50 horas de tensión: #25S
Hace un rato me han llamado desde Cordópolis: ‘David, que te has olvidado del post’. No, no me he olvidado. Pero no encontraba el momento para escribirlo. A las 00:40 horas de la noche de hoy viernes, me veo por fin capaz. Hace apenas 15 minutos he llegado a casa, después de pasar seis horas apostado frente a las puertas de los juzgados de Plaza de Castilla, en Madrid. Ahí permanecían, desde las cinco de la tarde, dos grandes amigos que el 25-S fueron detenidos a medianoche por estar filmando en directo la salvaje represión que vivió el centro de la capital. Ahora sí que puedo decir que se han acabado las 50 horas más duras de mi vida. También, las más esperanzadoras.
Todo comenzó el pasado martes, 25 de septiembre. A las seis de la tarde decidí sumarme a la movilización convocada para ese día con el objetivo de rodear el Congreso de los Diputados. Una concentración que buscaba, más que tomar la cámara baja, como muchos medios y cargos políticos aseguraron durante días, demostrar a los diputados que el pueblo existe, que el pueblo está en la calle, que se queja, que habla y que no está de acuerdo con sus políticas neoliberales, encaminadas a fulminar derechos conseguidos tras décadas de lucha y sufrimiento. Las miles de personas que estábamos ahí teníamos claro que nuestro reclamo no iba dirigido a la toma del Congreso por la fuerza, sino a poner de manifiesto que muchas cosas no funcionan bien. Que nos quieren vender la moto, pero que no estamos dispuestos a picar.
Aunque, como es lógico, cuando el poder ve que su sillón se tambalea, dirige su ira hacia quienes producen tal inestabilidad: antidemócratas, antisistema, radicales, fascistas, golpistas… A mi alrededor, había radicales de tres años que portaban globos y peluches como armas arrojadizas. También había señoras de 80 años, que entre lágrimas animaban a los más jóvenes a seguir el camino que antes ellas marcaron. Había señores encorbatados y jóvenes estudiantes de instituto que pedían un futuro más justo. Viles terroristas. Por eso, pronto empezó la carnicería.
Varios conatos de carga nos hicieron prever lo que se avecinaba. A la tercera fue la vencida. Como se ha visto en decenas de vídeos, varios jóvenes –no sé decir si infiltrados o no, pero sí encapuchados-, increpan a varios antidisturbios que deciden lanzarse al ataque sin miramiento alguno. Los manifestantes, perros viejos en esto de las cargas a pesar que hace un año muchos no habían pisado ni una calle, resistían con los brazos en alto al grito de ‘estas son nuestras armas’. Pero ese día, los antidisturbios no tenían interés en relajarse. Las porras golpeaban a las personas sin cesar. No miraban. Pegaban con saña. Al poco, mirabas alrededor y solo veías caras aterrorizadas. ¿Disfrutan viendo el miedo marcado en el rostro de quienes en teoría deben defender?
A los diez minutos, y tras otra carga brutal, la plaza estaba partida en dos. Las decenas de infiltrados se habían encargado de ello moviendo las vallas que circundaban la fuente. Había sangre, gritos, insultos,rabia, ira y, sobre todo, mucha impotencia. Tras estar sentados con los brazos entrecruzados durante un tiempo, el grupo que venía desde mi barrio, Carabanchel, decidió abandonar la concentración. Llegar a casa fue muy complicado. Todas las calles franqueadas por antidisturbios, cargas con pelotas de acero en callejones estrechos y sin salida, encierros en bares para evitar golpes y detenciones… En conclusión, una manifestación con claros tintes pacíficos que acabó como una verdadera batalla campal, pero que podría haber terminado mucho peor. No voy a contar lo que ocurrió, pues hay decenas de vídeos que corren como la pólvora por Internet, pero sí me gustaría mencionar lo que ocurrió en Atocha. Parecía una película bélica. Decenas de policías encañonando a quien se movía con esas pistolas de bolas de acero que han herido a decenas de personas. Realmente dramático y guerracivilista.
A las once y media de la noche estaba en casa. Por fin a salvo, me dije. Pero no, apenas media hora más tarde, me llegó el primer aviso. Gabriel y Ainhoa, dos grandes amigos y compañeros, que habían decidido quedarse un rato más, podrían haber sido detenidos. Empezó la odisea. La información nos llegó de un vídeo colgado en Internet que Gabriel estaba grabando en el momento de la detención. Por suerte, se ve que ni estaba tirando piedras, ni pretendía capitanear el corte de ninguna avenida, acusaciones que después le hizo la policía. Tras toda una madrugada al teléfono, hablando con Legal Sol, un espectacular grupo de abogados que trabaja con estos casos de forma totalmente altruista, conseguí conciliar el sueño a las cuatro de la madrugada.
A las siete, de nuevo en pie. Tras una larga mañana analizando el vídeo de Gabriel y visionando las escalofriantes imágenes de las durísimas cargas que iban llegando por todos sitios, decidimos que había que ir a Moratalaz, la comisaría donde presuntamente estaban detenidos, para dar al abogado las pruebas de que nuestros compañeros no estaban haciendo nada malo. Hasta media mañana, nadie confirmó a los familiares que estuvieran allí. Llamabas y se mofaban. Pero no informaban. Así que fuimos por la tarde. Los familiares, cansados, hundidos, perdidos, se quejaban de la falta de información. Los detenidos no tuvieron derecho a hacer ninguna llamada. “Eso es cosa de películas”, aseguran que les dijeron. Mientras estábamos allí, decenas de furgones policiales, de los más de 300 que pudimos contar en todo el recinto, salieron con destino a Neptuno. A las siete de la tarde estaba convocada una nueva manifestación en apoyo a las personas detenidas. Y hasta allí nos fuimos. Con el ambiente más relajado que el día anterior, miles de personas volvieron a tomar la plaza al grito de ‘libertad, libertad, detenidas por luchar’.
Hoy, el despertador ha vuelto a sonar demasiado temprano. Durante toda la mañana, la Policía nos ha mareado con informaciones contradictorias. Los detenidos, que ya llevaban más de 30 horas en las dependencias de Moratalaz, solo habían tenido derecho a ver una vez a su abogado. No sabíamos nada. Si iban a ir por la Audiencia Nacional por delito contra las instituciones nacionales o si todo se iba a quedar en cargos menores. Pasaban las horas y no había respuesta. Los nervios se apoderaban de las familias y de los amigos. Un verdadero estado de silencio. Antidemocrático. Sin información alguna.
Por fin, nos avisan de que a las cinco de la tarde habían llegado a Plaza de Castilla, a los juzgados de instrucción de Madrid. Cientos de personas se van poco a poco agolpando a las puertas. Los detenidos nos escuchan en los calabozos. Dicen que están bien. Algunos aseguran haber sido golpeados. Otros, insisten una y otra vez: “Nos han metido piedras en la mochila. Estos tipos nos han metido piedras para inculparnos”. Gritan desesperados. Van pasando las horas. Los nervios afloran en todo el mundo. No dan información, no dicen nada. La pasividad de los policías que franqueaban la puerta es absoluta. Llegan dos ambulancias y los efectivos sanitarios entran al juzgado. Nadie nos informa de qué ocurre. Crece la tensión. Los cánticos y abucheos a la policía son constantes. ¿Democracia dónde?, gritan muchos manifestantes. “Estáis al servicio de los corruptos”, aclamaban otros.
Finalmente, a las once de la noche, nuestros compañeros fueron saliendo por goteo, mientras las más de 200 personas que abarrotaban la acera coreaban que el pueblo, unido, jamás será vencido. El juez había decretado libertad con cargos para 34 de los 35 detenidos. Atentado contra la autoridad y/o desórdenes públicos. El único que pasa a prisión provisional se ha convertido en la víctima que buscaba el Ministerio del Interior. Dicen que le rompió un vaso a un policía en la cara en un bar donde ni siquiera estaba. Habrá que buscar pruebas y al dueño del bar para demostrar lo contrario. Porque antes de que todo esto ocurriera, Santiago Pedraz, juez de la Audiencia Nacional, había tenido que remitir a la Policía una providencia en la que informaba de que los delitos que imputaban a los 35 detenidos en la protesta no eran competencia de la Audiencia Nacional. El teatro se le había acabado al Ministerio del Interior. La puerta de la Audiencia, con toda la razón, se había cerrado a cal y canto, porque lo que el 25-S sucedió en Neptuno no se merecía un fin tan desmedido. Pero el Gobierno quería sangre. Así que buscó a su particular cabeza de turco. Esperamos sacarle pronto de ahí.
Nuestros amigos están agotados. Van heridos. Gabriel recibió un porrazo en la cabeza que le hizo una brecha. El Samur tuvo que ponerle varias grapas para cerrar la herida. Ainhoa va magullada y dolorida. Otras personas detenidas salen con ojos morados, brazos en cabestrillo o incluso cojeando. Les han tratado como a animales. No les daban agua, apenas comida, les hacían aguantar al máximo para poder ir al baño y les menospreciaban constantemente. Esa es la democracia en la que estamos. Donde salir a la calle para pedir justicia se reprime con porras, violencia y detención. Estamos en un país donde ni siquiera se puede pedir al presidente del Gobierno que cumpla el programa electoral por el que fue votado. Parece que ese contrato que los políticos firman con sus súbditos, que no ciudadanos, puede romperse al día después de los comicios. Y nadie se queja. Por suerte, algunos estamos despertando. No lo vamos a permitir. Ya son casi las dos de la madrugada. Hoy me voy a dormir agotado, pero con esperanza. Aunque esta historia comenzó con dolor, violencia, represión e injusticia, acaba con un pueblo mucho más unido y con mucha más fuerza. Las porras no nos van a parar. El cambio está ahí. Solo tenemos que creer en él firmemente para llegar a alcanzarlo.
Micronopio por David Val Palao se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 3.0 Unported.
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