Nacido en 1971 y de (casi) ocho apellidos cordobeses de familia de taberneros y tenderos, de los de toda la vida, pero al tiempo viajero y cosmopolita (para compensar). Humanista, docente y amante de la historia, la geografía y el arte, al tiempo que supuestamente experto en eso de enseñar a la vez idiomas y cultura. Como no quiero ser un idiota en su etimología griega (el que no se preocupa por los asuntos públicos) ya estuve embarcado en los Consejos de Estudiantes universitarios, activismos varios y en la política y la “escena” pública. Mis amigos más doctos y sabios me llamaron el “concejal imposible” y acertaron. No podía durar, estaba claro. Retornado a la vida sencilla y al trabajo, a ratos leyendo, a ratos escribiendo incluso algunos versos y prosas. No puedo dejar de releer “Las ciudades invisibles” de Italo Calvino, qué le vamos a hacer … ni de estudiar, ahora se llama “nerd”, antes empollón. Procuro no perder el equilibrio, así que cada vez paseo más entre árboles y cruzó los cursos de agua y los escucho, como a las personas que sostienen el mundo, que suelen ser ellas.
Aquí hay dragones
-Hombre bendecido por el cielo- se detuvo a preguntarme-,
¿sabes decirme el nombre de la ciudad donde nos encontramos?
Las ciudades continuas, 4
Las ciudades invisibles, Italo Calvino.
Hic sunt dracones: aquí hay dragones. Así se marcaba el territorio desconocido en mapas de otra época, antes de que escrutáramos cada milímetro de la superficie de nuestro planeta desde el ojo de nuestros satélites. De esta forma (o con fórmulas similares, como hic sunt leones u otras), se dejaba constancia de la existencia de territorios por explorar.
Posiblemente nos sintamos hoy de forma muy similar a quienes rotulaban aquellos mapas ante el mundo que vivimos y que se nos antoja territorio desconocido. Muchos y muchas de quienes nacimos y vivimos nuestra vida escolar antes del fin de la Guerra Fría hemos visto cómo nuestro mundo y nuestros puntos de referencia cartográficos se desvanecían. Con ellos, se iban por el desagüe ideologías que pensábamos que podían traernos un mundo nuevo y bueno y que se desvelaron deshumanizantes y terroríficos de los campos de Siberia a los killing fields de Camboya. De un mundo seguro en su terrible amenaza de autodestrucción total pasamos a la incertidumbre multipolar donde todo, y nada, puede pasar en cualquier momento. Algunos sociólogos con más vuelo intelectual llamaron a esto “la sociedad del riesgo” o “sociedad líquida”, en referencia a las mutaciones de valores que llevó aparejado.
Y la velocidad del cambio, que se refleja en los mapas, como cicatrices en la piel del mundo, ha seguido acelerándose hasta situarnos ante territorios desconocidos en temas centrales de la vida diaria: la mutación de la vida laboral con la automatización, la desigualdad creciente, el creciente individualismo narcisista que aflora en las redes sociales, vaciamiento de las zonas rurales y de ciudades pequeñas, generaciones con expectativas decrecientes, imposibilidad de proyectos de vida estables… y una larga lista de situaciones que están relacionadas entre sí en un paradigma económico y social que tiene un trasfondo de individualización y de aislamiento de nuestras comunidades.
En esa encrucijada, buscamos referentes que nos sirvan para anclarnos. En este momento de la historia (que sigue su curso a pesar de que declararon su final tras la Guerra Fría), cada individuo, cada comunidad, cada pueblo y ciudad, busca (buscamos) su anclaje, iconos, signos, símbolos que nos sirvan para situarnos y orientarnos. Banderas, himnos y demás han vuelto con fuerza. Se vuelve la mirada a la familia, hoy transmutada en plural, como familias. Viejas y nuevas maneras de saber dónde estamos.
Y el debate público, al menos el español, parece que continúa como si nada hubiera cambiado, entre acusaciones de fascista o comunista o luchas nacionalistas de viejo cuño.
Mientras, los despidos en banca se producen por miles, los alquileres se disparan, los desahucios continúan y la pobreza de quienes trabajan se incrementa y una parte de la sociedad se independiza progresivamente concentrando propiedades y rentas, combatiendo cualquier imposición fiscal a su riqueza creciente. Al campo vacío se le suman ciudades pequeñas y medianas que ven como inexorable su declive frente a las grandes metrópolis, que se desconectan del resto y se conectan entre sí. Pasear por el centro de ciudades como Córdoba, por ejemplo, es divisar un paisaje de locales cerrados entre grandes superficies de grandes multinacionales o de franquicias, con un casi extinto comercio local.
Sí, hic sunt dracones. Y dragones que lanzan fuegos abrasadores. La pandemia nos ha mostrado la faz de un antiguo dragón que pensábamos derrotado y que aún sigue dando coletazos. A falta de San Jorges, necesitamos, al menos, cartografiar el mapa del suelo que pisamos y del camino que seguimos. Si consiguiéramos bajar el tono y la agresividad del debate público, nos percataríamos de que no estamos hablando de lo que nos ocurre.
Nos corresponde parar el balón y llamar al árbitro, pedir que bajen los entrenadores y reunirnos a ver cómo está el partido, exigir a nuestros representantes políticos que dediquen su tiempo a problemas reales y a soluciones, utilizar nuestra voz y nuestras redes para orientar el debate y las discusiones para lograr un espacio público donde se discuta cómo conseguir una vida buena, vivible, donde nadie se quede atrás. Porque hay dragones y, esta vez, son auténticos.
Sobre este blog
Nacido en 1971 y de (casi) ocho apellidos cordobeses de familia de taberneros y tenderos, de los de toda la vida, pero al tiempo viajero y cosmopolita (para compensar). Humanista, docente y amante de la historia, la geografía y el arte, al tiempo que supuestamente experto en eso de enseñar a la vez idiomas y cultura. Como no quiero ser un idiota en su etimología griega (el que no se preocupa por los asuntos públicos) ya estuve embarcado en los Consejos de Estudiantes universitarios, activismos varios y en la política y la “escena” pública. Mis amigos más doctos y sabios me llamaron el “concejal imposible” y acertaron. No podía durar, estaba claro. Retornado a la vida sencilla y al trabajo, a ratos leyendo, a ratos escribiendo incluso algunos versos y prosas. No puedo dejar de releer “Las ciudades invisibles” de Italo Calvino, qué le vamos a hacer … ni de estudiar, ahora se llama “nerd”, antes empollón. Procuro no perder el equilibrio, así que cada vez paseo más entre árboles y cruzó los cursos de agua y los escucho, como a las personas que sostienen el mundo, que suelen ser ellas.
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