Urge abrir las fosas: último aviso
Ascensión Mendieta tiene 88 años. A su ancianidad, ya sabe dónde está su padre. Fusilado. La mujer que no dudó en subirse a un avión para pedirle a una jueza argentina que hiciese algo, que en su país no le hacían caso, ha conseguido cumplir en vida el sueño que muchos otros no podrán: enterrar dignamente a su padre, un sindicalista fusilado en Guadalajara en 1939.
En Córdoba, en las fosas comunes de los cementerios, hay unos 4.000 muertos. Muchos cordobeses ni siquiera saben que alguno de sus antepasados está allí, en una zanja donde se enterraba de mala manera a los asesinos, a los violadores, a los ahorcados... Entre julio del 36 y hasta prácticamente los años 50 esas fosas se llenaron de represaliados de la Guerra Civil en Córdoba. Un 4% de la población que habitaba la ciudad en 1936, calculan algunos. Una barbaridad.
La semana pasada murió la madre de Florentina Rodríguez, Rocío. Y lo hizo sin saber qué pasó ni dónde está su madre, a la que también fusilaron por enseñar a leer y a escribir a los jornaleros de Jauja. Antes, también murió Francisco Merino en Castro del Río. Ninguno vio en vida aunque sea un pequeño hueso de sus familiares, a los que buscaron sin descanso y ya, tras 40 años de Democracia, por fin sin miedo.
Rocío y Francisco no estaban solos. Junto a ellos sigue habiendo muchos familiares que siguen buscando a sus padres o abuelos. Pero es ley de vida y el tiempo no perdona. Es urgente. Si no nos damos prisa también se morirán, en muchos casos de pena, sin haber podido hacer lo que más deseaban. Y nosotros sin haber cumplido una norma tan básica como la de los derechos humanos.
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