Prohibido rendirse
Soy del Real Madrid, como todas las personas decentes. No sé cómo ni por qué, pero los equipos de fútbol son como las novias: ellas te eligen a ti aunque tú creas que eres quien hace la selección. Crecí con la triunfal Quinta del Buitre, pero también pasé la travesía por el desierto de los 90, celebrando como hito histórico la Copa Fiorucci mientras el Dream Team construía su leyenda. Bebí mucho en La Libra antes de llorar por la Séptima, ese día que creíamos que nunca iba a llegar, y ya de cuarentón he contado Copas de Europa desde la distancia y el desapasionamiento. Pero en mis 40 años de madridismo he entendido que ser del Madrid es defender y llevar a gala unos valores, como compatibilizar el universalismo con la representación de España, el gusto por la estética no reñida con el trabajo, y sobre todo aprendí lo que el Marca llamó esta semana “el primer mandamiento”: nunca rendirse.
Ser del Madrid es ser consciente de que todos están contra ti y que estás solo en la pelea, es no esperar favores de nadie, combatir contra un mar de enemigos envidiosos y luchar hasta el final, las remontadas del Bernabéu, 90 minuti molto longo y el gol de Ramos en el 94. Ser del Madrid es esperar que el milagro es posible incluso en noches tan perras como las del otro día ante el Borussia, cuando tras 87 pésimos minutos de indolencia y desconexión, los quemasangres (ay papá, cuánto me acuerdo de ti…) son capaces de reaccionar y sacar el partido adelante aunque a base de casta sea con un empate a última hora. Vestir de blanco significa que pase lo que pase, rendirse no es una opción. El escudo y la camiseta no lo permiten. Sencillamente, está prohibido.
Pues aunque no seas del Madrid, ese es el espíritu que necesitamos ahora mismo, porque el partido está cuesta arriba, y es probable que se ponga peor. Nada más lejos de mi intención que lanzar un mensaje buenista y demagogo, sobre todo cuando a uno no le ha tocado la bala, aunque quizás haya pasado tan lejos. Lo estamos pasando mal y nada apunta a que la cosa vaya a ir a mejor en los próximos meses, pero rendirse no es una opción. Estamos en todo nuestro derecho de sufrir, de llorar, de tener días malos e incluso de perder la esperanza, pero estamos obligados a recuperarla y volver a empezar, aunque sea de cero.
La semana pasada se hizo viral la imagen de la desesperación de la hostelería, la de dos hombres delante del negocio que tanto trabajo les costó montar. Moribundo y con el incierto futuro de la persiana sobre la cabeza, ese asador de Zaragoza representa cualquier bar de Fátima, del Sector Sur o de Cañero, con tantas familias pendientes del próximo bandazo y tantas bocas sin saber de qué van a comer. Por más que trate de ponerme en su lugar, no puedo, porque es fácil querer entender al que lo está pasando mal cuando lo ves de lejos, pero incluso ellos han entendido que tras ese momento de desesperanza sólo queda levantarse y volver a luchar de nuevo.
Y eso que lo tenemos todo en contra, nos pitan penaltis injustos y estamos solos. Hasta el Gobierno nos ha abandonado a nuestra suerte, dejándonos al amparo de las comunidades autónomas en la versión progre y moderna del ahí os quedáis y a ver cómo os aviáis. Quizás haya que tirar del discurso de Al Pacino en Un domingo cualquiera, porque “o nos sanamos como equipo o moriremos como individuos”, y eso que están haciendo todo lo posible por separarnos, por enfrentarnos y hacer que cualquier día nos liemos a hostias unos con los otros. Si hacemos eso, al acabar, ensangrentados y agotados, declararemos un vencedor y juzgaremos al vencido, pero no habrá ganadores, sólo jodidos.
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Sólo nos queda pelear. Rendirse no es una opción y hacer todo lo posible para empatar el partido y soñar con la remontada. La fe no es esperar que las cosas pasen, sino empezar a mover el culo para que sucedan. No es esperar que la montaña se mueva, sino coger la pala y empezar a mover tierra. Nos espera una avalancha y lo vamos a pasar mal, es lo que nos ha tocado vivir. Nuestros abuelos vivieron una guerra y nosotros esta mierda que nos marcará para siempre, pero un día descampará y dejarán de silbar las balas ahí fuera. Entonces nos llegará el momento de levantarnos y quizás saldar deudas, pero por el momento lo único que está prohibido es rendirse. A eso los madridistas lo llamamos el espíritu de Juanito y lo llevamos en el ADN, por eso nadie nos lo tiene que explicar.
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