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El camino del primer omeya, ¿el del próximo refugiado?

Alfonso Alba

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Cuenta la leyenda que Abderramán llegó a Córdoba huyendo desde Damasco, la capital de Siria, donde el califa de Bagdad había asesinado a toda su familia. El conocido como primer omeya emprendió con su hermano (que murió por el camino) una hiperbólica huida por el Norte de África durante casi una década. Tras pasar todas las fatigas del mundo, y superar una distancia de miles de kilómetros, un día cruzó el Estrecho de Gibraltar y tras librar varias batallas se constituyó en emir en Córdoba. Los omeyas gobernaron durante tres siglos más desde la ciudad.

Abderramán fue apodado con el sobrenombre de El Emigrado, por su epopéyica huida por el Norte de África. Hoy, 13 siglos después de aquella gesta, millones de sus compatriotas (Abderramán siempre se sintió sirio, o eso dicen las escasas fuentes que se conservan de la época) están dispuestos a emprender un camino similar para salvar la vida.

Estos millones de refugiados huyen de otra muerte segura a la de Abderramán. Han huido hacia Europa, hacia Alemania, pensando que al menos aquí seguía imperando el respeto a los derechos humanos. Pero se han dado de bruces con que no, con que los derechos humanos en teoría están muy bien pero cuando hay que aplicarlos sobre el terreno ya no lo son tanto.

En cascada, Europa ha cerrado todas sus fronteras a los refugiados. Solo las mantiene abiertas Grecia, en el mar, y los inmigrantes (familias enteras) se la juegan para pasarla. Muchos mueren por el camino. Los que consiguen pasarla chocan contra el muro que ahora ha levantado Macedonia y han montado junto al borde un campo de refugiados que crece día a día en mitad de un lodazal. Europa.

Los líderes de la UE han acordado poco menos que repatriar uno a uno a los refugiados a Turquía, un país del que también huyen y que ha violado sistemáticamente los derechos humanos, sobre todo con la minoría kurda. Es decir, los refugiados lo van a seguir intentando. ¿Por donde? Por donde puedan. España teme que ahora el problema se traslade a su frontera, a miles de kilómetros, a Ceuta, a Melilla o al Estrecho de Gibraltar. Como el primer omeya.

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