Estudié para profesor de inglés pero nunca pisé un aula, porque lo que siempre me gustó fue escribir y contar historias. Lo hice durante 15 años en El Día de Córdoba, cumpliendo sueños y disfrutando como un enano hasta que se rompió el amor con el periodismo y comenzó mi idilio con el coaching y la Inteligencia Emocional. Con 38 años y dos gemelas recién nacidas salté al vacío, lo dejé todo y me zambullí de lleno en eso que Zygmunt Bauman llamó el mar de la incertidumbre. Desde entonces, la falta de certezas tiene un plato vacío en mi mesa para recordarme que vivimos en tiempos líquidos e inestables. Quizás por eso detesto a los vendehúmos, reniego de la visión simplista, facilona y flower power de la gestión emocional y huyo de los gurús de cuarto de hora. A los 43 me he vuelto emprendedor y comando el área de proyectos internacionales de INDEPCIE, mi nueva criatura de padre tardío. Me gusta viajar, comer, Queen, el baloncesto y el Real Madrid, y no tiene por qué ser en ese orden.
Illa, Illa, Illa, Salvador pesadilla
Los madridistas somos gente decente y honrada, como todo el mundo sabe. Respetamos las tradiciones, y aunque tenemos noble y bélico adalid somos caballeros del honor (también nos mola esa parte de las mocitas madrileñas, aunque esa letra hoy estaría prohibida por algún Ministerio). Por eso, en el Bernabéu, en el minuto 7 de cada partido, surge desde el fondo el canto de “illa, illa, illa, Juanito maravilla”, para recordar a uno de los nuestros, de esos que mostrar a las generaciones futuras como ejemplo de lo que es y será siempre el Real Madrid. El de Fuengirola era un talento puro, un artista, el Curro Romero del fútbol. Inconstante, guadianesco y genial, pero sobre todo comprometido y madridista hasta las cachas. Juanito son los saltos contra el Borussia, los noventa minuto molto longo y también el pisotón a Matthaus, por eso sigue vivo en el recuerdo casi 30 años después de su muerte.
Hace unos meses nos adoctrinaron con esa burla campaña orquestada de las palmitas a las ocho, con las que nos mantenían anestesiados y entretenidos mientras la gente moría como chinches. Una fantástica cortina de humo con banda sonora incluida para desviar la atención de la peor gestión de la primera ola de la pandemia, de la génesis de un desastre del que tardaremos años en recuperarnos. Resistiré, pedían que cantáramos. Juntos saldremos más fuertes. Tiene huevos…
Al menos entonces teníamos alguien a quien echarle la culpa, aunque a ellos se la pelara. Hoy el gobierno ha preferido desaparecer, hacer un calculado ejercicio de ausencia y dontancredismo mientras el caos sigue cabalgando y cogiendo velocidad. Si no hay cadáver, no hay delito, deben pensar, así que si no hay gobierno no hay culpable. La gente muere por capricho, porque sí, porque no tienen otra cosa que hacer y porque tienen la dichosa manía de salir a la calle y juntarse. A mí que me registren.
Illa, Illa, Illa, Salvador pesadilla. Sería una letra perfecta para salir a los balcones a las siete y recuperar el espíritu de Juanito, un tío reivindicativo, mordaz y al que más de una vez le jugó una mala pasada eso de decir todo lo que sentía. En el mundo de lo políticamente correcto, el que expresa lo que piensa es sospechoso y señalado. Si algo tenía el malagueño era compromiso, el respeto infinito a una camiseta y el honor eterno a unos colores. Todo lo contrario que Salvador Illa, el ministro de la infamia, el filósofo del desastre que apura sus días de no hacer nada rumbo a la Generalitat.
Ese es el plan que le tenían preparado hace año y medio, cuando lo colocaron en el Ministerio de Sanidad como si a mí me ponen en una tienda de encurtidos. El sitio era lo de menos. Lo importante era ir dando forma al candidato, y como en cuestiones de salud nunca pasa nada, ese no parecía mal lugar. Hasta que estalló la pandemia y se le quedaron las mangas cortas…
Illa (la mitad del dúo cómico que forma junto a Fernando Simón, los Cruz y Raya del desastre) representa por sí solo la esencia de este gobierno de cartón piedra, de postureo y medidas cosméticas pero sin poso ninguno. Al catalán lo pusieron ahí como podían haber puesto a cualquier otro, porque no estaba para tomar decisiones, sino para figurar mientras sus compañeros se lucían en cuestiones más progres, que es lo que mola. Pero el plan salió mal.
Da igual. Lo mismo que la realidad no debe fastidiarte un buen titular, 80.000 muertos no deben romper un plan que acababa con Illa como candidato a las elecciones catalanas. Maquiavelo es un cadete comparado con estos chicos que lo tenían todo calculado, una tormenta perfecta con el adelanto del CIS de Tezanos incluido. Pero no contaban con una situación que exige la toma de medidas y responsabilidades, por difíciles y duras que sean. Pero tampoco contaban con la incómoda dualidad ministro/candidato en días de pandemia. Como lo que haga uno puede afectar al otro, mejor no hacer nada, vaya a ser suficientemente impopular como para estropear lo planeado. Si París puede esperar, un confinamiento, también. Concretamente, hasta después de las elecciones catalanas. Yo iría comprando papel higiénico por si acaso.
Illa, Illa, Illa, Salvador pesadilla. Ya dijo la inefable Carmen Calvo que el Pedro Sánchez secretario general del PSOE no era el mismo Pedro Sánchez presidente del gobierno (recuerden el vídeo de 2018. Impagable), así que el Illa ministro no es el mismo que el Illa candidato. En manos de estos estamos, de la bipolaridad gobernante, del tacticismo por encima de todo, de la zafiedad institucionalizada. Mientras, la pesadilla continúa.
Sobre este blog
Estudié para profesor de inglés pero nunca pisé un aula, porque lo que siempre me gustó fue escribir y contar historias. Lo hice durante 15 años en El Día de Córdoba, cumpliendo sueños y disfrutando como un enano hasta que se rompió el amor con el periodismo y comenzó mi idilio con el coaching y la Inteligencia Emocional. Con 38 años y dos gemelas recién nacidas salté al vacío, lo dejé todo y me zambullí de lleno en eso que Zygmunt Bauman llamó el mar de la incertidumbre. Desde entonces, la falta de certezas tiene un plato vacío en mi mesa para recordarme que vivimos en tiempos líquidos e inestables. Quizás por eso detesto a los vendehúmos, reniego de la visión simplista, facilona y flower power de la gestión emocional y huyo de los gurús de cuarto de hora. A los 43 me he vuelto emprendedor y comando el área de proyectos internacionales de INDEPCIE, mi nueva criatura de padre tardío. Me gusta viajar, comer, Queen, el baloncesto y el Real Madrid, y no tiene por qué ser en ese orden.
0