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La Casa Libertad: donde más de 300 personas sin hogar recuperan su dignidad

Salvador y Antonia en la puerta de la Casa Libertad de Prolibertas | MADERO CUBERO

Alejandra Luque

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Son las 12:30 de un viernes. Hay quienes ya planean un fin de semana de descanso y quienes comienzan sus tradicionales visitas de Navidad. Planifican y organizan unos días que son de ocio. Este espíritu cambia al cruzar las puertas de la Casa Libertad, el centro de día que la Fundación Prolibertas ha habilitado para las personas sin hogar de Córdoba. Quienes lo habitan piensan en el día a día. Sus situaciones de exclusión nos les permiten ver más allá. Como Salvador y Antonia, sólo dos casos “de los muchos que hay en las calles” de esta ciudad.

Hace apenas nueve meses que echó a andar la Casa Libertad y la fundación ha contabilizado en 340 las personas -276 hombres y 64 mujeres- que hacen uso continuo de los servicios que ofrece, desde la propia estancia en la instalaciones hasta la solicitud de desayunos, meriendas, servicios de lavadora o de consigna. Según los datos facilitados por la fundación, este centro recibe al día una media de 55 personas y el servicio de lavadora es el más demandado: ha sido solicitado hasta en 265 ocasiones.

Salvador tiene 53 años, es diabético y es natural de Sevilla. Lleva un año en Córdoba y no sabe si dentro de unos meses cambiará de ciudad. Le da igual “todo”. Cuenta que su vida cambió hace cuatro años, cuando su mujer falleció de muerte súbita. “Desde aquel momento voy cuesta abajo. En picado. No pienso en un futuro, sólo en morirme como mi mujer”. En su duro testimonio no hay un ápice para la esperanza. En una ocasión se intentó suicidar, pero reconoce que “eso es de cobardes”. Apenas gana 200 euros cuidando a dos caballos y los pájaros “de un hombre muy bueno” que le ha dejado “una casita” en la que dormir. Pero allí no tiene termo para disfrutar de una ducha caliente, y más en esta época del año. Calienta agua y se asea en una “palangana”. Sólo puede ducharse dos veces en semana, cuando acude al comedor de Los Trinitarios.

Tampoco tiene lavadora, pero la Casa Libertad le permite tener su ropa limpia y seca. “Cuando llegué a Córdoba no tenía nada y ahora tengo dos maletas de ropa”, asegura. “Mira, ¿has visto estos botines? [zapatillas de deporte] Me lo han dado aquí porque con los 200 euros no me da apenas para nada”. Lo poco que gana lo destina principalmente a sus medicinas. No se las comprará si algún día deja de disponer de ese dinero. “Lo que no voy a hacer es robar. Eso lo tengo claro”, afirma con rotundidad.

Antonia, por el contrario, duerme en la calle en muchas ocasiones. Su pareja, que se encuentra actualmente en prisión, tiene una vivienda pero no duerme en ella por desavenencias con los familiares de su novio. Asegura que no la aceptan “porque está divorciada”. También es diabética y tiene una discapacidad que le impide trabajar y, a su vez, recibir una prestación ya que no llega a los estándares establecidos.

Llegó a su situación de pobreza tras un divorcio no aceptado por sus cuatro hijos. “Yo siempre seré la mala pero ellos no han sabido nunca el problema real de por qué quise separarme. Me casé muy pequeña. No había cumplido los 16 años. Pero llegó un momento en que no aguanté más y me separé”, explica. Aunque su pareja está en prisión, ella sí tiene esperanzas en el futuro. “Saldrá dentro de dos años y medio. Lo estoy pasando mal pero tengo comida y, en ocasiones, un techo. Veo el futuro bonito, de verdad”.

Durante la entrevista, Antonia pasa sus manos continuamente por su ropa. Unos pendientes de perla plateadas le dan luz a su cara. No tiene el aspecto que deje entrever que tras su vestimenta hay una persona en exclusión social. “A veces he pedido por la calle y no me han dado nada porque me dicen que no tengo pinta de vivir en la calle, pero es que yo no puedo verme sucia. Yo tengo que estar limpia y que mi ropa también lo esté”. Si consigue dinero, va a ver su novio a la cárcel.

Son las 12:50 y Salvador me recuerda que el comedor abre a las 13:00. “Tenemos cinco minutos para entrar, miarma, y el que no entre... No come. Y eso es sagrado. También es bueno que se pongan estas normas, claro que sí”, afirma, mientras se prepara para irse. Ambos agradecen al comedor no sólo la comida que les da, sino “por las personas tan fantásticas que están allí”. Describen el momento de sentarse a la mesa y ruborizan a cualquier que les escuche, como es mi caso. “Nos ponen comida caliente, en una mesa y en vajilla de cristal. Nada de platos de plástico. Nos tratan como personas”. Se van al comedor. A las 15:00 volverán a la Casa Libertad.

El coordinador de la fundación, Eduardo García, incide en que los perfiles de Salvador y Antonia son los que responden a la realidad de una ciudad como Córdoba. Si hasta 2008, los usuarios del comedor de Los Trinitarios eran extranjeros, esas cifras han disminuido y ahora son los españoles los que más viven en la calle. Esto no quiere decir que la situación de los extranjeros haya mejorado en Córdoba en detrimento de la de los cordobeses sino que, simplemente, los flujos migratorios hasta la capital se han reducido por las escasas posibilidades de encontrar un empleo o tener una vida digna.

Después de nueve meses, García asegura sin ningún género de dudas que “las expectativas se han sobrepasado enormemente”. Durante la puesta en marcha de la Casa Libertad llegó a sentir “cierto temor de si, realmente, a este edificio iban a venir personas”. A los pocos meses, García palpó las necesidades de las personas sin hogar.

La Casa Libertad cuenta actualmente con dos trabajadores sociales y en el futuro, García ya vislumbra una petición que le han transmitido los propios usuarios: abrir el edificio de lunes a domingo. “Hasta hace cuatro años, el comedor cerraba en agosto hasta que decidimos abrir también porque durante ese mes la gente come. Así de claro. Ahora ocurre lo mismo con la Casa Libertad. Debemos encontrar recursos para prestar los servicios que estas personas se merecen”, concluye.

Son las 13:30. Una persona se acerca a las puertas del centro. “Ya está cerrado. Ven esta tarde, pero si quieres puedes acudir al comedor”. “No, no. Yo tengo casa. Vengo a que me den información sobre prestaciones”. En pocas horas, la Casa Libertad volverá a dar refugio a quienes no tienen nada y se ven obligados a improvisar su vida a cada hora.

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