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El crematorio del PGOU

Alfonso Alba

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Si hay un instrumento que tiene un ayuntamiento en su mano para cambiar la ciudad ese es el PGOU, el Plan General de Ordenación Urbana. De su diseño, de su concepción y hasta de su forma de pensarlo dependerá cómo será la ciudad del futuro, la que le leguemos a nuestros hijos y nietos. Será la norma que diga dónde se puede construir y dónde no, qué se puede hacer y qué no, qué usos están permitidos en un sitio y cuáles no.

Córdoba ha tenido ya varios PGOUs, pero dos fundamentales: el de 1986 y el de 2001, que no deja de ser una evolución del primero, aunque con matices. Y aunque parezca mentira, con sus sombras, los dos han cumplido bastante bien gran parte de su función.

Hoy, Córdoba tiene el casco histórico declarado Patrimonio de la Humanidad más grande de Europa. Que lo haya sido y que lo siga siendo tiene mucho que ver con cómo se entendió el urbanismo en esta ciudad. Si los cines de verano siguen siendo cines de verano es gracias al PGOU de 2001, que prohibió a aquel constructor que los poseía construir viviendas allí, en pleno corazón del casco histórico. Es solo un ejemplo, pero hay muchos más.

En toda España, ya saben y si no tienen miles de noticias de la hemeroteca, decenas de sumarios judiciales y hasta la serie Crematorio que se los va a resumir todo, se aprobaron diferentes PGOUs con fines digamos bastante oscuros. Se dieron pelotazos urbanísticos por doquier, se convirtió en suelo urbano lo que como escribe Nación Rotonda “antes era campo” y se enriqueció a muchos que hoy duermen o entre rejas y con el sambenito de la imputación judicial en España.

En Córdoba, el PGOU de 2001 fue bastante decente, dentro de lo que cabe y siendo los años que eran. Se diseñó un plan para una ciudad que iba a alcanzar el medio millón de habitantes (delirios de grandeza visto a toro pasado y con los ojos de hoy), surgió suelo urbanizable en zonas dudosas (Carrera del Caballo) y se urbanizó bastante más de lo que se debía (Poniente o Levante son ejemplo de ello).

Pero el PGOU logró acotar el gran problema que tenía la ciudad: las parcelaciones. Desde entonces, las parcelaciones existentes (se hizo una especie de tábula rasa) se quedaron como estaban y no surgieron nuevas. Eso sí, muchos aprovecharon las que existían para construir más, pero dentro de sus límites y, por supuesto, con excepciones como lo que ocurrió en el entorno de Medina Azahara.

El PGOU ordenó una zona abandonada como fue el río y el estercolero en el que la ciudad convirtió el Guadalquivir (una de las primeras innovaciones, ya saben, fue el majestuoso Palacio del Sur que nunca se llegó a construir) y, sobre todo, ultraprotegió el casco histórico de Córdoba con un plan especial aprobado en 2003 muy conservador. El objetivo: que no se siguiera destruyendo y que cuando algo se venía abajo se volviera a hacer a imagen y semejanza de lo que había antes. Era un intento por hacer una foto fija e inamovible en el futuro de una ciudad histórica que hoy, inevitablemente, hay que modificar, pues las ciudades evolucionan, aunque siempre respetando su pasado.

El PGOU de Córdoba ha envejecido pronto. Hay un dato irrebatible: nadie piensa hoy que Córdoba a corto o medio plazo pueda alcanzar el medio millón de habitantes. No. La ciudad pierde habitantes año a año desde el inicio de una crisis que aquí por mucho que se empeñen sigue existiendo. En ese intento de crecer hasta el medio millón, la ciudad ha ido sufriendo heridas visibles que hay que sellar. Son decenas los solares urbanizables que nunca se han construido, y que hoy son poco más que un lugar para que pasten las ovejas, como ocurre en el Parque del Canal.

Por eso hay que volver a pensar la ciudad, en cómo queremos que sea dentro de unos años y en cómo queremos que sea la que hereden nuestros hijos o nietos. Lo que planifiquemos hoy será lo que habiten los cordobeses del futuro. Y eso es algo muy serio.

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