El miedo
En el año 2007 Zygmunt Bauman publicó Miedo líquido, un libro sobre los temores de la sociedad del siglo XXI. El filósofo de referencia en la primera parte del milenio detallaba cómo combatir unos miedos que atenazaban y también movilizaban a la sociedad.
En los años 2015 y 2016, Mariano Rajoy ganó dos veces las elecciones generales, aunque perdiendo una histórica mayoría absoluta. Y ganó por miedo. Muchos votantes de derechas que no iban a ejercer su derecho al voto decidieron acudir a las urnas con un objetivo: que no ganara Podemos, tal y como vaticinaron encuestas de finales del año 2014. El triunfo de Rajoy no fue por su gestión. Una parte sí, claro, pero no esa mayoría que le dio más del 30% de los votos en las dos elecciones y mantuvo al PP como el partido más votado.
Tras la sorpresa en las elecciones andaluzas y, sobre todo, tras la irrupción de Vox, con unos mensajes claramente de extrema derecha, las gentes de izquierdas en España tienen miedo. Y el próximo 28 de abril votarán con miedo. Pero está por ver hasta dónde llega.
Serán unas elecciones extrañas, en las que no se votará a una propuesta concreta. Y ni mucho menos se hará con ilusión. Se votará contra el otro, contra el rival, con el único objetivo de que no logre una mayoría.
Está por ver si ese miedo es capaz de despertar de la abstención a los miles de votantes que el 2 de diciembre se quedaron en casa porque no se sentían identificados ni con el PSOE ni con la propuesta de Adelante Andalucía. El PP obtuvo su peor resultado en años (y gobierna), Ciudadanos no subió tanto como esperaba y Vox dio la sorpresa.
Las elecciones del 28 de abril no van a ser, ni mucho menos, unos comicios en los que se apruebe la gestión de los líderes políticos, sino que serán más bien una trinchera. “No sé a quién voy a votar pero sí que votaré porque no quiero que salgan estos”, es una frase que se puede leer en Twitter o escuchar en cualquier conversación de amigos.
Votar con miedo es legítimo. No querer perder lo conquistado, que no se den pasos atrás o, al revés, que no lleguen aquellos que a tu juicio ponen en riesgo el sistema o tu estabilidad económica. Pero es una anomalía democrática. Nuestros líderes se sentirán respaldados, sobre todo en sus errores, que actualmente son muchísimos. Y les daremos algo más de vida política, con lo que probablemente todo siga igual. O peor.
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