Los raros son los otros
La felicidad está en las vísperas. La mayor parte del tiempo las cosas que deseamos están lejos, y bien hacemos un poco de senequismo y atemperamos nuestro deseo para no sufrir, o nos acostumbramos a vivir en los márgenes de nuestros propios sueños, hacemos del destierro una forma de vida. A veces por un exceso de optimismo o porque todos tenemos derecho a nuestros quince minutos de gloria, nos remangamos, salimos de esa periferia y nos sentimos en las vísperas de que todo cambie, de que las cosas sean como debieran, un instante de intensidad que existe porque creemos en ello, y que suele durar lo mismo que las lágrimas aquellas del replicante que había viajado más allá de Orion.
El domingo tenemos elecciones, y el resultado podría aproximarse al sueño electoral que algunos han mantenido durante años. Años con la sensación de ser un error del sistema, pasábamos de creernos las catacumbas heroicas depositarias de la honradez y el coraje, a pensar en un error de programación por el que todo nos parecía poco, siempre íbamos mal, hacia el desastre o la esclavitud. Había que acabar con la propiedad privada, o con los estados nación, o la tecnología, las élites, el consumismo, la religión, los ejércitos, los mercados, la economía financiera, los grandes eventos, las olimpiadas o los mundiales de fútbol. El mundo estaba mal y sólo unos pocos lo sabíamos o éramos lo suficientemente ingenuos para creer que podía dejar de estar así, que existía una mínima posibilidad de enderezarlo. Casi no salíamos en las encuestas, ni nos reconocíamos en las televisiones ni la publicidad, éramos ese tanto por cierto de error del sistema que el resto conllevaba como podía.
Cristianos que pierden todos los concilios, modernos antes de tiempo, orgullosos, perdedores en busca de atajos, rebeldes, visionarias, inadaptados, damnificados por la TDH, amantes de los animales, primogénitas sin herencia, víctimas de bullying, una infinidad de mujeres discriminadas, hermanas sin estudios, estafados por las gentes del dinero, artistas, artistas sin público, obsesivos, desahuciadas, generosos de oficio, gente que se aburría de niño en su pupitre, interinas.
Ahora el sistema es el que se ha vuelto loco y ha arrastrado a los hasta hace poco cuerdos hacia el delirio, y todo ha cambiado como en esas novelas policiacas en las que el autor nos hace creer todo el tiempo quién es el bueno y quién el malo y en el desenlace nos damos cuenta de que nos engañó, que los papeles realmente eran los contrarios. No sabemos qué pasará el domingo, pero lo que es seguro es que los fallos del sistema nos convertimos ya en categoría, una de las mayoritarias, y ahora son los de toda la vida los que se miran al espejo y empiezan a tener problemas.
Delirantes, bipolares, confirmados, avaros, convencidos, integrados, agorafóbicos, catecumenales, estudiantes de cursos de postgrado, estancias en la universidad de Alabama, asistentes a catas de vino, noches blancas, parques temáticos, compradores de Teletienda, de coleccionables, usuarios de créditos-consumo, amantes de los chiringuitos, miembros de clubes recreativos, nazarenos, invitados a bodas, celebrantes del año nuevo, los del bar de la esquina.
Queridos y queridas, pasadle a ellos y ellas los teléfonos de nuestros terapeutas, las lecturas en las que nos refugiamos, las frases sentenciosas de tres al cuarto con las que enfrentamos las crisis, porque les van a hacer falta. Estamos en vísperas, y a partir del domingo, quizás, los raros sean ellos. Y ellas.
Nota: en la imagen, de Rafael Madero Cubero, una mesa electoral poco antes del inicio de la jornada
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