Con la Mezquita se ha topado... la Iglesia
Llevo una semana asombrado. Una simple campaña en Change. org en la que se pide a la Iglesia que deje ya de apropiarse de todo un símbolo de Córdoba como es la Mezquita ha conseguido la barbaridad de 75.000 firmas de apoyo en muy pocos días. Estoy asombrado, insisto, porque, me confieso, no tenía fe en que una campaña así pudiese tener un impacto tan enorme.
Pero ahora, una semana después, en frío y desde la distancia, creo que la clave del éxito de esta tremenda ola de apoyo popular gestada exclusivamente a través de las redes sociales se debe a que esta vez la historia ha sido al revés. Desgraciadamente, el aforismo con la Iglesia hemos topado siempre se ha cumplido en la historia de España. Pero ahora, la Iglesia se ha topado con un símbolo cordobés que además es universal: la Mezquita.
Uno puede ser católico practicante, cristiano de base, ortodoxo, musulmán, judío, budista, agnóstico o ateo, y llegar a la conclusión de que lo que está haciendo la Iglesia en la Mezquita-Catedral de Córdoba no tiene nombre. No tiene nombre que de forma oscura y silenciosa, y poco a poco, se haya ido borrando todo lo que pueda ser islámico de un monumento concebido como islámico (lo de que antes había una basílica visigoda es verdad pero es mentira, porque se trataba de un templo arriano cuyos fieles no creían en la Santísima Trinidad y que estaban, traigan aquí a un teólogo, más cerca del Islam que del catolicismo).
No tiene nombre, desde luego, que usted quiera entrar a la Mezquita, no lleve dinero en efectivo y no le dejen pagar con tarjeta de crédito porque eso deja huella fiscal. Es decir, para entrar al templo hay que pagar una especie de donativo libre de impuestos (lo prevé así el acuerdo entre el Estado y el Vaticano).
Pero es que tampoco tiene nombre que por el mero hecho de ser musulmán se tenga a una cohorte de guardias de seguridad dispuestos para echar de cualquier forma a aquel que, en el nombre de Alá, quiera postrarse ante la grandeza del Mihrab de Córdoba.
Y lo que es definitivo, y creo que así lo están entendiendo muchos cordobeses, católicos practicantes incluidos, es que la Iglesia quiera quedarse en propiedad todo un edificio que es de todos, de los cordobeses, de los andaluces, de los españoles, de los europeos y de la humanidad entera. Ahora, por fin, muchos cordobeses saben cómo con nocturnidad y alevosía la Iglesia inmatriculó a su nombre un bien público que nunca había poseído. ¿Con qué fin? Es extraño.
Eso es lo que ha indignado a una multitud de cordobeses que no quieren que la Iglesia se quede para su propio beneficio un edificio que es Patrimonio de la Humanidad y que, nadie lo niega, alberga dentro una catedral que seguirá siendo usada, por los siglos de los siglos, por los católicos de esta ciudad porque se trata de un lugar sagrado. Pero, ¿tan difícil es haberlo hablado antes?
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