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Sobre este blog

Estudié para profesor de inglés pero nunca pisé un aula, porque lo que siempre me gustó fue escribir y contar historias. Lo hice durante 15 años en El Día de Córdoba, cumpliendo sueños y disfrutando como un enano hasta que se rompió el amor con el periodismo y comenzó mi idilio con el coaching y la Inteligencia Emocional. Con 38 años y dos gemelas recién nacidas salté al vacío, lo dejé todo y me zambullí de lleno en eso que Zygmunt Bauman llamó el mar de la incertidumbre. Desde entonces, la falta de certezas tiene un plato vacío en mi mesa para recordarme que vivimos en tiempos líquidos e inestables. Quizás por eso detesto a los vendehúmos, reniego de la visión simplista, facilona y flower power de la gestión emocional y huyo de los gurús de cuarto de hora. A los 43 me he vuelto emprendedor y comando el área de proyectos internacionales de INDEPCIE, mi nueva criatura de padre tardío. Me gusta viajar, comer, Queen, el baloncesto y el Real Madrid, y no tiene por qué ser en ese orden.

Crecer

Un barco oxidado.

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Uno de los más ñoños, repetidos y manidos ejemplos que ponen los malos coaches (ojo, yo también lo he puesto y lo sigo usando de vez en cuando) es el del dichoso barco. La presentación viene a ser más o menos así:

-         ¿Para qué está hecho un barco?

-         Para navegar

-         ¿Pero dónde está más seguro un barco?

-         Fondeado en puerto.

-         ¿Pero qué le pasa a un barco cuando se queda anclado y no cumple su misión?

-         Que se pudre.

-         Pues a las personas nos pasa lo mismo. Aunque estamos más cómodas en nuestra zona de confort, estamos diseñadas para crecer y navegar, aunque haya tormentas y tempestades. Esa es la naturaleza humana, para eso estamos en el mundo.

A esto le suele seguir un “ohhh” de asombro y de admiración por las sabias palabras del ponente, que una vez más reta a la audiencia a la estresante labor de salir de su zona de seguridad y desarrollarse, crecer y trascender en la vida. Otro cliché, otra frase de sobrecillo de azúcar y otro día de gloria para el orador de turno, aunque probablemente el efecto entre sus espectadores se diluya antes que su ego.

Si eso es aplicable a las personas a título individual, también sucede con las empresas y las organizaciones. De hecho, otra frase recurrente (ésta también la he utilizado yo, puede que incluso por aquí mismo) es que en el mercado actual sólo quedarán dos tipos de empresa: las rápidas y las muertas. Hay quien se la atribuye a Steve Jobs, otros a Bill Gates, pero yo no he encontrado la referencia por ningún sitio, aunque sí es repetida hasta la saciedad por expertos o expertillos de distinto pelaje.

Quizás por encima de estas sentencias de speaker de medio pelo esté un tal Isaac Newton y sus leyes del movimiento. La primera, la ley de la inercia, dice que todo cuerpo tiende a mantener su estado de reposo a no ser que sea obligado a cambiarlo por fuerzas ejercidas sobre él. Es decir, si eres un flojo y un vago tenderás a seguir siéndolo a menos que algo o alguien (tú mismo, por poner un ejemplo) no hagas algo al respecto para salir del punto muerto.

A menos que la tendencia natural del cuerpo sea el movimiento, la acción, y con ella, probablemente, el crecimiento. Entonces es probable que los cuerpos tiendan a su estado más recurrente, aunque hay que seguir añadiendo energía que impulse ese movimiento. Las cosas no funcionan solas porque sí, por pura inercia, por ciencia infusa. Eso sí es muy aplicable a las organizaciones, incluso a las mejores, a las más exitosas, que corren el riesgo de regodearse en sus resultados pensando que ya está todo hecho.

Dice Alfonso Alcántara (siempre con humor y rigor) que más que salir de la zona de confort hay que tender a ampliarla, aprovechando lo virtual de sus muros, la flexibilidad de sus márgenes. Quizás así, con ese simple cambio semántico, podemos acabar con la sensación de estrés permanente que supone crecer, hacer más cosas, vender más, ganar más… Quizás el crecimiento, tanto en las personas como en las organizaciones, sea solo una actitud, una mirada, una forma de ver las cosas y enfrentarte al día a día.

Carlos Herreros, en su libro La empresa sin miedo, dice que cuando las organizaciones tienen miedo y quieren defender lo que han conseguido empiezan a mirar hacia adentro, a buscar enemigos y peligros internos de los que defenderse. Entonces, cuando el foco deja de estar fuera, el miedo ha dejado de ser un elemento generador de recursos y estrategias para convertirse en el principio del fin. Herreros cita a Nancy Klein, quien señala que “si usted trabaja en una organización ya sabe algo: el miedo reina. Lo que quizás no sabe es que pronto o tarde el miedo la destruirá”. Todo depende de si uno sabe o no gestionarla, si uno deja que el miedo domine sus acciones y sus decisiones, de las más pequeñas a las más estratégicas.

Por eso, entre asentarse y crecer, la respuesta siempre debe ser crecer, o al menos querer crecer. Es cierto que cuando subes al Everest necesitas sentarte cinco minutos a disfrutar del éxito, a tomar conciencia de lo logrado, pero inmediatamente afrontas el descenso, lo más complicado y el inicio de otro desafío, del siguiente, de lo que está por venir. Cuentan que uno de los grandes éxitos de Apple es que mientras contaban los millones que habían ganado con el Iphone9 alguien en sus laboratorios ya tenía preparado el Iphone10… y el 11, y probablemente el 12. Eso es crecer, y así el barquito de los cojones nunca se pudrirá.

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Estudié para profesor de inglés pero nunca pisé un aula, porque lo que siempre me gustó fue escribir y contar historias. Lo hice durante 15 años en El Día de Córdoba, cumpliendo sueños y disfrutando como un enano hasta que se rompió el amor con el periodismo y comenzó mi idilio con el coaching y la Inteligencia Emocional. Con 38 años y dos gemelas recién nacidas salté al vacío, lo dejé todo y me zambullí de lleno en eso que Zygmunt Bauman llamó el mar de la incertidumbre. Desde entonces, la falta de certezas tiene un plato vacío en mi mesa para recordarme que vivimos en tiempos líquidos e inestables. Quizás por eso detesto a los vendehúmos, reniego de la visión simplista, facilona y flower power de la gestión emocional y huyo de los gurús de cuarto de hora. A los 43 me he vuelto emprendedor y comando el área de proyectos internacionales de INDEPCIE, mi nueva criatura de padre tardío. Me gusta viajar, comer, Queen, el baloncesto y el Real Madrid, y no tiene por qué ser en ese orden.

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