la buena, la primera. Era en aquel programa La Clave, en el que después de la filmación había un coloquio dirigido por José Luis Balbín y su pipa. Allí, un señor circunspecto dijo que “los monos, no; pero que esa distopía podría ser posible con una especie como las ratas que, ya puestas, podrían dominar la Tierra”.

El preadolescente que fui entonces directamente se cagó al escuchar eso solo en la madrugada del pisito familiar.

Y al adulto que soy hoy, después de tomar unas birras con el amigo Corrigan, no le llega la camisa al cuerpo.

Entiendo a los aprendices de etólogo buenista que lo está ahora flipando intercambiándose vídeos de bichos en parques, avenidas y aceras de las ciudades. Qué guay, la naturaleza busca su sitio y tal.

Vale. De puta madre. Cuando se encuentren a tres ratas comiéndose –literalmente- la tostada de su desayuno a ver qué dicen.

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