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La España que madruga

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José Carlos León

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Hoy es jueves, cuatro días antes de que se publique este artículo. No tengo ni idea de los resultados de las elecciones ni voy a gastar una línea en hablar de ellas. Aunque lo he elegido a posta para provocar y para que al menos te entre la curiosidad por leerlo, el titular no tiene nada que ver con uno de los mantras de Vox. Puede que hoy te hayas levantado más contento, más cabreado o igual de indiferente según quién haya ganado. Me da igual. Lo que es seguro es que el despertador ha sonado a la misma hora, el sol ha vuelto a salir, los niños tienen que ir al colegio y a ti te ha tocado madrugar y apagar con más o menos desgana el despertador. Después de lo de ayer, tu vida ha cambiado poco o nada. Bienvenido a la España real, a la España que madruga gobierne quien gobierne. Eres uno de los nuestros.

Echa un vistazo a tu trayectoria vital, quizás a tus últimos años. Por el límite donde quieras. Salvo si superas los 60 y has vivido la transición desde la dictadura, tu vida se ha desarrollado en democracia y has vivido bajo gobiernos de distinto signo, construyendo tu carrera profesional, tu familia, tu pequeña gran historia personal. ¿Cuánto te han afectado las decisiones de La Moncloa en tu vida diaria? ¿Ha condicionado la gran política tu forma de vida? Es probable que la respuesta sea no, y más con nuestro sistema de democracia representativa provincial, en el que nosotros no hemos elegido realmente al presidente del gobierno, sino que nuestra capacidad de elección ha estado limitada a los diputados por Córdoba. Ya sabes que gracias a este sistema concedido a los nacionalistas en la transición, tu voto vale menos que el de un vasco o un catalán. Es más, puede que gracias a la Ley D’Hont tu voto se haya ido directamente a la basura, convirtiendo tu buena intención democrática y el sano ejercicio de tu derecho a votar en un favor para algún partido por el que no lo habrías hecho en tu vida. Esto es así, que diría aquél.

Y sin embargo, es normal que hoy estés hablando de los resultados de las elecciones con tus compañeros de trabajo, compartiendo alegrías con los afines o aguantando al de enfrente. No te escaparás de escuchar y leer sesudos análisis en los medios durante horas y horas, puede que durante días. Y si no hay claras mayorías, tendremos tema de conversación para meses. En fin, nada que no sepas. La cuestión es que de una forma o de otra estaremos empleando tiempo, más o menos energías y algún que otro esfuerzo en algo sobre lo que tenemos poca o nula capacidad de actuación y decisión. Votar no es inútil. Es necesario y diría que casi obligatorio para que no demos por hecho lo que tantos lucharon por conseguir, pero el resultado final es algo que individualmente se nos escapa de las manos, algo que no depende de nosotros.

Y aun así, hoy te ha tocado madrugar, hacer números para pagar el plazo del IRPF, los autónomos, estirar la nómina en previsión de las Navidades… Esa es tu guerra, de la que no puedes perder el foco ni la atención, porque en esa batalla el único protagonista eres tú, y ningún político se acordará de las personas que hay detrás de los grandes números. Eso es lo que está en tu mano, lo que de verdad depende de ti, donde sí tienes verdadera capacidad de actuación y donde puedes hacer que las cosas pasen, aunque haya determinados factores externos que se te escapen. Ahí es donde sí puedes generar valor y resultados, mucho más que en la urna de ayer.

Eso que hoy estás experimentando lo explicó hace años Steven Covey con la teoría del Círculo de Influencia y el Círculo de Preocupación para referirse a dónde ponemos las personas nuestro foco de atención, nuestra energía, nuestro esfuerzo y dedicación. En el círculo de influencia estaría todo aquello que de forma clara depende de nosotros, como mis palabras (y también mis silencios), mis acciones (ojo, tanto lo que hago como lo que dejo de hacer) y sus consecuencias, mis pensamientos y mis opiniones, mis ideas, mis relaciones (¡fundamental! De quién me rodeo y cómo me relaciono con ellos), mis emociones e incluso mis errores. En el círculo de preocupación está todo aquello que aunque me inquiete no está en mi mano y sobre lo que no tengo una capacidad directa de actuación, como las palabras de los demás, sus opiniones (incluso sobre nosotros mismos), sus pensamientos o lo que sienten hacia nosotros. Aquí la pregunta es clara: ¿a qué le estoy dedicando más tiempo, a lo que depende de mí o a lo que no? ¿En torno a qué giran mis conversaciones o mis esfuerzos? ¿Hablo de lo que está en mi mano o de lo que me entretiene pero se aleja de mi campo de actuación y decisión? ¿Dónde tengo puesto el foco?

Básicamente, tenemos dos maneras de contemplar lo que nos ocurre: desde las preocupaciones o quejas o desde nuestra capacidad de influencia o margen de maniobra. Decidir una u otra depende de uno mismo. Por eso, lo interesante de los círculos de influencia y preocupación es que no son fijos, sino virtuales, ya que pueden ampliarse o reducirse en base precisamente a dónde tengo puesto el foco. Si sólo me centro en lo que no depende de mí, en los problemas que me rodean y en todo lo que me pasa alrededor, mi capacidad de actuación y decisión quedará cada vez más menguada, quizás reducida a la mínima expresión. Si por el contrario me enfoco en lo mucho o poco que puedo hacer cada día por lograr algo, por mejorar una situación o alcanzar una meta, llegará un momento (quizás no sea hoy ni mañana) en que cada vez más cosas dependan de mí o, al menos, estén en cerca de mi campo de decisión.

Obsérvate hoy, quizás los próximos días, y también a los que tienes cerca. ¿Hablan de problemas o de soluciones? ¿Critican, se quejan o tienen conversaciones constructivas? ¿Explican por qué no consiguen las cosas o buscan alternativas? En lenguaje coaching diríamos si son proactivos o reactivos, porque como diría Covey, “si queremos ser más efectivos, centrémonos en lo que está en nuestras manos”. Y seguramente, hablar de las elecciones de ayer no nos hará más efectivos.

Señor, concédeme coraje para cambiar las cosas que pueden y deben cambiarse, serenidad para aceptar las cosas que no pueden cambiarse, y sabiduría para establecer la diferencia

Plegaria de la Necesidad

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