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Antivacunas de izquierdas

Alfonso Alba

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No hace mucho, una amiga me confirmó que en un periódico de línea editorial abiertamente de izquierdas las peores críticas de sus lectores más fieles (aquellos que pagaban) se recibían cuando se publicaban noticias sobre el fraude de la homeopatía. Muchos de los que leían que el agua azucarada que estaban tomando era eso, agua azucarada, directamente cancelaban su suscripción. No querían saber más.

Durante años, el movimiento antivacunas ha sido tolerado y hasta aupado entre amplios sectores de la izquierda. No solo en España, sino a nivel mundial. Venía de aquellos que insistían en que no se trataba de un remedio natural, de esos que supuestamente te da la madre naturaleza para que tú lo cojas y te cures. De hecho, me atrevería a decir que muchos de los que se abrazan a esta fe homeopática lo hacen con la misma voluntad férrea que los que necesitan de una religión para obtener respuestas y seguir encontrándole sentido al mundo que les rodea.

Me sorprende, mucho, comprobar cómo hay un movimiento que sigue dudando de algo que ha revolucionado la salud pública en el Planeta Tierra (¿hola?) y cómo hay tantísima gente a la que no tengo por incompetente dudando de que les pongan o no una vacuna que nos va a salvar a todos.

El magufismo, hay que empezar a admitirlo, es algo que nació en el seno de la izquierda. Esa eterna teoría de la conspiración, ese extraño ecologismo que pasa por negar la ciencia, ha traído las dudas de hoy día. Esa homeopatía en la que se piensa que son los grandes laboratorios los que trabajan por ganar cada vez más dinero a costa de nuestra salud (¿os habéis preguntado quién fabrica ese agua azucarada?) es la que ha hecho dudar y la que ha metido miedo.

Entiendo que a la izquierda no quiere que le pase lo que a ese medio, que pierde lectores cada vez que publica algo contra la homeopatía (y lo sigue publicando), y que mermada de votantes no quiera iniciar un debate que es clave para la salud pública.

Las vacunas llevan salvando vidas durante un siglo. Sin ellas, muchos niños tendrían la polio y serían discapacitados para toda su vida, habrían muerto al poco de nacer, el sarampión les habría afectado o incluso matado, y la viruela les habría atacado, picándole la cara para siempre. Gracias a las vacunas, y antes del Covid 19, vivíamos en una sociedad sana, en la que un niño tiene un millón de posibilidades más de salir adelante que cualquiera de otra generación de la historia del planeta.

Pero es más: las nuevas vacunas de ARN no tienen nada que ver con las de virus debilitados. Son más efectivas, tienen menos efectos secundarios y, ojo, pueden acabar ayudánonos a erradicar enfermedades que diezman a la población como el cáncer. Más ciencia y menos tonterías.

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