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Soñar

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Antonio Agredano

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“Si se ha podido dar, la muerte es otra” es el último verso de un poema de Joan Margarit llamado ´La época generosa´. Habla de ser padres. De esa entrega absoluta. Agotadora y feliz. Hablé con Margarit sobre la paternidad de camino a su hotel. Y luego sobre la familia, sobre España, sobre Cataluña, sobre el idealismo, y aterrizamos en el futuro. Nuestro futuro. El de gente que trabaja y quiere amueblar un piso alquilado y comprar un Dacia Lodgy y no perder nunca el pulso de la vida. “¿Para qué la ilusión y un ideal? A mí no me des esperanza, dame cosas ya”, dijo. Y se paró en los Jardines de Orive. Con los ojos abiertos, con la chaqueta pendulando en el codo, con obcecada ternura. “Pero aquí, ya”, dijo. Y se golpeó con fuerza la palma de la mano izquierda con la palma de su mano derecha.

Me fascinó que un poeta tuviera un concepto tan inmediato de la política, de la vida. Que no se lanzara al firmamento. Que no divagara. No hablaba de dinero, sino de evidencias, de hechos, de la certidumbre de lo público. De esa prisa por el hoy. La felicidad se construye con piedra real y no con adoquines de niebla. “La mayor rémora de la vida es la espera del mañana y la pérdida del día de hoy”, siempre Séneca. Releí algunos poemas de Margarit anoche, en ese áspero silencio del hogar cuando el niño duerme, y encontré en sus palabras esa urgencia, esa querencia por el asfalto y por la tierra, por las raíces y por el progreso. Allí donde se anclan las familias, sus expectativas. Esa comodidad dentada que nos ha tocado vivir. Y ya luego: “Detrás de las palabras sólo te tengo a ti. Triste quien no ha perdido por amor una casa”. Me quedé en ese verso. En la brega entre corazón y cerebro. ¿Rige el cuerpo a la mente o es la mente la que rige al cuerpo?, cantaba Morrissey en ´Still ill´.

Pasa en el Córdoba Club de Fútbol que las palabras siempre han pesado más que los hechos. Que vivimos en un futuro que jamás ocurrirá.

El cordobesista anida en los goles que no fueron, en los futbolistas que no vinieron, en las victorias que jamás celebramos. Cuando llegó Jesús León todos lo escuchamos como niños en su primer día de clase. Semanas tardó en llegar el murmullo en las últimas filas. Ahora ya todo es caos en los pupitres. Nadie se cree nada. El maestro ha acabado a tizazo limpio con los alumnos. El aula es un estercolero. Un terremoto infantil. Papeles rotos en todas partes. ¿Por qué hemos llegado aquí? ¿Por qué, de nuevo, la indefensión, la ristra de derrotas, la desconfianza, el miedo?

La herencia de González es un escudo ya agrietado. Empieza a asomar el costado desprotegido. Ha habido mala gestión. Pésimos compañeros de viaje. León vendió su alma para presidir al Córdoba y ahora los demonios le visitan en la madrugada. Un moderno Fausto. “Afea una triste noticia al más bello mensajero”, escribió Goethe en esa obra. Somos un club lleno de promesas. Como una ciudad que espera en la orilla su gran ola. Pero la realidad tiene telarañas y grietas, como las cajas fuertes de Mortadelo y Filemón. “La vida ha sido un edificio en obras / con el viento en lo alto del andamio, / siempre cara al vacío. Ya se sabe / que quien pone la red no tiene red”, en otro de los versos de Margarit. Tengo claro de dónde venimos, de la oscuridad gonzaliana, del pillaje; pero no tengo ni idea de hacia dónde vamos. El mapa arde como el de Bonanza. El GPS de León tiene la pantalla apagada. Sandoval habita en la fantasía y ya no le caben más libros de autoayuda en los estantes. El fútbol del equipo va y viene. Vamos últimos. 6 puntos de 27 disputados. Equipo más goleado de la categoría. Dame regularidad, dame una rama a la que agarrarme en el precipicio, y aparta de mí los futuros milagros. Ya no tengo edad para abrazar la fe tras el invierno.

Al Córdoba, como a la política, sólo le pido certezas. Ni una palabra más. Harto del encorsetado discurso, harto de los lazos y el papel que convierten cualquier basura en un regalo. Me golpeo la palma de la mano. Vivimos en tiempos líquidos. En lo que nada parece tener aplomo. Que tengan que ser los poetas los que vengan a decirnos que no hay nada más allá de lo palpable, que en la promesa hay implícita una mentira, que lo que no tenemos en la mano nunca será para nosotros. “No confiar en ninguna autoridad. / Ninguna autoridad, ningún amor.”, en palabras de Margarit. No confiar en nadie que no dé. No confiar en quien, pudiendo dar, escatima. No confiar en quien dice que algo nos dará, pero no ahora. No confiar en quien, sabiendo, calla.

El cordobesista es un soñador. Las familias compran lotería de Navidad. Todo en la vida es expectativa y tristeza. Una paciente espera. Pero soñando nos engañamos. Somos lo que somos hoy. Un equipo que palidece. La cola de un ratón, su blanda y maloliente punta. “Soñar tan sólo es buscar un amo”, es el último verso de Margarit que cito en este artículo. Soñar es entregar a un desconocido nuestro futuro. Y no todos merecen ese honor.

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