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Nuestro valor añadido

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José Carlos León

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Ayer me estremecí al leer el panorama postapocalíptico que dibujó aquí Alfonso Alba, un duro esbozo de una Córdoba herida por la pandemia en lo social y, sobre todo, en lo económico. Lo peor es que no se trata de un retrato sincrónico, de una foto fija tras el estado de alarma, sino que corre el riesgo de convertirse en un escenario temporal que suma a la ciudad en la peor crisis que hemos vivido dos generaciones de cordobeses. “Háganse a la idea de que van a vivir en una ciudad con miles de parados durante mucho tiempo”, dice Alfonso al retratar con una crudeza que se agradece “un futuro que ha venido para quedarse”.

No es cuestión de echarnos más mierda encima ni de incidir en los pecados de nuestra economía, pero una ciudad entregada a los servicios está condenada a sufrir ante una situación como esta por culpa de un factor determinante: la ausencia de valor añadido. Sólo mencionarlo hablando del turismo le costó un reproche al ministro Alberto Garzón y no seré yo quien le defienda, pero hasta que no nos metamos el término en la cabeza no daremos un paso al frente y saldremos de esta.

El valor añadido se define como la utilidad adicional que tiene un producto o servicio como consecuencia de haber sufrido un proceso de transformación. Hace un par de semanas, el alcalde Bellido dijo aquí mismo medio en broma medio en serio que “el mejor alcalde que ha tenido Córdoba fue Abderramán III”. A partir de ahí, todos han ido estropeándolo. El caso es que la Mezquita ya lleva ahí mil años, y desde entonces nadie ha conseguido que tenga un valor añadido, porque según la definición, nadie ha aumentado su utilidad en base a un proceso de transformación. Si la gente viene a ver lo mismo que lleva ahí puesto 10 siglos, sin nada nuevo, sin nada más, mal vamos.

Y todo a pesar de que de que nos pegamos muchos golpes en el pecho hablando del gran talento que hay en la ciudad. De vez en cuando tenemos alguna noticia agradable, casi sorprendente, como la explosión de Genially en el mundo de las aplicaciones informáticas, el genio innovador de Paythunder o el crecimiento exponencial y la visión de futuro de Silbón. Quizás no son muchos, pero son ejemplos (y seguro que hay más) de talento cordobés, de auténtico valor añadido, de empresas que no notarán tanto los efectos de la crisis porque han sabido buscar nichos y campos alejados del riesgo del negocio tradicional.

Porque dibujado el panorama, busquemos soluciones dentro en base a una palabra que ya hemos citado: talento. Sólo desde ahí se podrá dar valor añadido a nuestra ciudad, que es el gran producto que tenemos la obligación de vender ahí fuera, y ahora más que nunca. Se trata de aportar valor, de hacer algo más, de que lo bueno se convierta en sublime y que nuestro trabajo aporte un plus al servicio que ofrecemos transformándolo en una necesidad para el consumidor. En esas andamos las empresas, pero en eso deberíamos estar cada uno de nosotros, en desarrollar nuestro talento, en descubrir qué hacemos muy bien, incluso mejor que los demás, en encontrar esos motivos que nos hacen buenos e imprescindibles porque aportamos un valor añadido transformando para bien todo aquello que tocamos. Suena bien, pero no es fácil, aunque más vale ponernos a ello cuanto antes.

Porque hacer las cosas bien ya no basta. Eso es lo mínimo que se despacha, la condición sine qua non, pero las cosas han cambiado. Tenemos que aportar más, y si no en cantidad, sí en calidad. Definitivamente. El riesgo de hacer las cosas bien, con corrección, pero sin más, es que nos hace recambiables y, en última instancia, prescindibles. Si ofrecemos lo mismo que todo el mundo, si no le aportamos a nuestro producto o servicio el manido valor añadido, lo estamos convirtiendo en algo estándar, mediocre y condenado a la extinción. Eso supone con muchos de esos negocios que están colgando el cartel de Se Alquila o Se Vende, y también pasará con nosotros si no entendemos que nos ha llegado el momento de dar un paso al frente como sociedad, como individuos y como trabajadores.

En nuestras formaciones de empleabilidad damos mucha importancia a preparar a los aspirantes para enfrentarse a una pregunta que antes o después suele salir en todos los procesos de selección: ¿Por qué tengo que contratarte a ti y no a otro? ¿Por qué tengo que elegir tu negocio y no el de la competencia? ¿Qué me ofreces tú o tu producto que te distinga del resto? Ahí surgen respuestas como “soy muy profesional”, “soy puntual”, “soy muy formal”, “somos los más baratos” o “ofrecemos mucha calidad”. ¡Noooo! Eso se da por hecho, eso son condiciones mínimas que no aportan ningún valor añadido, por mucho que todavía muchos empresarios y trabajadores crean que esos pueden ser sus rasgos distintivos. O empezamos a meternos eso en la cabeza y nos convertimos en generadores de valor, transformando nuestra gran herencia cultural y patrimonial, o ese futuro tétrico y oscuro del que hablaba Alfonso se quedará mucho tiempo con nosotros. ¿Qué vamos a hacer?

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