Afrontar la realidad
Lo primero, pediros disculpas. La semana pasada fue complicada y tan ajetreada con varios temas -entre ellos los derivados de nuestro “empresario m” (mi mujer no me deja ya que use más la palabra “mojón”... ¡Uy! Ya se me ha escapado otra vez)- que se me pasó por completo sacar la entrada semanal. Así que mil perdones a todos mis fieles seguidores (qué bien suena).
Es difícil afrontar la realidad. Sé que puede parecer filosófico, pero es una verdad como un templo. Y lo podemos aplicar tanto a nuestro ámbito personal como profesional. Afrontar la realidad no es nada fácil, ya que en muchas ocasiones supone hacer frente a miedos, debilidades o complejos que nos son difíciles de reconocer y a los que no nos gustan que se nos asocie.
Por ejemplo. Yo estoy medio calvo. Antes peinaba melena “leonina”, con mi gomina y . Ahora, la primera gota de lluvia cae sobre piel. Pero, sinceramente, no me afecta para nada. En cambio, otras personas (en todo su derecho) llevan mal esa pérdida de cabello. Les cuesta “afrontar la realidad”.
Visto el ejemplo nos situamos perfectamente, ¿no?
En el mundo profesional, esto pasa a diario y con una frecuencia enorme. Las empresas viven constantemente esta situación, provocada al 90% por profesionales que no son capaces de asumir que no lo están haciendo bien. Una empresa está para dar servicio a sus clientes, sea en el ámbito que sea. Y los miembros del equipo están para hacerlo lo mejor posible para conseguir tal fin. Si no somos humildes y reconocemos que podemos cometer errores, que no lo hemos hecho lo mejor posible o que, simplemente, no somos capaces de hacerlo como se nos pide, el resultado no será el óptimo y repercutirá negativamente en la empresa y en nosotros mismos como profesionales.
Creo que la humildad es una cualidad que está muy denostada últimamente dentro del ámbito profesional. Parece que reconocer que nos hemos equivocado o que no tenemos razón está mal visto, y la verdad es que no entiendo el porqué. Particularmente a mí me encanta reconocer cuando me equivoco, no tengo problema. Eso sí, que me equivoque de verdad, no me intentes hacer ver lo que no es (je,je).
En serio, si nos equivocamos hay que reconocerlo. Si hemos hecho algo mal hay que decirlo. Si se nos ha pasado por alto, se asume el error y se intenta arreglar. Pero no hemos de tirar de soberbia y orgullo en estos casos. Hay que afrontar la realidad de que nos hemos equivocado o, mejor aún, de que no sabemos de todo.
Yo no sé cuántas veces a la semana puedo preguntar, leer para enterarme, llamar a quien sabe, etc. No me preocupa el que dirá o pensará el que me vea u oiga hacerlo, porque yo en ese momento estoy mejorando y eso me encanta. Por supuesto que nos cuesta a todos aceptar estas situaciones. Nuestra personalidad sale a la luz cada vez que hemos de reconocerlas, pero creedme, no hay nada de malo en ello.
Yo me sigo formando a diario porque me encanta aprender de los demás. Adoro escuchar y absorber conocimiento. A veces raya lo chismoso y más de uno se ríe de ello (mi amigo Félix, flamante nuevo presidente de AJE Córdoba, me dice constantemente que soy una abuela chismosa; por cierto, felicidades “Felisiano”), pero nada más lejos de la realidad. Soy un auténtico convencido de que la información es aprendizaje, es mejorar y es “saber” (y sí, a veces también es poder).
Por eso, querido amigo, afronta la realidad: no sabemos de todo y sí, nos equivocamos. No siempre llevas la razón y no estás en posesión de la verdad. Así que cuando alguien te plantee que no llevas razón o que te estás equivocando, y te lo justifique con argumentos (que estos pueden ser experiencias de vida), ten un poco de humildad y afronta la realidad.
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