Juventud y Política
Históricamente, la Juventud ha tenido un papel relevante en la génesis de todo movimiento político. Muchas han sido las organizaciones juveniles que han dado de qué hablar en el mundo e incontables han sido los jóvenes que han alzado su voz frente a lo que consideraban inicuo, colaborando así en el establecimiento de los primeros cimientos de una sociedad mejor y más justa. Aunque, sin lugar a dudas, siempre han existido diversos prototipos de jóvenes, en gran parte, todos se han caracterizado por su rebeldía y por sus ganas de transformar los modelos sociales que otros han querido implantar, cambiando así lo que debía cambiarse y reafirmando aquellos aspectos que debían permanecer. No obstante, a tenor de lo que podemos extraer de diversos estudios y medios de comunicación, parece que, a día de hoy, se ha invertido esta tendencia. Según los expertos, la juventud se aleja paulatinamente de la política, traduciéndose esta abulia en un descenso de la participación en los comicios, un desapego creciente hacia la actividad pública y una nefasta concepción sobre los cargos públicos que nos representan en las distintas instituciones. Mediante el presente artículo, teniendo en cuenta que la Unión Europea circunscribe la Juventud hasta los 35 años y aprovechando que, según el criterio comunitario, tan sólo me restan un par de semanas para penetrar en los umbrales de la edad adulta, pretendo efectuar una breve reflexión sobre los extremos planteados.
En primer lugar, si bien es cierto que los datos estadísticos constatan un descenso de la participación juvenil en los procesos electorales, quiero reseñar que la consideración del binomio “jóvenes-voto” como sinónimo del interés de éstos por la política es, en gran medida, pura retórica. Pueden darse casos en los que una persona acuda a votar pero no por ello significa que se interese por la realidad política más allá del trámite de diez minutos que lleva depositar la papeleta. Por el contrario, en contraposición, son muchos los jóvenes que no participan en las elecciones pero que mantienen una efervescente actividad política o social en el transcurso de su vida cotidiana. Así pues, ¿son necesariamente pasotas los jóvenes que no votan y comprometidos los que sí lo hacen? Ninguna de las dos opciones guarda una conclusión definitiva y, además, no son incompatibles entre sí. Es entonces cuando debemos estimar que existen otras formas de expresión política, más allá de la oficial, que a menudo son denostadas. La llamada política contenciosa, es decir, la política que actúa desde los márgenes de la oficialidad y excede el marco institucional, viene a ser cada vez más importante para nuestros jóvenes en una época de creciente desafección hacia la política representativa y la dinámica interna de las formaciones políticas. En este sentido, mientras que la sociedad y la Juventud demandan líderes en los que depositar su fe y confianza, la cainita lucha interna de los partidos suele ofrecer otro tipo de producto que en poco o nada satisface estas expectativas y que los jóvenes militantes tienden a imitar para garantizar así el progreso en su respectiva organización.
Precisamente, enlazando con esta última reflexión, cabe reseñar que el colectivo juvenil, al igual que la mayor parte de la sociedad, rechaza la actividad pública tal como actualmente está configurada y, además, también tiene una paupérrima consideración sobre los cargos públicos electos. Sinceramente, no culpo a los jóvenes de esta situación, sino a sus mayores, ya que son éstos los que han configurado el sistema político que hoy rige y los que han protagonizado -y protagonizan- casos de corrupción permanente, han incumplido –e incumplen- constantemente sus promesas y han ensalzado –y ensalzan- el corporativismo partidista que tanto daño hace a la Democracia.
La triste realidad que acabamos de describir genera una desafección generalizada hacia la política que se manifiesta, aún con mayor intensidad, entre la Juventud cuya innata rebeldía incrementa este sentimiento. En cualquier caso, no todo son excusas y justificaciones. El colectivo juvenil no puede desentenderse de la actividad política ya que ésta influye directamente en su presente e, indirectamente, en su futuro. Así pues, con independencia de las vías o medios empleados, lo más jóvenes han de estar presentes en los foros de decisión política. Ya sea a través de los partidos tradicionales, ya a través de plataformas cívicas o incluso empleando las múltiples posibilidades que ofrecen las nuevas tecnologías, los jóvenes han de preocuparse de estar debidamente informados, representados y valorados pues, en caso contrario, tal como argumentaba el historiador británico Arnold Toynbee, “el mayor castigo para quienes no se interesan por la política es que serán gobernados por personas que sí se interesan por ella”.
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