La proeza de sacarse unas oposiciones
Hace una década, abundaban las oposiciones. Incluso, bromeando, te recomendaban que si no se te daba bien lo que estabas haciendo que lo mejor era que te prepararas unas oposiciones. Bromas aparte, no era fácil sacarlas, pero desde luego eran mucho más accesibles que las que se convocan ahora.
Este sábado, más de 8.000 personas se habían inscrito para tratar de acceder a alguna de las 64 plazas de auxiliar administrativo convocadas en el Ayuntamiento de Córdoba. Aunque finalmente apenas si un tercio (o incluso menos) de los inscritos se presentó, las oposiciones seguían siendo multitudinarias. Paseando por el campus mientras preparaba el reportaje, pensaba que los auxiliares que finalmente logren la plaza van a ser los mejores de la historia de Córdoba: no se fácil ser el primero entre miles.
Hace años, en otras oposiciones, incluso con un aprobado raspado se lograban plazas. De mi generación hay unos cuantos profesores a los que conozco (y no dudo que se lo merezcan) que lograron su plaza con una nota con la que hoy tendrían imposible trabajar si quiera como interinos durante años (o incluso décadas).
La escasez de la oferta de empleo público y los recortes brutales en la administración han hecho que lo de sacarse unas oposiciones sea ya una proeza, algo al alcance de muy pocos.
En 2010 ya saben que Europa nos obligó a recortar gasto público. El principal gasto público se va en nóminas a trabajadores. En España está prohibido despedir a funcionarios así que el Gobierno ideó un pérfido sistema para ahorrar en gasto público: de cada diez funcionarios que causaran baja (por jubilación, muerte o enfermedad), solo podría contratarse a uno en su lugar. Bravo: en pocos años, como estamos viendo, está desapareciendo el sector público en España. ¿Hemos rebajado nuestra deuda? No, la hemos aumentado. ¿Hemos cumplido ya con el déficit que nos impone Europa? Pues tampoco.
Mientras, una generación entera de españoles se presenta a unas oposiciones que sabe que es casi imposible aprobar, se quema los codos ante unos libros que lo único que le acaban provocando es una profunda sensación de derrota y fracaso. Muy bien todo, ¿verdad?
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