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El factor humano

Alfonso Alba

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No conocí a María José Moros hasta que no fue elegida concejala. Para mí, y para muchos de los periodistas que cubrimos a diario la información de Capitulares, era una incógnita que pronto despejamos. Asumió dos de las competencias más duras de todo el equipo de gobierno: Personal, con todo lo que le está cayendo a la plantilla municipal con servicios públicos bajo mínimos, y Aucorsa, una empresa municipal a la que le ardían autobuses y en una situación económica al límite.

No me gusta hablar bien de la gente cuando ya no está. Es como si al morir nos convirtiéramos de repente en buenas personas. Pero antes incluso de que conociéramos su enfermedad, Moros tenía una personalidad transversal, capaz de tener amigos y personas que la respetaban en todos los grupos municipales. Más allá de las siglas políticas, comprendía que el resto de concejales, gobernasen o estuviesen en la oposición, eran compañeros que tenían un único objetivo: el bien de la ciudad.

Dicen que la muerte nos iguala. Es así. Seamos ricos, pobres, blancos o negros, de izquierdas o derechas, a todos nos acecha su guadaña, que siempre acaba llegando. Es una de las pocas certezas que hay en la vida. Y muchas veces lo olvidamos.

No les voy a descubrir nada si les cuento que el día a día en política es muy fatigoso, que el tacticismo, la gresca cada día más subida de tono y la rivalidad no hacen fácil que cunda el factor humano. Tengo el privilegio, como periodista, de poder entrar en cada uno de los seis grupos municipales del Ayuntamiento, y de hablar con todos los concejales. Y sé que María José era de esas concejalas que, cuando podía, trabajaban de esa manera, infatigable y hasta el último aliento, con cariño y una rivalidad sana hacia los ediles de la oposición. Igual que muchos concejales hacia ella, a la que respetaban.

A veces, a mí el primero, se nos olvida la importancia del factor humano y de que aquí estamos un par de días como para andar siempre a la gresca, tanto en público como en privado.

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