De charco en charco, hasta el charco final
Me consta que al obispo de Córdoba, Demetrio Fernández, le gusta pisar charcos, dialécticos, se entiende. El prelado cordobés sabe perfectamente el eco que pueden tener sus palabras, sobre todo aquellas que deja escritas en sus cartas semanales que envía a sus fieles. Y también en algunas declaraciones, aunque después no es muy amigo de los periodistas en mitad de una polémica generada por sus palabras.
Me consta también que cada vez menos católicos están contentos con esta capacidad del prelado cordobés por pisar los charcos. Esta semana, tras las declaraciones de que la igualdad de género es como una “bomba atómica” para los católicos, ha sido un católico como el portavoz municipal del PP, José María Bellido, el que públicamente ha dicho que no estaba de acuerdo con estas palabras. No es el único que esta semana ha manifestado su indignación, pública o privadamente.
La Iglesia, que más sabe por vieja que por Iglesia, es experta en lavar sus trapos sucios de puertas para adentro. Pero eso no significa ni que carezca de trapos sucios ni que haya divisiones. Las hay, y muy significativas, aunque rara vez salen a flote. Para eso está la izquierda, especialista en acuchillarse en público, sobre todo a través de los medios de comunicación.
Me consta, insisto, que la Iglesia de Córdoba está muy dividida por esta querencia obispal de pisar charcos y de ser protagonista de polémicas que dejan en muy mal lugar a los católicos cordobeses. Igualmente me consta que estas quejas se quedarán de puertas para adentro, que no habrá nadie con peso católico en la ciudad que dé el paso de pedirle al obispo un poquito de por favor, y que le diga que ya está bien, que este es el último charco, que los va a poner a todos perdidos de barro.
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