Francisco Moreno Gómez, historiador: “Con la República perdimos la modernidad”
Año 1978. España se despierta de una larga noche. Acaba de recuperar el pulso democrático tras una atroz dictadura que ha durado cuatro décadas. La oposición sale de las catacumbas y el exilio regresa a su patria para participar en un renovado proyecto de convivencia ciudadana. España desborda optimismo. La denominada reconciliación nacional se abre paso. Un joven profesor de instituto de Villanueva de Córdoba, residente en Madrid, se sumerge en el archivo municipal. Desempolva la hemeroteca de los años treinta y empieza a tirar del hilo. Página a página, exhuma un pasado siniestro de fusilados, represalias y violencia política verdaderamente estremecedores. Agarra su coche y revisa, uno a uno, los 75 registros civiles de Córdoba, los libros de cementerios, los archivos militares y graba en su magnetófono decenas de entrevistas con testimonios directos del episodio más sangriento de la historia contemporánea de España.
En aquel momento, la Guerra Civil era territorio prohibido. Nadie se atrevía a desenterrar un pasado espeluznante que había partido el país por la mitad y costó la vida de cientos de miles de seres humanos. Francisco Moreno Gómez apenas tenía 32 años. Y, sin saberlo, estaba abriendo un camino inédito en la historiografía moderna. Tres años después, apadrinado por el insigne historiador Manuel Tuñón de Lara, publicó una sobrecogedora monografía con nombres y apellidos de ejecutados, represores y matanzas inhumanas de la provincia de Córdoba.
Pero volvamos al principio de todo. Año 1946. Franco gobierna implacablemente la victoria. Villanueva de Córdoba, epicentro de la zona republicana durante la guerra, es un pueblo ganadero y agrícola que sobrevive a duras penas los años tremebundos de la escasez. En la calle San Gregorio, número 34, nace Francisco Moreno Gómez, en el seno de una familia campesina. “Villanueva era muy tercermundista. No había agua corriente. Por la mañana, las mujeres hacían fila en la fuente pública con los cántaros y la ruilla en la cabeza. Pocas casas tenían entonces solería. Solo las de los ricos”.
PREGUNTA. Eran de terrizo.
RESPUESTA. El suelo era de boñiga de vaca, que se mezclaba con negro mineral y pez. Con eso se hacía una pasta y era muy socorrido. No se desconchaba del suelo. La casa de mi abuela era así.
P. Y había animales en la planta inferior de las casas.
R. En la parte de abajo de nuestra casa se guardaban las cabras. Durante el día estaban en el campo y al anochecer, cuando los chiquillos jugábamos con la pelota, venía Cándido con las cabras y las metía dentro.
P. ¿Su padre a qué se dedicaba?
R. Nosotros éramos pequeños campesinos con tierra. Mis padres tenían unas sesenta fanegas en el Barranco de los Pobos, ya en el término municipal de Adamuz. Allí nos criamos. Y a los 7 años ya me mandaron a la escuela con mi hermano Gabriel, que era dos años más pequeño que yo. Fuimos a la academia de don Juan Polo, en la calle Concejo, donde tuve como maestro a don Manuel Rubio, un profesor particular muy interesante y pedagógico. Tenía la circunstancia de que había sido seminarista salesiano y se había salido ya en cursos avanzados. Era originario de Pedroche, de donde era su padre, al que fusilaron en la guerra precisamente en Villanueva. Aquí nosotros hemos tenido tres años menos de franquismo. En la Campiña empezaron a tener franquismo en el año 36. Nosotros en el 39. Aquí fusilaban a los de Villanueva, los de Torrecampo, los de Pedroche y los de Adamuz. La prisión estaba en las escuelas de la Fuente Vieja.
P. Usted estudió en un colegio privado.
R. Los colegios públicos eran para niños desfavorecidos y no estaban organizados. Entonces aquí las escuelas eran academias. Yo hice la primaria en la escuela de don Manuel Rubio y luego ya empecé el bachillerato en la de don Manuel García, en la calle Cañuelo. Allí estaba don Pedro Moreno, que era licenciado en Letras, y don Manuel García, que era un maestro de gran vocación. Hice bachillerato en el pueblo desde el 58 al 62. Y ya el cuarto curso lo hice en la academia San Miguel con mi primo, que era un gran experto en matemáticas y física. Fuimos a examinarnos a Córdoba por libre al Instituto Góngora, donde aprobé también la reválida de cuarto. Yo sacaba los cursos completos. Era buen estudiante. Y ya en el año 62 me voy al seminario de San Pelagio de Córdoba.
Fui el primero en poner el dedo en la llaga real de la historia
P. ¿Al seminario?
R. Sí. Seis años nada menos.
P. O sea, usted iba para cura.
R. Yo empecé con esa idea. Cogí los años del Concilio Vaticano II, que empezó en octubre del año 62, justo cuando acababa de llegar al seminario. Allí hice tres años de Humanidades hasta llegar a sexto. Y luego la carrera de Filosofía completa. La terminé en el año 68. Se puso de moda aquello de los curas obreros. En el 67, después de segundo de Filosofía, ya había ido a Madrid para trabajar en el Palacio de Comunicaciones de Cibeles en la mesa clasificatoria de Correos.
P. Se fue al seminario motu proprio.
R. Sí, sí. No me forzó nadie. Era una cosa normal. En el seminario había quinientos seminaristas.
P. Se apuntó por salir del pueblo.
R. No. Vinieron aquí los jesuitas a dar unas misiones en la Cuaresma. Me captaron para ir con la campanilla por la calle en el Rosario de la Aurora y todas aquellas cosas.
P. ¿Y sus padres qué le dijeron?
R. No me dijeron nada. Me prepararon el poquito ajuar que había que preparar. Fue la modista a la casa, me hizo ropa y fui a hacer una prueba tipo test en junio. Y, a primeros de octubre, con el baúl y otros seminaristas que había aquí en el pueblo, nos fuimos para allá.
P. ¿Cuántos años tenía usted?
R. Tenía 16 años.
P. No se llegó a ordenar.
R. No. Yo no tuve órdenes ningunas.
P. ¿Por qué se salió?
R. Llegó un momento en que vi que aquello era un poco complicado. Y, sin motivo aparente, dije que a lo mejor no era aconsejable seguir en el seminario. Y, como ya había estado antes en Madrid trabajando los veranos, me adscribí a la Universidad Complutense.
P. En Filología Hispánica.
R. Eso es. Hice Filosofía y Letras, especialidad Literatura Hispánica.
P. Y se quedó en Madrid.
R. Ya me quedé en Madrid. En el 74 entré en una escuela de Vallecas y allí estuve cuatro años hasta que en el 78 pasé a la enseñanza pública. Y ese año me lancé a investigar sobre la Guerra Civil.
P. ¿Por qué se puso a investigar sobre la Guerra Civil?
R. Porque a mí la llegada de la Transición me impactó muchísimo. Empecé a ver un mundo de conocimiento verdaderamente atractivo. En el año 76 había una revista, que se llamaba Posible y que dirigía Alfonso S. Palomares, que luego fue director de Diario Córdoba. Recuerdo una primera página que decía lo siguiente: “Arias Navarro, el carnicero de Málaga”. Empecé a leer aquellas cosas y a mí aquello me despertó una pasión. Entonces me puse a leer a los hispanistas extranjeros. Primero al español Tuñón de Lara y luego a Hugh Thomas y Ian Gibson, que hizo lo de Granada y Lorca. Paul Preston no estaba todavía. Eran todo obras generalistas. No se había hecho nunca ningún trabajo territorial provincial. Y a eso me lancé yo. Y me preguntaba: “¿En mi pueblo qué ha ocurrido?”. Empecé a investigar las listas de fusilamientos en el registro civil. Y vivía de sorpresa en sorpresa. Luego fui a los registros del norte de Córdoba. Más tarde a la Campiña, que era mucho más dificultoso porque ya no me daba tiempo a volver en el día y tenía que quedarme por la noche en pensiones de mala muerte.
P. ¿Ese interés le vino por su familia?
R. No. Mi familia me contaba algunas cosas de la guerra. Las elementales. Mi padre había estado en el frente de Teruel o el Bajo Aragón, donde lo apresaron.
P. ¿En el Ejército de Franco?
R. No, no. Esta zona era de la República. Y aquí a todo el mundo, de derechas o de izquierdas, lo movilizaban para el lado republicano. Porque el frente estaba en el río Cuzna.
P. ¿En su familia había conciencia política?
R. No. Todo este trabajo ha sido fruto de mi vivencia de la Transición. Yo iba a todos los actos que se convocaban. Me sorprendía todo. Recuerdo que cuando el golpe militar en Chile el conjunto Quilapayún se exilió en Europa y empezaron a dar conciertos muy reivindicativos. El pueblo unido jamás será vencido y todo aquello. Íbamos a los conciertos de Paco Ibáñez y escuchaba el álbum de Serrat sobre Machado. En el tocadiscos de un vecino yo escuchaba muchas cosas. Entonces estaba el picú aquel que tenía una tapa que era el altavoz y el resto el plato. Y luego tenía muchísima ilusión por los magnetófonos. Era la época del subdesarrollo. Hasta los años setenta no hubo televisión en mi casa. Mi primera radio la compré en Madrid, en decomisos.
P. Y se pone a investigar la historia de la Guerra Civil.
R. En los registros civiles, primero, y luego a través de los testimonios orales.
P. ¿Y cómo se le ocurre eso? En aquella época casi nadie lo hacía.
R. Yo fui el primero. Yo soy el iniciador de las monografías territoriales. Me dejaba aconsejar por Tuñón de Lara.
P. ¿Y cómo contactó usted con Tuñón de Lara?
R. Los libros de Tuñón de Lara ya se leían aquí. No me acuerdo a través de quién lo contacté. Yo era profesor de instituto. Daba clases en el nocturno, de seis de la tarde a diez y veinte de la noche. Dedicaba a investigar toda la mañana por los archivos de Madrid. La hemeroteca municipal fue mi primera fase, que es la mejor de España sin discusión.
P. ¿Y allí había documentos de Córdoba?
R. Todos los periódicos de Córdoba están allí. Y luego recabé testimonios orales. Aquí en el pueblo buscaba como un policía el hilo para hablar con gente que hubiera tenido protagonismo en la guerra. No gente cualquiera, sino gente cualificada.
P. Y todavía estaban vivos.
R. Aquí me encontré yo a la Parrillera, que había estado en el maquis. Y a Bartolomé Chuán. Y entrevisté a mucha gente de importancia.
P. ¿En qué año empezó usted?
R. Empiezo a leer y a formarme en el 76. La parte histórica de la literatura era en lo que más hincapié hacía. Uno que me tenía manía me dijo que yo daba más clases de historia que mi literatura.
P. Y era verdad.
R. No era del todo verdad. Era mitad y mitad. Mis clases estaban siempre llenas de gente. Porque a mí la enseñanza me ha gustado vivirla.
En el 78 empecé a investigar las listas de fusilamientos. Y vivía de sorpresa en sorpresa
P. Usted empezó a entrevistar a personas de la guerra y a escuchar sus relatos.
R. Y me impactaban. Mi manera de ser como persona y como intelectual se la debo en parte a oír más de 500 testimonios. Y luego las cartas. Yo puse anuncios en el Mundo Obrero y en El Socialista para pedir que quien pudiera aportar testimonios que me enviara sus cartas a un apartado de correos. Recibí cosas magníficas. Memorias escritas. Por ejemplo, las memorias de Manuel Castro Bretones, que era el cuñado de Bautista Garcés, el diputado que mataron en Córdoba. Recibí una larga carta de diez folios de un ex carabinero que participó en la represión de Baena y vivía en Francia. Me contó con pelos y señales lo que pasó en aquella tarde trágica del 28 de julio de 1936.
P. Él estuvo allí.
R. Él estuvo allí y me contó cómo fue todo. Contacté también con dos exdiputados del Frente Popular. Uno de ellos, Eduardo Blanco Fernández, diputado de Peñarroya, me recibió en el barrio de Usera, de Madrid. Me dio fotos y documentación. Y me puso al día de todo lo que pasaba en Córdoba. Fue extraordinario. Luego me encontré a otro diputado del Frente Popular de León, Justino de Azcárate, que era senador en las primeras elecciones y me dio el libro de los diputados de las constituyentes de 1931, donde estaban Antonio Jaén Morente, Francisco Azorín y Vicente Romera. Yo me empapaba de todo. Recogía de todas partes. Era un pulpo.
P. Hizo 500 entrevistas.
R. Las hacía, a veces, a mano porque si le pones un aparato se intimidaban. Por la tarde las pasaba a máquina para recordar la conversación. Con radiocasetes hice algunas muy importantes. Por ejemplo, la de don Rafael Castejón y Martínez de Arizala.
P. ¿Lo entrevistó usted?
R. Durante dos mañanas enteras. Tengo esas dos cintas guardadas.
P. ¿Qué recuerda de aquella entrevista?
R. Que el tío era un republicano absoluto. Y a todos los caciques asesinos los puso en solfa.
P. Rafael Castejón fue rehabilitado por el régimen.
R. Bueno, verá. El régimen pasó de puntillas sobre él. Castejón tenía mucha influencia en Veterinaria. En principio, lo detuvieron en el 36 con peligro de fusilamiento. El director de la prisión era conocido suyo y, para quitarlo de Córdoba, le hizo un paripé de destierro en Pontevedra. Calmada la situación, volvió. Y no lo procesaron en la posguerra.
P. Fue director de la Real Academia de Córdoba.
R. Y profesor de Veterinaria. No lo juzgaron ni lo expedientaron. Franquista no era nada. Me dio mucha información. Me habló del cura de san Francisco, del comandante Zurdo, de Bruno Ibáñez y de toda la chusma de Córdoba dedicada a la represión.
P. Entrevistó también a militares republicanos.
R. Al capitán Pedraza, que era de aquí de Villanueva. Le tengo hecha una biografía. Tuvo varios años de cárcel y pena de muerte. Pero resulta que los republicanos le habían matado a un hermano y la madre fue a suplicar a Varela diciendo que no podía ser que unos le mataran a un hijo y los otros le mataran al otro. Y sea como fuere consiguió la conmutación de la pena. Pedraza puso una academia particular y así se ganó la vida. Era un artillero con Pérez Salas de la élite de la artillería española.
Son las diez menos cuarto de la mañana. La puerta del número 62 de la calle Pozoblanco, en Villanueva de Córdoba, está abierta de par en par. El mundo rural andaluz aún conserva esa tierna confianza en el ser humano que ya se ha extinguido en el convulso universo urbano. Al fondo del pasillo, poco antes del patio, Francisco Moreno Gómez nos espera sentado en silencio. Nada más escucharnos, se incorpora y avanza lentamente para darnos la bienvenida.
El historiador cordobés vive medio año en el pueblo que le vio nacer. La otra mitad habita en Madrid, la ciudad donde se instaló hace medio siglo. Aquí, en Los Pedroches, inició el gran proyecto historiográfico de su vida. Desde entonces, no ha parado de hurgar en los pliegues desgarradores de nuestro pasado hasta completar una obra sobresaliente integrada por una veintena de títulos.
P. Usted ha tocado la historia con las manos.
R. Sí. Soy el producto de mi propia investigación. Yo era una persona del montón políticamente. Empecé a ser intelectual en el seminario, que no se parece al de hoy absolutamente en nada. Entonces lo dirigían los jesuitas y hoy lo dirigen los curas, por lo que ha bajado de nivel tremendamente.
P. ¿Qué tenían los jesuitas distinto?
R. Tenían una formación impresionante y un nivel intelectual que te mueres. No había un franquismo destacado, porque entonces estábamos en plena renovación del Concilio Vaticano II y había un progresismo en el ambiente. Yo leía a Marx en el seminario. Y mi tío, que era cura y fue director de Cajasur, don Juan Moreno Gutiérrez, estaba allí. Pero yo no me fui al seminario por él.
P. Usted no era de izquierdas.
R. No. Es que entonces la gente no era de izquierda ni de derechas.
P. Hombre, entonces había gente de izquierdas.
R. Pero era la élite de la izquierda. Gente que había estado en la cárcel. Todo era nuevo para mí en la Transición y, ya le digo, recuerdo que leí a Marx en el seminario.
P. Estaría prohibido.
R. Bueno, supongo que sí estaría prohibido. Pero es que los conceptos de hoy no valen para entonces. Nuestros esquemas de hoy, donde los curas son todos fachas sin excepción y los seminaristas refachas perdidos, no valen para los años sesenta. En el seminario no me habló a mí nadie de franquismo. Ni se hicieron actos ni conmemoraciones ni homenajes ni nada. Allí se estaba al tanto del Concilio Vaticano II, que era la renovación de la Iglesia.
El franquismo se llevó por delante en Córdoba a 15.000 personas
P. ¿Y lo que iba descubriendo en sus investigaciones lo transformó como persona?
R. En principio, me hice intelectual porque estudiaba muchísimo. Yo me escapé del campo y me agarré a los libros para salvarme de guardar ovejas. Y entonces he sido amantísimo de los libros del estudio siempre. Vine de Córdoba con matrículas de honor del Instituto Góngora. Aquí en el pueblo era Paco el listo. Y no lo digo por vanidad, que no tengo ninguna.
P. ¿Investigar entonces la guerra lo convirtió en un sospechoso?
R. Yo me destapé en el pueblo el 11 de agosto del año 79 dando en el teatro de la calle Padre Llorente una conferencia sobre Blas Infante.
P. ¿Era andalucista?
R. No. Es que el alcalde era de UCD y me encargó que diera una charla sobre Blas Infante. El teatro estaba a rebosar de gente. El alcalde me dijo: “Paco, no te metas mucho”. Pero yo hablé libremente. Y propuse que se quitaran las calles franquistas de Villanueva en esa conferencia. Y los nombres franquistas de Villanueva se quitaron. Quizás fue el primer pueblo de la provincia de Córdoba. Y aquí se fueron a hacer puñetas Sanjurjo, el Generalísimo y toda la pandilla.
P. ¿Y quitó los nombres franquistas el alcalde de UCD?
R. Sí, sí. La gente de UCD era entonces más progresista que quizás el PSOE. Para investigar yo tuve todos los permisos y facilidades por parte de UCD. Cosa que para entrar en la prisión de Córdoba por segunda vez Felipe González no me dio permiso.
P. ¿Usted ha encontrado muchos obstáculos en los archivos?
R. Sí. Un juez verdaderamente ultra de Peñaroya me dijo lo siguiente cuando fui a consultar un archivo. Me miró fijamente y dijo: “Solo su presencia aquí es un peligro para mí. ¡Márchese!”.
P. ¿Eso le dijo?
R. Eso me dijo. Me bloqueó. Peñarroya fue el último pueblo de Córdoba que yo consulté cuando él ya no estaba.
P. ¿Qué quería consultar en Peñarroya?
R. El registro civil. Yo tenía unos permisos del Ministerio de Justicia. Llegué con el aval de Ramón Salas Larrazábal, con quien había coincidido dando charlas sobre la guerra. Y con aquella tarjeta del Ministerio de Justicia iba a todos los registros civiles.
P. ¿Cuántos registros civiles ha consultado usted?
R. Los 75 de todos los pueblos de Córdoba.
P. ¿Y qué ha descubierto en los registros civiles?
R. Que de la matanza del año 36 hay muy poca gente inscrita. Lo que predomina son los desaparecidos. He llegado a la conclusión de que la matanza franquista está inscrita en menos de un tercio de la realidad.
P. A la gente la fusilaban y no la inscribían en ningún sitio.
R. No. Y en algunos sitios, como en Villafranca, que hay 60 fusilados el día de la entrada de los moros el 26 de julio del año 36, solo hay cuatro inscritos. Y mataron entre 60 y 80.
P. ¿Cómo sabe usted que mataron entre 60 y 80 personas?
R. Porque tengo muchos testimonios de familiares y hemos hecho un recuento luego. Además, en un documento militar del general Cuesta de Sevilla, se habla de que al entrar en Villafranca se produjeron 30 muertos en el choque con los milicianos. O sea, que ya los propios documentos militares te ponen en la pista de que cuatro inscripciones en el registro civil de Villafranca es un ridículo.
P. ¿Y libros de cementerios?
R. Los libros de cementerios inscriben más que los registros civiles. Por ejemplo, el de Córdoba inscribe a mucha más gente fusilada. A partir del 37 y, sobre todo, en la posguerra se inscribe siempre. Yo consulté el libro de cementerios de Córdoba con permiso de Julio Anguita. Y revisé tres cuadernos que tienen hojas arrancadas. O sea, que fueron muchos más. Entonces saqué unos 2.000 fusilamientos. Era ya mucho más de lo que tenía el registro civil: unos 1.500. Y todos inscritos fuera de plazo. Consulté desde el año 36 hasta el 50 el registro civil de Córdoba. Me tiré dos meses yendo todos los días en el coche a las 7 de la mañana para estar allí a las 8. Luego volvía a las 3 de la tarde en verano por esas curvas de la carretera de Adamuz.
P. Ha hecho usted un trabajo de chinos.
R. Doscientos volúmenes he consultado yo. Le voy a dar una exclusiva: yo tengo un documento de la Cruz Roja donde, a respuesta de un requerimiento con relación a los registros en la guerra, dice lo siguiente: “Hasta junio del año 38 se han fusilado en Córdoba 3.495 personas”. Es decir, el dato de 4.000 fusilados es rigurosamente científico. Y luego vienen los 700 fusilados de la postguerra; más otros 756 muertos de hambre en la prisión de Córdoba; más los fallecidos por hambre y privaciones en los campos nazis; más los 160 muertos por la Ley de Fugas en el año 48 en la represión del maquis.
P. ¿Cuál ha sido la base documental de su trabajo?
R. El registro civil, las hemerotecas, la Biblioteca Nacional, el Servicio Histórico Militar, el Archivo Militar de Ávila, donde está la documentación que ellos llaman roja y la nacional. Ahí he encontrado el diario de operaciones del Ejército del sur para estudiar los pueblos y los documentos del general Cuesta, que son muy interesantes y es donde quedan en evidencia. También el Archivo Militar Territorial de la zona de Madrid y Extremadura, donde está registrada la represión de la masonería y el comunismo.
P. ¿Y en los archivos militares ha entrado sin problemas?
R. En los archivos militares se entraba también con un aval de una persona de reconocida solvencia.
P. Usted publica su primer libro en 1982. ¿Qué impacto tuvo?
R. Mi libro lo presenté en el año 81. Ya me presenté ese año al premio Díaz del Moral, que tenía como presidente a don Manuel Tuñón de Lara. En el 80 el premio quedó desierto con un accésit para Poyato, de Cabra, que escribió algo sobre los sucesos de Montilla. Tuvo un accéssit conmigo. Y me dice Tuñón de Lara: “Paco, aquí tienes una pepita de oro. Pero has hecho una introducción extensísima y eso no te viene bien. Aligérame la estructura del libro y vuélvelo a presentar”. Cosa que hice. Lo presenté a finales de 1981 y el premio se falló en febrero de 1982. Y sale en la prensa: “¡Escándalo!”.
P. ¿Escándalo por qué?
R. El representante de la Real Academia de Córdoba, don Juan Crespo, vota que no. Y la Universidad de Córdoba, con Cuenca Toribio, vota que no. Los demás votan que sí, con el presidente, Tuñón de Lara. O sea, los organismos oficiales se apabullaron de aquel libro que se publicó con nombres, listas de fusilados y todos los episodios. El Diario Córdoba publicó una entrevista a don Juan Crespo. El titular decía: “Francisco Moreno divide a Córdoba en buenos y malos”. La obra salió en noviembre y la Feria del Libro era en diciembre. Se agotó.
P. ¿A usted lo han denunciado?
R. No me ha denunciado nadie. Nunca. En esa época la derecha estaba desarmada. No es como la derecha de hoy.
P. Pero usted dio nombres en el libro.
R. Todos. A mí no me denunció nadie. Y di los nombres de los represores. Lo de hoy no se parece en nada. Hoy estamos a la caza inmediata de cualquiera en plan borde absoluto.
P. ¿Usted trabajó con libertad?
R. Sí. Investigué lo que me dio la gana.
P. Y sin miedo.
R. Yo no tenía miedo. Estaba entusiasmado con el trabajo. La gente recelosa me decía: “¿Esto no será para algo malo, ¿verdad?”.
P. ¿Qué ha hecho con todas las grabaciones?
R. Grabaciones tengo pocas. Tengo la del doctor Sama Naharro, que vino preso a Córdoba y fue médico de la prisión. Como en los campos nazis, los médicos eran prisioneros. El doctor Sama me habló de toda la corrupción que existía en la prisión de Córdoba con pelos y señales.
P. ¿Qué corrupción?
R. Pues que el poco suministro que llegaba a la prisión se lo quedaba el repartidor de la leche y el carnicero. Para los presos, apenas quedaba agua, tocino y nabos podridos. Era la batalla nabal de Córdoba. Me lo contó todo y todo está publicado.
P. ¿Dónde está su archivo personal?
R. En Getafe. Tengo un sótano lleno de cosas.
P. ¿Qué cosas?
R. Tengo 300 cartas. Entonces no existían lamentablemente el móvil, ni internet, ni Google. Todo era a mano, papel y bolígrafo.
P. ¿Qué va a hacer con ese archivo?
R. Está en mi casa.
P. ¿Lo va a donar a alguna institución pública?
R. No sé qué hacer. Debería pensar en algo.
P. ¿Usted es partidario de la memoria oral?
R. Totalmente. La memoria oral asistida por documentación. El método de Ronald Fraser no es acertado ni bueno. Ir por la calle preguntando a cualquiera sin que sea persona cualificada se pueden cometer errores mayúsculos.
P. ¿Usted se siente historiador?
R. Totalmente.
P. ¿Se arrepiente de no haber estudiado Historia?
R. Es que no lo he necesitado. Mi historia me la he hecho autodidacticamente. Y la he puesto en práctica. Me he asesorado con grandes historiadores, como Ángel Viñas o Julio Aróstegui, que han sido mis maestros. He dado cursos con ellos y he intervenido en jornadas de historia.
P. Tuñón de Lara prologó su libro.
R. Sí. Y Paul Preston también. Igual que Juan Antonio Lacomba, que estuvo en el jurado y votó que sí.
P. Usted sigue investigando.
R. Sí, sí. Ahora acabo de publicar un libro sobre brigadistas.
P. Usted identificó 11.581 fusilados en Córdoba, la mayoría de ellos sin nombre.
R. Y se queda corto. Si yo en Palenciana dije que habían fusilado a 40, ahora han ido Miguel Artacho y Arcángel y han documentado más de 60. El franquismo se llevó por delante en Córdoba a 15.000 personas.
P. ¿Qué lugar ocupa Córdoba en el siniestro ranking europeo de crímenes contra la humanidad?
R. Un puesto desgraciadamente importante. Las provincias que más castigo sufrieron fueron las andaluzas, con excepción de Jaén y Almería. El resto tienen unos números de víctimas extraordinarios. En Sevilla, con García Márquez, han salido más de 14.000 víctimas en registros, pero hay un porcentaje elevadísimo de desaparecidos. Luego está Badajoz, documentada por Francisco Espinosa, con un balance elevadísimo también. Granada tiene más de 15.000 documentados. Allí han estado Gil Bracero y otros historiadores. En el cementerio de Málaga hay 4.000 y en La desbandá otros 2.000 o 3.000 más.
Tuñón de Lara me dijo: "Paco, tienes una pepita de oro"
P. ¿Por qué cayó Córdoba en solo 24 horas?
R. Es difícil de explicar. Aquí hubo huelgas y Córdoba era muy conflictiva. En España se había producido una gran fascistización o nazificación en el año 33 y, sobre todo, a partir del año 34 tras la Revolución de Asturias. La clase obrera no estaba organizada para una eventualidad. La primera posibilidad que tuvo Córdoba de no caer en las garras del franquismo fueron los mineros de Peñarroya, que hubieran caído por la sierra. Pero se fueron a someter a Hinojosa del Duque y se organizó una columna de gente. Fracasaron. Ahí estaba el diputado Eduardo Blanco Fernández y el teniente García del Amo, de la Guardia Civil, que se quedó fiel a la República.
El 20 de agosto, a un general apático, inactivo y vestido con pijama para salir en Montoro lo ponen a conquistar Córdoba. Y el general Miaja, un tío camastrón, se pone a organizar el frente de ataque en la Campiña con el comandante Pérez Salas. Era una Campiña pelada y sin un árbol. Y en cuanto apareció una avioneta y tiró las bombas, todo el mundo salió corriendo. Y otra cosa: no se puede organizar nunca la toma de una ciudad si hay que cruzar un puente. Y había que cruzar el Puente Romano. Un solo soldado con una ametralladora impide que un Ejército cruce el puente. ¿Qué fue lo que hizo Fernando III el llamado santo? Que atacó por la sierra.
P. O sea, que la República debió de haber aprendido de Fernando III.
R. Claro. Es que el general Miaja organizó la columna por la Campiña de Córdoba a la vista de todo el mundo.
P. ¿Qué le debemos al capitán Tarazona?
R. Fue un ejemplo de honor y de lealtad a la República, como muchos otros, que no siendo de izquierdas fueron fieles a su juramento militar. Don Joaquín Pérez Salas no era de izquierdas y defendió Pozoblanco casi hasta la muerte.
P. ¿Cómo juzga usted el papel de Rodríguez de León, el gobernador civil de Córdoba?
R. Fue un traidor. Había hablado ya con los militares y simplemente se limitó a hacer un paripé de resistencia. Cayó el primer disparo de artillería, todos los demás escaparon por el teatro a través de un hueco y rápidamente Rodríguez de León se entregó, que era lo que deseaba.
P. La última batalla de la República fue la de Valsequillo, el 5 de enero de 1939.
R. Ese nombre lo puse yo al principio, pero luego lo llamé la batalla Córdoba-Extremadura, porque gran parte de las fuerzas entraron por Badajoz, Peraleda y la Granja de Torrehermosa. Se lanzó con más de 100.000 soldados y supuso un esfuerzo de la República impresionante. Vinieron dos cosas. Los elementos se pusieron en contra de la República con una etapa de lluvias enorme a mediados de enero. Y luego la presión por los laterales de los franquistas haciendo un cierre de bolsa sobre la avanzada de esta última batalla, que fue de un sacrificio enorme. La mortandad fue terrible.
P. ¿Qué perdimos con la República?
R. La modernidad. La cultura. Nuestros literatos, los arquitectos, la gente avanzada, los derechos de las mujeres, la enseñanza, los intelectuales, la industria. Una ruina.
P. En 2008 usted reeditó el grueso de su trabajo sobre la Guerra Civil bajo un título distinto: Genocidio franquista en Córdoba. ¿Qué nuevo enfoque lo animó a este cambio conceptual?
R. Los crímenes internacionales, que son el genocidio, los crímenes de guerra y los de lesa humanidad, no se han estudiado nunca en España. El libro de Rafael Lemkin [el primero que acuñó el término genocidio] no se ha traducido en España íntegro nunca. Se tradujo en 2008 en Argentina y es la que hemos utilizado los historiadores. Autores que hayamos escrito sobre el genocidio en España estamos dos.
P. Se acaban de exhumar los primeros 200 fusilados en el cementerio de San Rafael. ¿Nunca es tarde si la dicha es buena?
R. Es correcto que se hagan las exhumaciones porque es una manera de reparación y de justicia para los vencidos de la guerra. Y una manera de defensa pública de sus ideales, que son los de la gente decente.
P. El alcalde de PP, José María Bellido, ha declarado con respecto a las exhumaciones: “Acabamos de dar otro paso más en el proceso de reparación y justicia”.
R. Es una declaración correcta a pequeña escala. Está bien que lo reconozca una persona del PP. Pero eso lo tenían que haber hecho todos.
P. Usted dijo en 2013 lo siguiente: “La historia franquista aún no se ha desmontado”. ¿Diez años después de aquellas palabras diría lo mismo?
R. Sí. Se ha desmontado teóricamente, pero no ideológicamente. Institucionalmente somos una democracia plena, aceptada por el PP y no tanto por Vox. La prueba de que el desmontaje franquista pleno no se ha producido ideológicamente es que no se acepta en ningún caso la memoria histórica. Sacas el tema y se dice que es revolver el pasado y rencor. No aceptan que los vencidos tengan memoria. Que los vencidos estén en la historia.
P. ¿Qué papel ocupa Francisco Moreno Gómez en la historiografía contemporánea española?
R. Fui el primero en acometer las monografías territoriales de la Guerra Civil y el primero en poner el dedo en la llaga real de la historia. Fui el primero en acomodar la documentación a los testimonios orales. Sin testimonios no haríamos una buena reconstrucción de la historia de los vencidos porque los vencidos tienen muchos menos papeles que los vencedores. La historia oral es la manera de suplir el déficit de documentación que tienen los vencidos. Y luego, en tercer lugar, yo le doy a la historia alma. Es un estilo, un compromiso. Puedo cometer errores pero busco la verdad debajo de las piedras.
P. ¿España ha aprendido la lección de su negra historia?
R. A medias. La sociedad de hoy no sabe nada de lo que ha sido la historia de España. Hace poco le preguntaban en un programa a un estudiante quién era Franco. Y dijo que un futbolista.
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