No cantaba el pavo real, pero se nos están secando los arbolitos, y resulta pertinente analizar la gestión que se hace de la leña caída en función del código postal. Veamos dos ejemplos recientes:
Una rama de un árbol cae en Ronda de los Tejares en plena madrugada, invadiendo parte del acerado y de la calzada. Inmediatamente se activa un complejo protocolo de policía, bomberos y personal municipal. Y al despertar la ciudad, la rama ya no está allí.
Una rama de un árbol cae en la Avenida de Trassierra a plena luz del día, invadiendo el acerado y bloqueando por completo un carril bici. Y transcurren dos semanas, con todas sus horas y sus amaneceres, hasta que unos operarios se ponen manos a la obra y la convierten en leña.
Para alguien que, como los delfines, mantenga un ojo abierto a lo que se cuece en la ciudad a nivel de movilidad o de gestión patrimonial, estos dos eventos, comparativamente, son oro líquido. Una enciclopedia cargada de lecturas a diferentes escalas de cómo funciona una urbe.
Solo hace falta observar la rama caída, un día tras otro, para entender de manera cristalina la desigualdad territorial que predomina en las políticas públicas: la enorme diferencia de atención y de inversión entre el centro y los barrios circundantes. Poniendo de manifiesto la desidia mayúscula en la lucha contra la desigualdad. Una dejadez en la que subyace, no está mal recordarlo, un fuerte componente de clase. Pero no nos metamos en esos charcos.
Esa misma comparación sirve, además, para hacerse una idea de la gestión del arbolado urbano en nuestra ciudad, que se achicharra cada verano un poquito más. Ya se advierten síntomas evidentes de agotamiento y se repiten los episodios de caídas y muerte de ejemplares. No olvidemos que la arboricultura cordobesa sufrió su mayor arboricidio de los últimos lustros precisamente ahí, en la Avenida de Trassierra, con la tala indiscriminada de varias docenas ejemplares adultos para hipertrofiar de euros y de alquitrán, aún más, el tráfico a motor.
Y, por extensión, deja también a las claras las políticas de movilidad. Porque, obviamente, en la calzada puede generar un caos, pero a nadie puede quitar el sueño que unos peatones o unas bicis tengan que interrumpir su itinerario. Eso no es serio. De hecho, la Mesa de la Movilidad tiene asuntos más importantes que tratar; por eso no se reúne nunca. Y el mantenimiento de las precarias infraestructuras destinadas a la movilidad sostenible es nulo. Ya bastante se hace con construir algunos carrilitos rojos acá y acullá para cubrir el expediente de la ecoimpostura.
La fractura de una rama en el barrio de las Margaritas, si se analiza con detenimiento, puede evidenciar cómo el centrismo jerarquiza todos los ámbitos de nuestra sociedad. Y esto explica realidades tan dispares como que nos echemos la foto en el kilómetro 0 en la Puerta del Sol o la radialidad del sistema ferroviario en España. Pero también que el Puerto de Algeciras tribute en Madrid.
O volviendo a lo particular, explica que un bache en un barrio popular tarde años en repararse. O que, en otro ámbito, la Noche Blanca del Flamenco, en Córdoba, no haya pisado nunca el barrio de las Palmeras (uno de los barrios más flamencos de la ciudad). Perpetuando la dicotomía centro-periferia y alejando la creación de riqueza de las economías que más lo necesitan.
Como una matrioska que verticaliza desde lo macro a lo micro, la centralidad impone unas lógicas a menudo invisibles, pero determinantes en el día a día de cada uno de nosotr@s.
Por ello, cuando se seca el arbolito donde canta el pavo real, depende de tu padrón que encuentres el remedio para tu mal. O no.
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